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martes, 31 de marzo de 2020

Ciencia, evidencia, certeza elhuffingtonpost

Saber ponderar en condiciones de mucha incertidumbre es un “arte”.


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Paseo de la Castellana (Madrid) durante el periodo
 de confinamiento. 
egún una visión algo ingenua, pero muy extendida entre mucha gente, y que ha contribuido a reforzar algunos divulgadores, analistas e incluso algunos científicos, la ciencia suministra “verdades”. Estas verdades se expresan generalmente en forma de información numérica, y convierten una decisión política basada en evidencia en un proceso relativamente limpio, exento de mayores trabas y que, por tanto, no debiera presentar mayores incógnitas a quien corresponde tomar una decisión. Por ese motivo arrecian las críticas contra los dirigentes de países occidentales (casi todos) que no adoptaron rápidamente medidas drásticas contra la trasmisión del coronavirus. Muchos escritores, tertulianos o políticos de la oposición sostienen que el trabajo de los gobernantes consiste en conocer “la” verdad y darle cauce apropiado, y que si no lo han hecho es porque han incurrido en negligencia culposa. Políticos incompetentes, deshonestos o maliciosos, frente a una ciudadanía que los sufre calladamente. El encuadre arquetípico de la retórica populista.
Esta concepción adolece de distintos problemas, que no puedo tratar aquí en toda su extensión. Me voy a centrar en la etapa que antecede a la toma de la decisión política: ¿Qué clase de evidencia produce la ciencia sobre cuestiones susceptibles de ser objeto de decisión política? ¿En qué medida la ciencia produce certezas que garantizan que el decisor político cuenta con la mejor información para tomar una decisión? ¿En qué medida existen otras consideraciones de viabilidad y deseabilidad que ese decisor puede tener que barajar antes de imponer una decisión basada en la mejor evidencia disponible?
Durante mucho tiempo, pensadores y analistas han predicado una idea muy persuasiva. La ciencia nos encamina inexorablemente a “la” Verdad. Cualquier problema humano tiene una solución científica. Solo es cuestión de tiempo, inteligencia y esfuerzo descubrirla. Según este relato, la historia está jalonada de héroes que, desde sus laboratorios, han empujado el conocimiento hacia cotas superiores. El sistema científico sería una maquinaria productora de conocimiento sobre el mundo, que convenientemente utilizado consigue mejorar la vida de las personas.
Sabemos mucho sobre el comportamiento de epidemias en general, pero no lo suficiente para conocer cada epidemia en su especificidad.
Estas premisas han atravesado períodos de crisis, que las han puesto en entredicho. No es oro todo lo que reluce. El progreso científico ha posibilitado el desarrollo de armas destructivas, y muchos científicos se han involucrado directamente en su producción por intereses espurios. Los nazis contaron con antropólogos que trabajaron para fundamentar la superioridad de la raza aria, virólogos que sometieron a los prisioneros a experimentos espantosos e ingenieros que se afanaron en perfeccionar el exterminio de los judíos en eficientes cámaras de gas. Los accidentes de Chernobyl y Fukushima han sido recordatorios de que la ciencia, incluso en sus expresiones tecnológicas más sofisticadas, no es infalible, y puede poner en peligro a la humanidad. Inevitablemente, la ciencia también llega tarde a mucha de las citas en que es invocada. El avance científico es gradual, pero los problemas humanos se presentan muchas veces de manera inesperada, reclamando respuestas inmediatas.
Sin embargo, en general, en amplias capas de la ciudadanía ha prevalecido afortunadamente la confianza en que la ciencia produce conocimiento que contribuye a mejorar la vida de las personas. En los últimos años, reputados académicos como el profesor de Harvard Steven Pinker nos recuerdan muy justificadamente que el mundo mejora y eso es, en buena medida, gracias al progreso científico. Con mucha razón señalan que ciertas formas de relativismo y anticientifismo son un lastre para esa mejora.
Una forma de proteger a la ciencia ha sido presumiendo una separación radical entre el conocimiento “duro” que proporciona la ciencia y la gestión “blanda” que de ese conocimiento realizan los responsables públicos, sujeta a muchos prejuicios y controles laxos de calidad. Sin embargo, muchos filósofos y sociólogos de la ciencia argumentan que esa separación es, en buena medida, artificial. El conocimiento “duro” es a veces escaso o poco robusto en el momento en que más se necesita.
Una de las cosas que se olvidan más a menudo en momentos críticos como los que estamos atravesando estos días es que el conocimiento que produce la maquinaria científica genera grandes dosis de incertidumbre, especialmente durante las primeras fases de investigación sobre un fenómeno nuevo, en que la recopilación de datos reales es todavía fragmentaria y/o parcial, y muchas veces incluso sesgada. Ante el peligro que supone una epidemia, por ejemplo, la ciencia puede ayudarnos a estimar riesgos, pero de una forma bastante imprecisa. Sabemos mucho sobre el comportamiento de epidemias en general, pero no lo suficiente para conocer cada epidemia en su especificidad. Inevitablemente, cualquier modelo predictivo, ante la falta de información y la escasa calidad de los datos disponibles al principio, trabajará con una serie muy limitada de parámetros, simplificando una realidad que es demasiado compleja para ser conocida en su totalidad e incorporada en todas sus dimensiones relevantes al análisis.
En estas condiciones es iluso pensar que podamos llegar a tener políticos, del signo que sean, que tomen decisiones óptimas con la información de que disponen.
Diferentes enfoques y ramas del conocimiento producirán predicciones distintas e incluso inconsistentes. Incluso habrá muchos aspectos de la realidad, que siendo relevantes para entender adecuadamente un fenómeno, ignoraremos que ignoramos. Muchas de estas consideraciones suelen recogerse en el apartado de “limitaciones” que puede encontrarse al final de cualquier artículo científico. En este apartado las mejores revistas de cada disciplina exige a los autores reflexionar sobre las carencias de los resultados de su investigación, el grado en que dependen de la información disponible o la simplificación realizada en el modelo, o en qué medida son generalizables fuera del marco geográfico, social o cultural en que se ha realizado la investigación.
Durante las pasadas semanas hemos asistido a una sinfonía caótica donde intérpretes de diferentes melodías han ejecutado una obra sin partitura. Epidemiólogos de distintas familias han estimado diferentes riesgos y velocidades de trasmisión del contagio. Los hubo que consideraron el riesgo de transmisión “razonablemente bajo” todavía el día 8 o el 9 de marzo, mientras otros ya creyeron ver venir la catástrofe 5-6 días antes. Distintos matemáticos y modelizadores han simulado diferentes escenarios de evolución del contagio en función de las respuestas públicas alternativas que era posible dar. Algunos presentan a estas alturas de la epidemia notables desviaciones respecto a las predicciones iniciales. Salubristas, sociólogos, trabajadores sociales, economistas y politólogos han reclamado que su voz también fuera escuchada.
El resultado es un ruido ensordecedor, amplificado por la utilización sesgada de la información científica disponible por científicos que han elegido ventilar sus opiniones fuera de los cauces académicos previstos, o por analistas mediáticos y agentes políticos de distintas persuasiones ideológicas. Entre todos, han (hemos) evidenciado que era muy difícil saber qué conviene hacer en cada momento ante un fenómeno conocido de manera limitada e interpretado de cientos de formas distintas.
Saber ponderar en condiciones de mucha incertidumbre es un “arte”.
En estas condiciones es iluso pensar que podamos llegar a tener políticos, del signo que sean, que tomen decisiones óptimas con la información de que disponen. La decisión óptima es, en estas condiciones, un unicornio. La decisión que hoy parece evidente que debió adoptarse hace una semana quizás no lo parecía entonces (aunque pudiera ser una de las que se barajasen). Lo que parece de cajón que hay que hacer inmediatamente puede quedar desmentido en unos días.
Se puede censurar a algunos políticos su insensibilidad, su falta de humanidad, su tolerancia al riesgo, su indolencia, su falta de transparencia o la proclividad a faltar a la verdad. Mil y una deficiencias de carácter o catadura moral. O haberse parapetado en la superchería, encomendarse a una virgen o al destino en lugar de utilizar la mejor evidencia científica disponible. Distintos líderes mundiales han acumulado méritos suficientes para recibir alguno de esos reproches. Pero no se les puede reprochar que contando con certezas, las ignoraron. No tenían certezas ni estimaciones fidedignas del riesgo en qué incurrían sus países cuando optaron por las decisiones que adoptaron. Quienes actuaron con responsabilidad tomaron decisiones ponderando el abanico de información científica (incompleta) que tenían y otros criterios de viabilidad y deseabilidad social. Saber ponderar en condiciones de mucha incertidumbre es un “arte”. Un arte donde el conocimiento científico disponible debe ocupar un lugar preeminente, pero no asegura ni mucho menos el éxito de la decisión. Donde verdaderamente nos la jugamos es en que aprendamos a perfeccionar ese arte extrayendo lecciones de esta crisis que puedan formar parte del acervo de conocimiento (no solo de laboratorio o estrictamente sanitario) que podamos utilizar para diseñar respuestas más efectivas frente a la próxima pandemia.

