TRIBUNA
Hechos alternativos y cochinas mentiras |
Vivimos tiempos de desolación. Decía San Ignacio de Loyola que "en tiempos de desolación, nunca hacer mudanza" (Obras de San Ignacio de Loyola, B.A.C, 1991, página 295). Pero, como sabe cualquiera que haya leído a San Ignacio, el fundador de una de las organizaciones más duraderas y eficaces de Occidente, no quería decir con ello que se quedara uno quieto e inane a la espera de que pasara la desolación, ella sola y por su cuenta; ni recomendaba dejarse llevar por el estado de desolación y abandonarse a ella. Muy al contrario, a renglón seguido recomendaba dos cosas: "estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día anterior a la desolación" y "un intenso mudarse contra la misma desolación". Frente a la desolación, pues, mantenimiento y firmeza de propósitos previos, por un lado, y lucha activa contra las causas de aquélla, por otro. Ni mudanza impremeditada, ni rendición sin combate.
¿Por qué San Ignacio? Porque él sabía, en medio de una época convulsa, que el destino de los colectivos ha de ser construido, razonada y conjuntamente, por todos los que aspiran a una vida mejor, sin dejar a un lado su condición de seres conscientes y razonantes, a pesar de que a la desolación producida por la evolución negativa de la realidad se añada la inquietud derivada de la manipulación que se padezca, ya sea de los datos de esa misma realidad, ya sea de los criterios y valores con los que podríamos enfrentarnos a nuestra propia construcción humana.
Estamos en el tiempo de la "posverdad", palabra del año según el Oxford Dictionary. Pues bien, el término posverdad "denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal". Es decir, y es un hecho sabido y denunciado: "El electorado impone el discurso; le importa muy poco la credibilidad o la responsabilidad de lo que demanda. Está crispado y quiere que se le satisfaga en su irritación" (Miquel Roca Junyent, La Vanguardia, 31/01/2017).
Lo que importa en la política actual -según parece- no es si las propuestas son posibles o imposibles, si son realistas o utópicas, sin son benéficas o dañinas, para los ciudadanos y para los países. Lo que importa, parece, es que las propuestas y las proclamas se planteen para acabar, a ser posible sin anestesia, con el régimen o con el sistema actual; que se planteen con muchísima rabia, con escándalo y con rasgamiento de vestiduras; que originen revolvimiento de tripas, cuanto más intenso mejor; y que se señale con claridad y con descalificaciones rotundas al culpable o culpables, ya sean los inmigrantes, ya sean los de otros credos o razas, ya sea Europa con sus burócratas, ya sean las élites de Washington, ya sea la "casta" heredera de la Transición española, ya sea la España que le roba a Cataluña, ya sean, en fin y por qué no, los barones del PSOE que "han arrebatado el partido a la militancia", que "han convertido al socialismo español en un subordinado del PP", o que "no saben construir una socialdemocracia sin matices".
Todos los anteriores son discursos populistas, basados en la manipulación de los hechos y dirigidos a la explosión de los sentimientos, de las emociones y envidias más negras, y de las frustraciones más hondas. Da igual de dónde vengan ideológicamente y dónde se pretendan asentar políticamente los protagonistas de esos discursos: todos son unos populistas, manipuladores de la realidad e incitadores de emociones malas. Y a todos ellos, a todos, les da igual el resultado social de sus discursos. Lo único que pretenden es convertirse en portaestandartes del malestar de los hombres y mujeres de nuestro tiempo para, a través de ello, buscar un refrendo plebiscitario que los convierta en caudillos incontestados. A partir de ahí, el camino está señalado: el sometimiento de las masas a la "sumisión y obediencia voluntaria" y al seguimiento borreguil del líder ungido. Algunos analistas han empezado a decirlo: de la "democracia representativa" se está pasando a la "autocracia plebiscitada". Caudillismo, y puro caudillismo, es lo que ofrecen.
Los procedimientos de estos especímenes se han enriquecido últimamente, con la ascensión de Trump a los cielos de América: de la posverdad vía tuiter se ha pasado a la doctrina de los "hechos alternativos". Frente a los hechos objetivos, el profeta tuneado de los desposeídos americanos -arropado por un gobierno de especuladores inmobiliarios, de ex ejecutivos millonariamente indemnizados, de fundamentalistas bíblicos y de defensores de la primacía anglosajona- lanza una batería de "hechos alternativos", es decir, de relatos falsos, mantenidos con desfachatez extrema, sin que se les mueva un músculo de su durísima cara. No tienen vergüenza, ni ganas de conocerla. Lo mismo que los de aquí.
¿Tiempo de la posverdad? ¿Tiempo de los hechos alternativos? ¡¡Tiempo de las mentiras cochinas!! Hay que trabajar para desmontarlas… Es necesario "un intenso mudarse contra la desolación", como decía San Ignacio. A trabajar.
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