JUAN García Montero, concejal de Cultura, ha añadido en apenas unas semanas varias marcas memorables a su currículo de gestor del mundo creativo de Granada. Otros tardan años en conseguir lo que él ha dinamitado en unos días. Veamos. Ha cerrado una biblioteca con 30 años de existencia para poner en marcha un grupo de coros y danzas; se ha enemistado con uno de los grandes escritores españoles, Antonio Muñoz Molina, que fue precisamente funcionario del Ayuntamiento de Granada en los años ochenta; ha embestido contra uno de los grandes nombres del rock español de todos los tiempos, Miguel Ríos; le ha mandado un recado poco amistoso a su amigo el espléndido pintor Juan Vida; le ha hecho un ademán poco cortés al cantaor Juan Pinilla, una de las grandes voces del flamenco actual; y ha dejado por el camino a un buen número de damnificados intelectuales, como el pedagogo Juan Mata. Si analizamos con cuidado su hazaña comprobaremos (anonados y confundidos) que ha empitonado casi todas las expresiones artísticas posibles: la novela, la pintura, el rock, el flamenco y el pensamiento. Y, por supuesto, el aprendizaje de la lectura. No ha tocado, supongo, la poesía por razones de fraternidad, y ha dejado libre a la escultura por los estrechos compromisos contraídos con la pléyade de la Avenida de la Constitución. Pero es cuestión de esperar a que se pongan a tiro.
Pocas veces un solo concejal ha sido capaz de acometer contra casi todo el catálogo de las disciplinas artísticas. Tampoco hay noticias de un político de provincias que haya corneado con tal saña a los representantes culturales de su ciudad, sobre todo teniendo en cuenta que son pocos y que algunos viven fuera. Reconozcámoslo: Eso es una gestión cultural y lo demás son tonterías. Se ve que el concejal, ensoberbecido por la próxima victoria de su partido en España, ha decidido cargar contra todo aquel que no admita que el verdadero artista es él, que para eso tiene los votos y el mando, un artista de un arte, el político, que excluye todas las opiniones contrarias. No deja de ser inquietante que Juan García Montero reproche a Muñoz, Ríos, Vida, Pinilla, etcétera, que se mueven por intereses políticos como si el "interés político" fuera cosa de los políticos profesionales como él y no de los ciudadanos. ¿Pero adónde vamos a llegar con tales imposturas? Una cosa es entregar un voto y otra distinta entregar la vida, y quien dice la vida dice su libertad individual, su derecho a la discrepancia y su libertad de expresión. Ninguna mayoría, por aplastante que sea, se puede convertir en un bozal para los discrepantes. Y si se convierte es que los principios de la democracia representativa han sido pervertidos. Cuidado.
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