Por qué mueren muchos más hombres que mujeres con coronavirus elhuffingtonpost

En España, el 65% de los fallecidos con COVID-19 son hombres, y hay algunos datos que pueden explicarlo.


PABLO CUADRA/GETTY IMAGES
Sanitarios del Hospital 12 de Octubre de Madrid
Ser hombre es un factor de riesgo si se tiene coronavirus. Esta conclusión, que puede sonar arriesgada, se extrae con facilidad al echar un vistazo a los datos. Según el Informe sobre la situación de COVID-19 en España a 27 de marzo, publicado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), el 65% de los fallecidos con coronavirus son hombres. 
El porcentaje llama mucho la atención, y más teniendo en cuenta que, a priori, el COVID-19 no hace distinción de sexo en cuanto a los contagios. De acuerdo con los datos recabados por el ISCIII, actualmente las personas infectadas en España son hombres en un 50,4% de los casos y mujeres en un 49,6%, es decir, la prevalencia es muy similar. Y, sin embargo, la tasa de letalidad se dispara entre los varones. ¿Por qué? 
Es difícil contestar a esta pregunta, pero ya se dispone de datos que dan una idea de las posibles causas. La media de edad de los afectados es algo superior en hombres que en mujeres: 61 años para ellos y 57 para ellas, así como la aparición de síntomas. “Los hombres presentan una mayor prevalencia de síntomas (fiebre y tos), neumonía, enfermedades de base (cardiovascular, respiratoria, diabetes), y un mayor porcentaje de hospitalización, admisión en UCI y letalidad que las mujeres”, concluye el informe del ISCIII.

Más hombres que mujeres en los grupos de riesgo

Mientras que en menores de 25 años la enfermedad afecta por igual a hombres que a mujeres, “los casos de COVID-19 están sobrerrepresentados entre el grupo de hombres mayores de 50 años”, señala el estudio.
Teresa Pérez Gracia, catedrática de Microbiología de la Universidad CEU Cardenal Herrera, señala que puede estar “asociado a que hay más hombres que mujeres en los grupos de riesgo, que son aquellos que presentan enfermedades cardiovasculares y respiratorias, así como diabetes”. En estos casos, “la respuesta inflamatoria es mucho mayor y por lo tanto más grave la enfermedad”, apunta. De hecho, se observa que “hay más casos de cuadros de neumonía grave con síndrome de distrés respiratorio en hombres que en mujeres”, añade.
La respuesta inflamatoria es mucho mayor en los hombres, y por lo tanto más grave la enfermedad
“Los hombres, las personas mayores de 64 años y las que presentan enfermedad de base (especialmente cardiovascular) están más representados entre los pacientes que presentan neumonía”, corrobora el informe del Instituto de Salud Carlos III.
Dentro del colectivo de profesionales sanitarios afectados (un 15,5% del total de contagios), que es uno de los que más preocupa a la OMS y a las autoridades sanitarias españolas, la proporción de infecciones entre mujeres (21,7%) es muy superior frente a la de hombres (9,5%). Y, sin embargo, ellos son hospitalizados con mucha más frecuencia porque desarrollan síntomas con mayor gravedad.

