XVII Festival Internacional de Teatro de Humor de Santa Fe. Compañía: La Zaranda. Texto: Eusebio Calonge. Actores: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos. Dirección: Paco de la Zaranda. Lugar: Casa de la Cultura de Santa Fe. Fecha: sábado 15 de octubre de 2011.
Desde hace años, La Zaranda es una de las compañías más sobresalientes en el variopinto panorama del teatro contemporáneo nacional e internacional, girando sus espectáculos por Francia, Nueva York, México, Venezuela o Argentina, con multitud de espectadores que seguimos puntuales la trayectoria concienzuda y silente (sin pompa ni grandes aspavientos) de esta compañía de provincias, fiel a sí misma.
En Granada es la segunda vez que se exhibe esta pieza, a sala llena. El rigor creativo que desprende en escena y el placer que nos devuelve su trabajo permanecen intactos cuando se re-visita.
En Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros, la historia que nos cuentan y los personajes giran, nuevamente, en torno a la muerte; difuminando los lindes entre el espacio metafórico que surge al superponer lo vivo y lo muerto. Un viejo caserío con blasón, que un día tuvo lujoso salón de espejos y jardín tan extenso en el que nunca se ponía el sol, se superpone a la ruina, y a la decadencia moribunda de los tres seres -espectros- que conviven bajo esas paredes hoy: la anciana dueña moribunda, el sobrino algo dudoso y la vieja ama de la casa.
La ruina y la decadencia de paisaje y personajes, el espejo deforme y grotesco con el que se sirven, apuntan en La Zaranda metafóricamente siempre a la condición humana, a cierta miseria de corte existencial.
Lo extraordinario es su estilo, la perfección formal de todo el engranaje. Interpretación espléndida en un registro tan difícil como el grotesco; movimiento escénico preciso -tanto en código realista como poético; el intenso sentido plástico y pictórico del escenario como lienzo, creando un sin fin de imágenes con atrezzo mínimo- narrativamente a la altura del símbolo; la belleza de una impronta visual cargada de fuertes contraluces; el sentido moderno de la ironía medulando el tono general de la pieza; el costumbrismo justo asomando en los diálogos de un texto depuradísimo -no es un monólogo con pinta de diálogo como tantas otras piezas- que se pasea por el absurdo, el humor negro, la metáfora poética, como si fuera un solo modo cotidiano de hablar...
En fin, pocas compañías como ésta saben concentrar tanta belleza escénica y fuerza narrativa, al servicio de una historia que siempre nos invita a pensar, reinventando una y otra vez la manera en la que apuntar frente a nuestras narices hacia la dignidad, pero también, la podredumbre -real y simbólica- que nos atañe cuando, entre los vivos, Nadie lo quiere creer.
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