HACE 800.000 años, un campamento de Homo antecessor, en Atapuerca, fue atacado por una horda de la misma especie, pero de distinto grupo, que mató y devoró al menos a 10 individuos, casi todos ellos niños y niñas, de corta edad.
También en Atapuerca, hace unos 400.000 años, la mente simbólica del hombre, crea los ritos funerarios y la cultura de la muerte que distinguen al ser humano del resto de las especies. Miles de años después, surge el rito central de la cultura cristiana, la Eucaristía, en el que la antropofagia simbólica se mezcla con el sacrificio expiatorio. "El manjar eucarístico contiene, como todos saben -Trento dixit-, verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, junto con el alma y la divinidad de Nuestro señor Jesucristo", víctima expiatoria de los pecados de la humanidad y, al mismo tiempo, manjar que da la vida eterna. El que comulga se está comiendo a un ser humano completo, según ese concilio.
En las semanas anteriores a la Toma de Granada, forzados por la falta de alimentos y por la imposibilidad de avituallamiento, los defensores islámicos de la ciudad se comieron a 260 prisioneros cristianos.
El Estado de Israel existe, en parte, gracias a las víctimas del Holocausto y al sentimiento de culpa que invadió a la humanidad por no haber podido evitarlo. Y en esto los judíos no se diferencian mucho del comportamiento que venimos observando desde hace cientos de miles de años en los miembros de nuestra especie que, real o simbólicamente, se nutren de los muertos. Las víctimas del Holocausto, en una adaptación judía de la Eucaristía, son, como Cristo, chivos expiatorios de la humillación alemana en la I Guerra Mundial y manjar que da la vida y la justificación al Estado de Israel, para siempre y para todas las atrocidades que pueda cometer. En Granada, ahora, Sebastián Pérez, acaba de practicar con García Lorca un acto de antropofagia simbólica, enraizado en Atapuerca y en la Última Cena. Antes de engullir al poeta universal, para hacerlo más digerible, lo ha jibarizado, nombrándolo Hijo Predilecto de la provincia. Pérez tiene gustos variados. Como concejal, apoyó el mantenimiento de la estatua dedicada al fundador de Falange y la retirada de la humilde placa que colocan familiares y asociaciones en las tapias del cementerio para conservar viva la memoria de los fusilados en ese lugar. Y como presidente de la Diputación, homenajea a Lorca, cerca del lugar donde fue asesinado por seis sicarios del falangista Nestares. No ha necesitado omeprazol para una digestión tan laboriosa, sólo votos.
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