Los estrógenos, una hormona clave

Las comorbilidades -enfermedades subyacentes presentes- son una posible explicación, pero también la predisposición genética. José Prieto, catedrático de Microbiología en la Universidad Complutense de Madrid, admite que “las enfermedades crónicas como la bronquitis y la hipertensión, que en general se dan más en hombres”, juegan un papel importante en este virus, pero además sostiene que en el coronavirus puede haber otros “factores predisponentes” biológicos, y cita los estrógenos -la hormona que segregan los ovarios y que está más presente en las mujeres- como probables ‘culpables’ de que afecte menos a las mujeres.
En ese sentido se expresaba en una entrevista con la BBC Sabra Klein, del Departamento de Microbiología Molecular e Inmunología de la Escuela de Salud Pública de la Universidad John Hopkins. “Los estrógenos pueden estimular aspectos de la inmunidad que son importantes para eliminar una infección viral y responder bien a las vacunas”, señala Klein.
“Diversos estudios de ratones infectados con el anterior brote de coronavirus del SARS, el estrógeno contribuyó definitivamente en cómo los ratones hembras controlaron la infección mejor que sus homólogos masculinos”, lo cual ocurrió también con el virus de la gripe común, explica Klein.
Los estrógenos pueden estimular aspectos de la inmunidad que son importantes para eliminar una infección viral y responder bien a las vacunas
A finales de febrero, cuando se publicó este artículo de la BBC, el país más afectado por el coronavirus era China, donde se observó que más del 54% de los casos hospitalizados eran hombres. Actualmente, tanto Italia como España han superado al país asiático en cifras de fallecidos, algo que hace un mes parecía impensable. 
Manuel Menduiña, especialista en Medicina Interna del Hospital Virgen de las Nieves de Granada, se atreve a hablar incluso un una posible predisposición “no sólo entre los hombres, sino en hombres latinos”. “Hay alguna teoría que dice que los latinos -españoles e italianos-, tenemos una predisposición a generar una respuesta hiperinmune inflamatoria tan exagerada que al final produce daños”, comenta. “Es un terreno movedizo y vamos aprendiendo día a día”, reconoce el doctor, que al mismo tiempo alude a las “comorbilidades” como primera posible causa de este desajuste entre las proporciones de hombres y mujeres afectados por la enfermedad. 
“En el rango de mediana edad, hay más hombres fumadores que mujeres y, por tanto, también tienen más posibilidades de sufrir asma o EPOC, factores de riesgo para esta enfermedad”, apunta. “Dentro de unos años, podremos sacar muchas conclusiones, pero de momento parece que para desarrollar la enfermedad de una forma grave existe una cierta predisposición, ya sea por cuestión de raza o de sexo”, sostiene Menduiña.
El doctor se confiesa extrañado por el hecho de que China “no haya contabilizado más de 80.000 infecciones”, cuando España e Italia ya han superado esa cifra. “Es extremadamente raro, siendo un país de 1300 millones de habitantes”, opina. “Puede ser que China no haya dicho todo y en el país asiático haya habido mucha mayor cantidad de contagios y muertes”, especula. 
O, quizás, lo determinante no es la raza sino el sexo y, como bromea el microbiólogo José Prieto, “toda la vida hemos estado equivocados cuando se hablaba del sexo débil”

lunes, 30 de marzo de 2020

Qué es la inmunidad de grupo y por qué puede parar la epidemia elhuffingtonpost

Conocer el número real de casos es crucial para entender mejor el coronavirus, pero sobre todo para saber el porcentaje de población inmunizada que puede salvar al resto.


UAN MANUEL SERRANO ARCE/GETTY IMAGES
Trabajadores de Cantabria Labs, preparando un envío de geles desinfectantes para el hospital de campaña de IFEMA.
“Hay gente con una cierta inmunidad de base, y esto tendrá implicaciones en la evolución de la epidemia en el futuro, pero lo explicaremos en los próximos días”. Fernando Simón, principal portavoz del Gobierno en la crisis sanitaria del coronavirus, contestaba así a un periodista que le preguntaba este miércoles, 25 de marzo, sobre la inmunidad colectiva como estrategia contra la pandemia. 
“Es uno de los aspectos que hay que empezar a comunicar a partir de ya”, reconocía Simón. “A medida que nos acercamos al pico, tenemos que pensar en dos asuntos: el desescalado progresivo de las medidas de confinamiento y, en un futuro más lejano, la inmunidad de base con la que cuentan algunas personas y el impacto que esta pueda tener en siguientes olas epidémicas”.  
De nuevo este viernes, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad volvía sobre el tema: “Queremos tener un cuadro claro de cuánta transmisión real ha habido, para valorar el posible nivel de inmunidad que se ha generado entre la población”. Simón se ha referido a todos los casos de coronavirus que no se han detectado en España los de personas asintomáticas, pero también los de aquellas que no han ido al médico por tener una sintomatología leve o que sí han ido pero no les han hecho la prueba por falta de tests, reconociendo así una falla en el sistemaEsa falla es la que en un futuro próximo se puede utilizar como defensa. 

¿Qué es la inmunidad colectiva?

“La inmunidad de rebaño, también conocida como inmunidad colectiva, de grupo, o de manada se da cuando un número suficiente de individuos están protegidos frente a una determinada infección y actúan como ‘cortafuegos’ impidiendo que el agente infeccioso alcance a los que no están protegidos, es decir, que son susceptibles a esa infección”, explica Teresa Pérez Gracia, catedrática de Microbiología de la Universidad CEU Cardenal Herrera. 
“Normalmente, este tipo de protección es la que se busca a través de la vacunación. Pero en el caso de la infección por SARS-CoV-2, al no disponer de vacunas, esta inmunidad se podría llegar a conseguir con el tiempo, cuando hayan superado la infección tantos individuos (de forma clínica o subclínica) que el virus no encuentre fácilmente personas susceptibles a las que infectar”, apunta. De este modo, se cortaría la transmisión.
Habrá gente a la que le suene el concepto gracias al movimiento antivacunas surgido recientemente. Uno de los principales argumentos contra este movimiento es precisamente que si algunos padres dejan de vacunar a sus hijos, se rompe la inmunidad colectiva frente a ciertas enfermedades. El sarampión es un claro ejemplo, ya que para alcanzar esa resistencia de grupo y proteger a las personas no inmunes tiene que estar vacunada aproximadamente el 90% de la población. De lo contrario, surgen nuevos brotes, como ha ocurrido últimamente en algunas zonas de Europa y del mundo
Si una persona no está vacunada porque no puede, el efecto rebaño impide que el microorganismo patógeno llegue a los más susceptibles
“Si una persona no está vacunada porque no puede, el efecto rebaño impide que el microorganismo patógeno llegue a los más susceptibles”, señala José Prieto, catedrático de Microbiología de la Universidad Complutense de Madrid. “Cuanto mayor sea el grupo inmunizado, mayor será la barrera contra el contagio”, ilustra.
Con datos del 27 de marzo, en España hay 9.357 personas curadas, que en teoría habrían desarrollado anticuerpos contra el coronavirus. Es una cifra importante que seguirá creciendo con los días, pero que plantea varias cuestiones si lo que se quiere es alcanzar esa inmunidad colectiva.
En primer lugar, que esos miles de personas suponen una cantidad insuficiente. “Por lo que sabemos, más de un 70% de la población tendría que estar inmunizada contra este nuevo coronavirus para lograr la inmunidad de grupo. Es decir, el 70% de la población tendría que haberse contagiado para que esa barrera fuera útil y beneficiosa”, explica Manuel Menduiña, especialista en Medicina Interna del Hospital Virgen de las Nieves de Granada.
En segundo lugar, que al ser un virus desconocido, no se sabe con certeza si la población contagiada queda inmunizada, hasta qué punto o durante cuánto tiempo. “Sospechamos que el paciente curado está inmunizado, pero no es un dato fehaciente”, reconoce Menduiña. “En la mayoría de infecciones víricas es así, pero este es un terreno nuevo y tampoco se sabe a ciencia cierta”.
El 70% de la población tendría que inmunizarse contra el coronavirus para crear una buena barrera de protección colectiva
Teresa Pérez Gracia explica que uno de los factores que afectan a este valor es el R0, que calcula a cuántas personas puede contagiar un individuo infectado. Para el Covid-19 se estima entre 2 y 3 (un 2,68); el sarampión, en comparación, tiene un R0 superior a 12, por eso requiere que el 90% de las personas estén inmunizadas. No obstante, “en el caso de SARS-CoV-2 no tenemos suficientes datos como para entender aún la epidemiología de la infección y, además, el grado de inmunidad adquirido tras la infección está por determinar”, aclara la experta.
En tercer lugar, no se conoce el número real de personas que han pasado el virus en España. Esto puede ser una baza, por un lado, ya que hay muchas más personas inmunizadas de las que se cree; por otro, esas personas están ejerciendo (o han ejercido) como vectores de contagio, recuerda José Prieto.
“Hoy por hoy, hablar de la inmunidad de grupo como forma de frenar esta epidemia me parece confuso”, señala. “De momento, los jóvenes, más que hacer de barrera, están siendo transmisores. No seamos tan optimistas”, sostiene. 
Teresa Pérez Gracia, por su parte, hace hincapié en la importancia de contar con unas cifras fiables de contagiados. “Con los datos que tenemos ahora mismo, el porcentaje de población española afectada por el coronavirus es del 0,12%, pero es una tasa ficticia”, afirma. Aunque se sabe que este tanto por ciento “es bastante mayor”, todavía no se puede dar una cifra concreta.

Los tests de anticuerpos, primer paso para la meta

Dar con ese dato es una de las misiones del Ministerio de Sanidad para su estrategia a medio plazo. Fernando Simón ya ha revelado este viernes que comenzarán a realizar tests serológicos “en breve”. Estas pruebas, que detectan si el individuo ha generado anticuerpos contra el virus, “empiezan a estar disponibles”, ha asegurado. De lo que se trata ahora es de averiguar qué porcentaje de población tiene un cierto grado de inmunidad y cuánto tiempo dura.
“Cuando se hagan tests de anticuerpos no sólo se podrá saber el número real de contagiados, sino también ver la inmunidad por grupos de población, por barrios e incluso por familias”, añade Prieto. 
Esto podría servir también para el “desescalado progresivo de las medidas de confinamiento” que menciona Simón y que, tarde o temprano, se tiene que plantear. “En Madrid, empieza a haber un número importante de curaciones, y en Cataluña dentro de unos días también las habrá. A lo mejor la estrategia es ir levantando por zonas las medidas de confinamiento y proteger a la gente más vulnerable mientras se gana tiempo hasta que se consiga la vacuna”, teoriza Menduiña.
De momento, si se logra la inmunidad de grupo será de cara a próximas oleadas de coronavirus, y los epidemiólogos cuentan con ello. De hecho, aun sabiendo que la situación sanitaria es dramática, entre los científicos se percibe un punto de fascinación hacia este nuevo virus y lo que la humanidad puede aprender de él. “Es lo que en la guerra se llama aprovechamiento del éxito”, apunta José Prieto. “Con la experiencia y los datos recabados, se trata de invertir la situación cuando vuelva a darse”, explica. “Y para la próxima epidemia, tendremos una cantidad enorme de información que será fantástica”.

Tener barba no aumenta el riesgo de coronavirus, pero sí tienes que saber cómo cuidarla elhuffingtonpost

Ha habido muchos rumores sobre el aumento de contagio en hombres que no se afeitan.

Por
Marina Prats

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El coronavirus ha dado lugar a muchas preguntas sobre su propagación, su contagio y su letalidad. Una de las dudas más frecuentes la tienen los hombres con barba. De hecho, las búsquedas en Google de “barba coronavirus” se han disparado en el último mes en España.
Búsquedas de "barba coronavirus" en Google en España.
Esto se debe a un bulo extendido en el mes de marzo que señalaba que los hombres con barba podrían tener más posibilidades de contagiarse porque las mascarillas no les ofrecen una protección hermética.
Esta imagen difundida en redes sociales es de 2017 y en ella se muestra la falta de aislamiento en caso de utilizar respiradores y un tipo concreto de mascarilla de cierre hermético, las FFP2 con filtro. Nada que ver con un mayor contagio de coronavirus del ciudadano de a pie.
Los hombres con barba NO tienen mayor riesgo de contagio. Así lo indica el Center for Diseases Control (CDC), que recuerda que “no se recomienda” el uso de mascarillas para la población general, para los que la barba no es ningún problema. También señala que el gráfico anterior va dirigido a los sanitarios, que son quienes tienen que tener estas medidas de protección.

El #Yomeafeitoporti, el adiós a la barba de los sanitarios

A raíz de estas recomendaciones, algunos sanitarios españoles han lanzado la iniciativa #Yomeafeitoporti con la que recuerdan que la necesidad de afeitarse es suya porque son quienes utilizan las mascarillas FFP2 para tratar con pacientes con COVID-19.
Según explica Jesús Molina Cabrillana, secretario la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (Sempsph) al medio especializado Redacción Médica, “la mascarilla debe de ajustarse bien a la cara. Por lo tanto, para que se ajuste lo máximo posible se debe de eliminar la presencia de barba”.

Mientras los sanitarios se afeitan, el cómico y actor Jim Carrey ha decidido lanzar un reto en Twitter para dejarse barba durante la cuarentena llamado #LetsGrowTogether, al que se han sumado cientos de hombres.

¿Tengo que tener algún cuidado especial?

Aunque no sea causa de mayor contagio, sí que hay extremar las medidas de higiene, como cualquier parte de la cara o las manos. “Los virus sobreviven en superficies húmedas, las barbas seguramente lo son más que la piel”, explicó a Infobae la médica infectóloga Cristina Freuler.

Por lo que sí que es conveniente recortarla y limpiarla correctamente y, sobre todo, no tocársela con frecuencia como sucede con la cara. Lo que ocurre es que el vello facial aloja más bacterias: en la barba de un hombre hay más que en la piel de un perro, según un estudio realizado en la Clínica Hirslanden (Suiza) en 2019.

Para evitarlo, lo primero que hay que hacer es lavarla con frecuencia. El youtuber especializado en cuidados de barba Los consejos de Michael explica los pasos a seguir para un correcto lavado de la barba que se tiene que realizar como mínimo una vez en semana:

1. Humedecer la barba con agua y hacer círculos sobre ella con jabón para barba.
YOUTUBE
2. Extender con las manos haciendo círculos e incidir con los dedos en la piel.
YOUTUBE
3. Aclarar con agua.

Tampoco hay que olvidar recortarla. Según explicó Jordi Pérez, propietario de La Barbería de Gracia (Barcelona) a XL Semanal, el recorte debe ser cada tres semanas, tanto en barbería como en casa, y en el caso de barbas más largas (hipsters) cada cuatro o cinco.

sábado, 28 de marzo de 2020

Por qué muchos pacientes se curan y especialmente los ancianos no elhuffingtonpost

Quién vive y quién muere.

Por
The Conversation, Colaborador


Una mujer mayor en Barcelona.
Por Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas, catedrático de Inmunología, Centro de Investigación Biomédica, Universidad de Granada:

Es una de las dudas que más nos asalta estos días. ¿Qué circunstancias hacen que algunas personas muestren síntomas leves ante el COVID-19, otras sufran una enfermedad grave pero se recuperen, y otras pierdan la vida? ¿Existe alguna explicación? La causa no es única, y para entenderlo es necesario analizar la complejidad de la respuesta inmunitaria frente al virus.

Más puertas de entrada con diabetes y cardiopatías

Los virus son microorganismos muy dependientes que, para poder dividirse, necesitan invadir una célula. Para entrar se acoplan a un receptor de la superficie celular que utilizan como caballo de Troya. En el caso del SARS-CoV-2, ese receptor es la Enzima Convertasa de la Angiotensina 2 (ACE2). Esta molécula está presente, entre otros órganos, en las células del pulmón, lo que explica los síntomas respiratorios del COVID-19.
Si el paciente sufre problemas cardiovasculares o diabetes, la expresión de esta molécula aumenta sustancialmente. Y eso implica que la entrada del virus a la célula resulta bastante más fácil. De ahí que estos pacientes formen parte de la población más vulnerable en estos momentos.

Cuando el virus irrumpe, el sistema inmunitario no se queda ni mucho menos de brazos cruzados. En lugar de eso responde a través de los mecanismos de la inmunidad innata o inespecífica, que cuentan con múltiples componentes celulares y humorales capaces de reaccionar en cuestión de minutos u horas.

Si la infección persiste –por ejemplo, porque la carga viral es importante–, entonces entra en marcha la inmunidad específica, con los linfocitos T CD8+ al frente. Aunque en la mayoría de los casos esta segunda respuesta es suficiente para eliminar la infección, en ciertos pacientes, sobre todo en los ancianos, los linfocitos son derrotados.

Más memoria inmunológica pero menos repertorio

¿Pero por qué? Hay que tener en cuenta que el sistema inmunitario evoluciona con la edad. Los jóvenes tienen menos células memoria (consecuencia de haber pasado menos infecciones) pero, en cambio, el repertorio de células con capacidad de reconocer antígenos diferentes y/o desconocidos es mayor.

En los ancianos ocurre justo lo contrario: abundan las células memoria –inútiles en el caso del SARS-CoV-2, puesto que es un nuevo virus– y su repertorio es mucho más reducido, lo que implica menor capacidad de respuesta.

Además, el envejecimiento conlleva también inmunosenescencia. Eso quiere decir que el sistema inmunitario de los mayores adquiere un estado de activación latente pero, paradójicamente, la amplitud de la respuesta a cada antígeno es sustancialmente menor. Dicho de otro modo, sus defensas están alerta todo el tiempo, pero responden con poca fuerza. Eso explica, entre otras cosas, la menor capacidad de respuesta al virus de la gripe en la tercera edad. La inmunosenescencia provoca, además, una disminución de la vigilancia antitumoral y un aumento de procesos autoinmunes.

Quién vive y quién muere

Comparando los parámetros inmunológicos presentes en los pacientes que sobreviven a la infección y los que acaban muriendo, podemos deducir algunas diferencias importantes. Un reciente estudio realizado en una paciente que evolucionó positivamente y a quien se analizó diariamente, permitió evidenciar una muy vigorosa respuesta inmunitaria frente al virus. En su caso, a los 7 días tras el inicio de los síntomas se comenzaron a detectar en sangre tres tipos de células para hacer frente al virus: células T colaboradoras foliculares, especializadas en cooperar con los linfocitos B para la producción de anticuerpos; células productoras de anticuerpos; y células T citotóxicas.

Estas dos últimas poblaciones alcanzaron un pico los días 8 y 9 tras el inicio de los síntomas, justo antes de que se produjera el alta hospitalaria en el día 10. Tres semanas después de la infección, ya habían retornado a niveles basales. Y en ningún momento se detectaron niveles alterados de citocinas proinflamatorias. Datos similares se encuentran en otras series de pacientes.

Justo lo contrario sucede en los pacientes con mal pronóstico. Estos suelen tener una importante disminución en el número total de linfocitos (linfopenia, en términos médicos), que ocurre sobre todo a expensas de las células T CD8+, responsables de la respuesta celular específica frente al virus, que son las principales afectadas por la merma.

A esto se le suma que, en los pacientes más graves, la secreción de citocinas proinflamatorias, en especial la Interleucina-6 (IL-6), es muy elevada. La hiperproducción de IL-6 tiene un efecto colateral indeseado, ya que la cascada de citocinas proinflamatorias causan daño en los tejidos, desencadenando lo que se conoce como tormenta de citocinas. Este fenómeno causa patologías muy graves, y se sospecha que fue el mecanismo por el que más de cincuenta millones de personas murieron en 1917-18 durante la tristemente recordada pandemia de la gripe española, que provocaba necrosis (muerte celular) pulmonar.

La táctica de bloquear la Interleucina-6

Para afrontar el problema, entre las estrategias de tratamiento existen al menos dos ensayos clínicos en hospitales de Madrid (Ramón y Cajal y Gregorio Marañón) que exploran la administración de anticuerpos monoclonales que bloquean directamente la IL-6 (Tocilizumab) o el receptor de la IL-6 (Sarilumab), para comprobar su efecto positivo en la recuperación de estos pacientes.

Lo que está claro es que para conseguir la eliminación del virus es necesario montar una respuesta inmunitaria poderosa y bien coordinada, típica de los individuos jóvenes y sin problemas de inmunodepresión. Las alteraciones que conlleva la inmunosenescencia ocasionan no solamente una respuesta menos vigorosa, sino también incorrectamente regulada.

LIFE Cuánto tiempo sobrevive el coronavirus en la piel, el pelo y las uñas elhuffingtonpost

Si el estrés de la cuarentena hace que te muerdas las uñas más de lo habitual, deberías prestar aún más atención a la higiene.

Por
Katie McPherson

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Si antes de la pandemia de coronavirus no te lavabas las manos correcta y frecuentemente, después de toda esta crisis habrás aprendido que es una de las mejores formas de evitar los contagios.

Pero igual que hay que lavarse las manos, ¿con qué frecuencia deberías lavarte el resto del cuerpo? Si trabajas desde casa quizás tienes la manía de tocarte el pelo con las manos mientras reflexionas, y eso contribuye a extender los gérmenes a otras partes.

Mobeen H. Rathore, jefe de enfermedades infecciosas e inmunología del Hospital Infantil de Jacksonville, explica que los investigadores están ahora empezando a entender cuánto puede vivir el virus fuera del cuerpo humano.

“Conocemos este virus desde hace solo unos meses y no sabemos tanto como la gente piensa. Lo que sí que sabemos es que sobrevive en superficies duras, como las encimeras, durante dos o tres días. Por eso es tan importante comprender que debemos limpiar las superficies. Algunos estudios señalan que el virus puede mantenerse en suspenso en el aire hasta tres horas. Ese es un dato nuevo y preliminar que puede cambiar en cualquier momento, hay que tenerlo claro”, apunta.
Si el coronavirus es capaz de vivir en una superficie dura o blanda durante días, ¿cuánto puede vivir en la piel? El tiempo exacto se desconoce, pero, en palabras de Rathore: “Vive el suficiente como para transmitirse de una persona a otra”, y de ahí la importancia de lavarse las manos y llevar guantes.

Lavarte la zona de alrededor y de debajo de las uñas es igual de importante. De hecho, si el estrés de la cuarentena está haciendo que te muerdas las uñas más de lo habitual, deberías prestarle aún más atención a la higiene.

“No existe ningún gel, pomada o pintaúñas específico para los gérmenes de las uñas, simplemente hay que prestarles más atención porque tienen muchos resquicios donde se puede alojar el virus y son más difíciles de limpiar al lavarte las manos”, expone Elizabeth Ransom, jefa de medicina de Baptist Health. “Debajo de las uñas pasa lo mismo. Hay que poner especial atención al lavarse esa zona”.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) recomiendan que los sanitarios no se dejen las uñas largas ni lleven uñas postizas, ya que los gérmenes alojados bajo estas pueden sobrevivir a los lavados de manos, por lo que ahora es más importante que nunca lavarse bien.

“Sabemos que las uñas postizas no son recomendables para prevenir infecciones y es mejor no llevar”, sostiene Rathore.
MARIGO20 VIA GETTY IMAGES Las uñas largas y postizas son un posible nido de gérmenes.
Por otro lado, a Ransom no le preocupa demasiado el pelo u otras zonas de la piel, ya que rara vez portan virus, teniendo en cuenta que pocas veces entran en contacto con superficies infectadas. Siempre y cuando te laves las manos con frecuencia, puedes seguir jugando con tu pelo todo lo que quieras.

“Podrías tener virus en el pelo, pero sería difícil de imaginar, ya que alguien tendría que toser encima de ti y dejarte las gotículas en el pelo”, tranquiliza Ransom. “El mecanismo más común de transmisión son las manos, porque las usamos en todo momento, no dejamos de tocar cosas y no nos damos cuenta. Seguidamente, nos tocamos la cara a todas horas sin darnos cuenta”.

Si lavarse las manos (y las uñas) es el único hábito higiénico que deberías reforzar ahora mismo, ¿importa el jabón o desinfectante que utilices? Los expertos coinciden en que cualquier jabón de manos sirve y que el desinfectante debe ser una segunda opción.

“De verdad, jabón y agua es lo mejor”, afirma Ransom. “Muchos estudios demuestran que el jabón antibacteriano no ofrece ninguna ventaja significativa. El desinfectante de manos está bien si no te puedes lavar las manos en ese momento y acabas de tocar una barandilla, pero no limpia del todo los recovecos de las uñas ni la suciedad ni la grasa de la piel, así que al virus le puede resultar más sencillo sobrevivir”.

viernes, 27 de marzo de 2020

¿Es peligroso llevar anillos durante la pandemia de coronavirus? elhuffingtonpost

Los relojes, pulseras u otras joyas, también generan dudas.

Por
Uxía Prieto

Ante el coronavirus, toda precaución es poca. Los expertos no se cansan de enumerar las medidas más eficaces para prevenir el contagio, y la más importante sigue siendo la misma desde que la pandemia dio sus primeros pasos: lavarse las manos. También dentro de casa.

Y con esta recomendación de higiene personal, surgen varias preguntas.¿Puedo llevar anillos? ¿Cómo los lavo? En el caso de los sanitarios, el Ministerio de Sanidad ha indicado que se debe “evitar el uso de anillos, pulseras, relojes de muñeca u otros adornos”. Para el resto de la población es indispensable seguir unas pautas de higiene para evitar que los anillos u otro tipo de joyas ayuden a propagar el contagio.

Aunque todavía no se sabe con certeza varios estudios señalan que el COVID-19 puede permanecer varias horas o días en diversas superficies. En el acero inoxidable, material con el que están fabricadas muchas joyas o relojes, puede llegar a durar hasta tres días. Por lo tanto, lo más recomendable es evitarlo y no utilizar cualquier tipo de joya y especialmente anillos durante el tiempo que dure la pandemia si se quiere mantener el cuidado al máximo.
Un hombre con guantes y relo
La profesora Lucy Wilson, del departamento de emergencias sanitarias de la Universidad de Baltimore (Estados Unidos), también apunta que al lavarse más las manos para mantener la higiene la piel puede irritarse, una situación que se agravaría al utilizar anillos.

Si te los vas a poner, lávalos bien

Lavarse las manos bien significa enjabonarlas durante al menos 20 segundos y no dejar ningún palmo de piel sin frotar, por eso es importante quitarse los anillos mientras se hace. Pero de poco sirve el gesto si luego vuelves a ponerte las joyas sin haberlas limpiado previamente.

“Si los anillos estaban contaminados y te los vuelves a colocar después de lavarte las manos, has vuelto a contaminar tus manos”, explica la profesora Wilson. De ahí que sea tan importan desinfectarlos previamente.

Para esto, los expertos recomiendan limpiarlos con agua y jabón en agua templada. Nunca se debe utilizar gel desinfectante de manos, especialmente en gemas o perlas, ya que puede dañar la joya. También se puede utilizar una toallita o disco de algodón con agua oxigenada.

Sufro trastorno del pánico desde los 7 años y tengo algo que decir elhuffingtonpost

Mi trastorno del pánico no es un secreto que me avergüence.

Por
Danielle Owen, Colaborador

DANIELLE OWEN
No parezco una persona con ansiedad. Soy adicta a la adrenalina, he viajado a más de 80 países yo sola y voy adonde me lleva la corriente. Pero, al igual que sucede con tantas enfermedades, la ansiedad también puede ser invisible.

No tuve ninguna experiencia cercana a la muerte de niña. No sufrí traumas ni penurias de las que habitualmente provocan trastornos de ansiedad en los niños. Echo la vista atrás y no cambiaría nada de mi infancia.

La primera vez que me sucedió era una niña de 7 años a la que le encantaba la gimnasia y el fútbol.
Estábamos viendo una película en familia. Mi madre, mi padre, mi hermano mayor y yo estábamos acomodados cuando de repente noté que no podía respirar. Era como si alguien estuviera estrujándome el pecho desde dentro para que no entrara nada de aire. Empecé a hiperventilar, a temblar y a sentir aguijonazos desde la boca hasta las yemas de los dedos.

Mi madre me envolvió en una manta y me sentó en la encimera. Llamó al médico y este le dijo que era una reacción alérgica al ibuprofeno.

En realidad estaba sufriendo mi primer ataque de pánico.

Cuando me diagnosticaron oficialmente trastorno del pánico con 10 años, mi pediatra lo comparó con un volcán. Rara vez me preocupo por algo, al menos conscientemente, y eso significa que lo hago inconscientemente (y al parecer, esa no es la mejor forma de procesar los sentimientos). El médico me explicó que me trago todas mis preocpaciones hasta que entran en ebullición y erupcionan en forma de ataque de pánico. Y esa es la mejor forma de explicarlo que he oído hasta el día de hoy.

“Era como si alguien estuviera estrujándome el pecho desde dentro para que no entrara nada de aire. Empecé a hiperventilar, a temblar y a sentir aguijonazos”

Casi uno de cada 50 adultos en Estados Unidos sufrirá un ataque de pánico en algún momento de su vida, según el Instituto Nacional de Salud Mental. En todo el mundo, el porcentaje tal vez sea hasta del 13,2%.

Es incómodo hablar sobre mi trastorno del pánico, pero cada vez que alguien se pone en contacto conmigo para pedirme ayuda me alegro de haberlo hecho público. La simple afirmación de que alguien ha pasado por lo mismo que tú es una gran ayuda para una persona que sufre un ataque de pánico por primera vez.

Actualmente, puedo pasar casi un año sin sufrir ningún ataque. O puedo sufrir varios en una misma semana.

Los síntomas no han cambiado mucho desde que tenía 7 años. Mi corazón se salta un latido (literalmente), doy una bocanada para recuperar el aliento y me preparo para lo que viene después. Empiezo a retorcer las manos para seguir sintiéndolas el mayor tiempo posible. Se me entumece la boca, luego el resto de la cara y luego las manos y brazos. A veces se me tensan tanto los abdominales que parece como si los estuviera triturando con cada movimiento. Al final, hiperventilo, noto con claridad todas las sensaciones de mi cuerpo y pienso que me voy a morir. O a volverme loca. O ambas cosas.

Cuando empeora mucho, sufro desrealización y despersonalización. Me siento desvinculada de mi cuerpo y mis alrededores. Es como si entrara en otra dimensión y no estuviera contemplando el mismo mundo que los demás. Los sonidos no son los que deberían ser y cualquier movimiento es aborrecible. Es imposible de explicar bien, pero es absolutamente terrorífico.

“Me preocupa que los desconocidos me tachen de loca y de persona potencialmente peligrosa”

Después de 23 años de ataques de pánico, soy capaz de mantener la compostura durante más tiempo que antes. Solo es un ataque de pánico, me digo. Siempre acaban. Y pienso en eso durante un tiempo mientras me concentro en respirar lenta y superficialmente hasta que se me pasa.

Pero independientemente de la cantidad de veces que me haya sucedido antes, pierdo todo el control sobre mi pensamiento racional. No hay técnica de relajación que pueda cambiar eso.

Además del terror que me provoca que mi cuerpo colapse, también me preocupan las personas de mi entorno. Me preocupa que los desconocidos me tachen de loca y de persona potencialmente peligrosa. Me preocupa que la persona con la que he quedado para comer se pregunte qué hago tanto tiempo en el baño. Me preocupa que el tío con el que acabo de empezar a salir piense que soy insoportable cuando le cuente mi problema o cuando lo viva él mismo en directo.

Puedo estar sin hacer nada (tumbada en la playa, viendo Netflix, o conduciendo) y de repente, todo cambia. La gente siempre quiere saber qué ha pasado, por qué ha pasado y en qué estaba pensando para que empezara el ataque de pánico. La respuesta siempre es la misma: nada.

Si alguien de tu entorno tiene un ataque de pánico, no es culpa tuya y no tiene que ver necesariamente con algo a tu alrededor. Mucha gente sufre ataques de pánico de repente y sin motivo.

Los trastornos de pánico varían según cada persona, pero hay algunas cosas que he descubierto por mí misma que ayudan a llevarlo mejor.

“Si la otra persona huye al contarle mis problemas, no es la clase de persona que quiero tener a mi lado”

Respirar hondo a veces empeora los síntomas de un ataque de pánico si hiperventilas. Calmar la respiración es importante, pero también hay que intentar respirar más superficialmente. De lo contrario, agravas los síntomas de hiperventilación, que se producen por expulsar demasiado dióxido de carbono. Investiga las formas que hay de calmar la respiración y utiliza la que mejor te funcione.

Ser sincera con los demás sobre mi trastorno del pánico también ayuda. Al principio no me daba cuenta de cuánto me afectaba de forma subconsciente el miedo a tener un ataque de pánico en público, pero me quité un gran peso de encima cuando empecé a sincerarme con mis mejores amigos de adolescente.

Quiero deciros que me pasa esto. Quizás os asustéis mucho si estáis cerca, así que os aviso de que aunque os diga que me estoy muriendo, no es verdad. Una bolsa de papel ayuda bastante. También me ayuda cuando me recuerdan que me ha pasado más veces en el pasado y que terminará pronto.

Es difícil hablar sobre ello al principio, pero cuanto más lo haces, más fácil se vuelve. En la actualidad probablemente sea demasiado abierta sobre el tema. Cuando sé que voy a pasar mucho tiempo con una persona, busco la forma de sacar el tema. Así, si sufro un ataque de pánico, me estreso menos y la otra persona estará menos preocupada y confusa si lo presencia. Si la otra persona huye al contarle mis problemas, no es la clase de persona que quiero tener a mi lado.

Mas de 43 millones de adultos en Estados Unidos sufren alguna enfermedad mental todos los años, según el NIMH. No estoy sola en absoluto. Todos somos humanos y y queremos relacionarnos. Queremos saber que hay más gente que sufre duelos, rupturas de corazón, ansiedad...

Mi trastorno del pánico no es un secreto que me avergüence y no tengo por qué sentir miedo a que la gente descubra mi enfermedad mental. Eso ha hecho más por mí que cualquier otra cosa.

Tractores contra el coronavirus granadahoy.com

TRIBUNA


ADRIÁN VÁZQUEZ LÁZARA MARI CARMEN MARTÍNEZ
Eurodiputado de Ciudadanos Diputada por Cádiz de Ciudadanos

Las gentes del campo, de forma espontánea, se han lanzado a rociar con productos desinfectantes -o, simplemente, lejía mezclada con agua-- las calles y plazas de los pueblos

Tractores contra el coronavirus ROSELL
En muy pocas semanas, los tractores han pasado de cortar carreteras a desinfectarlas. La crisis del coronavirus, que primero paró las protestas del campo, ha llevado ahora a los vehículos de labor a movilizarse en la gran batalla contra el coronavirus: desde Andalucía hasta Castilla y León, pasando por La Mancha, Galicia, Extremadura y todas las comunidades autónomas, las gentes del campo, de forma prácticamente espontánea, se han lanzado a rociar con productos desinfectantes -o, simplemente, lejía mezclada con agua- las calles y plazas de los pueblos. De acuerdo con los ayuntamientos y los servicios de protección civil, estos auténticos ejércitos ponen a disposición de los vecinos sus atomizadores y sus equipos de lucha contra las plagas, y también su tiempo. Saben que son muy útiles a la comunidad, y que este es un momento como pocos para demostrarlo.
La solidaridad del campo en situaciones críticas como la que estamos pasando ya arrancó hace semanas, cuando empezaron las primeras señales de alarma del coronavirus. El incendio que estaba propagándose desde enero por los problemas de los precios del combustible, el Salario Mínimo Interprofesional y las ventas a pérdida, se sofocó rápidamente la segunda semana de marzo. Las organizaciones agrarias entendieron, con buen criterio, cuál era la auténtica emergencia nacional. Los problemas pendientes no les impidieron verlo, y por eso anunciaron una tregua en sus movilizaciones.
Una tregua, además, fundamental para lo que hicieron esos mismos agricultores y ganaderos a continuación: volcarse para mantener la producción y evitar el desabastecimiento, movilizarse para que no fallaran ni las cadenas de distribución ni los trabajos de recolección, la preparación de la siembra, el cuidado de los animales… Y nada de eso está fallando, gracias a los enormes sacrificios de todos ellos y al trabajo extra de explotaciones y cooperativas.
La agricultura y la ganadería son sectores estratégicos, y deben ser considerados prioritarios en esta crisis. De ellos depende, como hemos visto en primer plano en días pasados, el abastecimiento de materias primas y productos de primera necesidad. De esos sectores dependen también decenas de miles de empleos de asalariados, autónomos y cooperativistas. Hay algunas actividades que están sufriendo mucho, como la de la flor cortada -muy castigada por la suspensión general de actividades y fiestas- y el sector vitivinícola; también la fresa, el ovino y el porcino, entre otros. Por eso acabamos de pedir al ministro de Agricultura, Luis Planas, que impulse una campaña de apoyo a los productos agroalimentarios españoles cuya venta se está viendo afectada en los controles fronterizos por la desinformación sobre el Covid-19. Independientemente de que a través de los alimentos no hay transmisión del virus, algo que es bueno recordar ahora, la cadena alimentaria de nuestro país cuenta con medidas sanitarias de altísimo nivel.
En Bruselas hemos pedido a la Comisión Europea que, además de tener muy en cuenta las ayudas económicas para paliar el efecto devastador de la pandemia en el campo, con especial atención a determinados sectores que sufren más, ponga en marcha un plan de respaldo a las administraciones nacionales; un plan que facilite los trámites para que los agricultores puedan solicitar ayudas a la Política Agraria Común (PAC), ampliando los plazos para hacerlo más allá del 15 de junio, y manteniendo abierta la posibilidad de ampliar dicho plazo más allá de esa fecha, en caso de que fuera necesario.
El campo está luchando contra la crisis en diversos frentes. Y está ante una gran oportunidad: los ciudadanos han visto un comportamiento primero responsable, frenar las protestas de los tractores, y luego, solidario, colaborar con esos mismos tractores en la desinfección. Pero han tenido sobre todo la oportunidad de comprobar de primera mano, y con muchos nervios los primeros días, lo que supone tener a su alcance, en las estanterías del supermercado, productos sanos, de calidad y con garantías de producción.
No se trata sólo de que estas imágenes cuenten cuando se reanuden las negociaciones para resolver los problemas aplazados. Es que es de justicia que las instituciones europeas y las autoridades españolas, a todos los niveles, se vuelquen ahora en ayudar a un sector que ha estado ahí cuando más lo hemos necesitado para garantizar el abastecimiento de alimentos y productos básicos de forma segura, y para mantener la cadena agroalimentaria.