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domingo, 26 de febrero de 2012

El Centro Guerrero inaugura la retrospectiva de Manuel Rivera sobre su presencia en Nueva York costadigital.ex




Manuel Rivera (Granada, 1927 - Madrid, 1995) fue uno de los primeros pintores españoles que llegó a ser plenamente abstracto. Su trabajo se convirtió pronto en una reflexión sobre la materia y las posibilidades del relieve, en las que incorporó tierras y pigmentos en crudo, arenas, arpilleras, hierros, maderas y todo tipo de papeles. A ello siguió el descubrimiento de las posibilidades compositivas de sus conocidas mallas metálicas. La exposición “Manuel Rivera. De Granada a Nueva York (1946-1960)” permite observar datos inéditos referidos a unos años capitales para conocer la evolución del artista. Se puede visitar en el Centro Guerrero hasta el próximo 3 de junio.

El diputado delegado de Cultura, José Antonio González Alcalá, ha destacado la relación “histórica y permanente” de la Diputación de Granada con Manuel Rivera, que arranca en la retrospectiva organizada en Madrid en 1997 por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y la institución provincial, la publicación de las memorias del artista por el servicio de publicaciones de la Diputación, dentro de su colección los Libros de la Estrella, la creación de una beca para jóvenes artistas que lleva su nombre y últimamente, la edición del Catálogo Razonado de su obra, junto a la Fundación Azcona. González Alcalá ha calificado la muestra como una “exposición única, una de las mejores que podrá verse en Granada este año, que renueva la apuesta de la institución y del Centro Guerrero con el artista”.

La directora del Centro Guerrero, Yolanda Romero, ha señalado el gran interés de la muestra para el público en general, y especialmente para los historiadores del arte y los interesados en la obra del artista granadino, porque “logra reconstruir, de una forma muy sistemática y rigurosa, el proceso creativo que concluye con el desembarco de Manuel Rivera en Nueva York”. Romero ha recordado también que la muestra supone, en cierta medida, el retorno de Rivera a la casa de su amigo José Guerrero y la oportunidad de reunir en un mismo espacio -el Centro Guerrero- las obras de dos artistas granadinos contemporáneos, que a pesar de trabajar en distinta clave (Guerrero en la americana y Rivera dentro del informalismo matérico europeo), compartieron afectos e incluso al mismo maestro, Gabriel Morcillo en la Escuela de Artes y Oficios de Granada.

El comisario de la exposición, Alfonso de la Torre, ha calificado la exposición como “un proyecto complejo, que ha supuesto la revisión exhaustiva del archivo personal de Manuel Rivera y que recupera el viaje singular de Rivera a Nueva York mediante la exhibición en Granada de un conjunto de obras que visitaron las bienales de Venecia y São Paulo y las exposiciones americanas de los años 60, como es el caso de la serie Metamorfosis”.
Una historia en cinco capítulos
De Granada a Nueva York, 1946-1960 narra, por medio de cinco capítulos, compuestos con pinturas y documentos personales, muchos inéditos, cómo se produjo el encuentro del artista con el complejo mundo del arte español e internacional de la época. El primer capítulo (1946-1954) arranca con Manuel Rivera estudiante, alumno de la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, continúa con su primera exposición individual en Granada, donde entra en contacto con un grupo de escritores y artistas, como Antonio Aróstegui, Miguel Rodríguez Acosta, Francisco Izquierdo o la pintora inglesa Sandra Blow.

Guerrero comienza en 1951 su primera obra mural, ejecutada en diversos espacios del Teatro Isabel la Católica de Granada, que recogen motivos del repertorio clásico español y la danza sugeridos por Antonio Gallego Burín. A partir de esta fecha, serán frecuentes sus trabajos murales en la ciudad de Granada, que se extienden poco después a las iglesias de nueva construcción en diversos pueblos españoles por encargo del Instituto Nacional de Colonización. En 1953 asiste en el Palacio de la Magdalena de Santander al Primer Congreso de Arte Abstracto organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Rivera es uno de los firmantes de la carta que el 8 de agosto remiten los presentes al entonces rector de la UIMP, Manuel Fraga Iribarne, en donde se plantea la necesidad de vivificar el arte. Allí conoció a los compañeros que, años más tarde, fundarían El Paso.

El segundo capítulo (1955-1957) comienza con su traslado definitivo a Madrid y la transformación de su lenguaje creativo a la abstracción. En la capital realiza pinturas principalmente mediante manchas construidas con elementos matéricos, óleo, arena y sobre todo, mallas, que supusieron la renuncia a los elementos tradicionales de la pintura, esquivando lo que convencionalmente se conoce como soporte. Hasta 1960 los alambres y mallas carecen de fondo y permanecen sujetos a un fino bastidor que debe colocarse separado del muro unos diez centímetros. El muro juega aquí un papel relevante para convertirse en un teatro de sombras, producidas por la proyección luminosa. En 1957 constituye en Madrid el grupo El Paso, junto a los pintores Manuel Millares, Antonio Saura, Rafael Canogar, Luis Feito, Antonio Suárez, Juana Francés y Pablo Serrano y los críticos Manuel Conde y José Ayllón, que supone la introducción del informalismo en España.

El tercer capítulo de esta historia transcurre ese mismo año, cuando se inaugura la Bienal do Museu de Arte Moderna en São Paulo, en la que están presentes Francisco Capuleto, Luis Feito, José Guinovart, Manuel Millares, Antonio Tàpies y José Vento junto a los escultores Jorge Oteiza (Gran Premio de Escultura en dicha Bienal) y José Planes. Manuel Rivera presenta en São Paulo diez mallas metálicas bajo el título Composición, que tuvieron un éxito total. Se trata de obras muy austeras, cuyo despojamiento partía de su desinterés por el color.

El cuarto episodio ocurre tan sólo un año después, cuando Manuel Rivera fue invitado a participar junto a otros artistas españoles, como Eduardo Chillida, en la XXIX Bienal Internacional de Arte de Venecia, en el verano de 1958, el año en que el artista había cumplido treinta y dos. Las diez piezas de Manuel Rivera, realizadas en 1958 y presentadas en una sala propia, se acogían a uno de los tres capítulos dedicados a la abstracción dentro de la representación española, la abstracción geométrica. La repercusión de la sala de Rivera en la Bienal fue extraordinaria y se refirió mucho en la prensa nacional e internacional.

Finalmente, el quinto y último capítulo, supone el reconocimiento internacional del granadino, que tendrá su mayor espaldarazo en la contratación del artista por la galería neoyorkina Pierre Matisse, la misma que representa a Joan Miró y que fue fundamental para la difusión de la obra de Rivera en los Estados Unidos. La primera presencia de Manuel Rivera en Nueva York data de 1960, año en el que participa en la muestra colectiva organizada por Matisse bajo el título Four spanish painters: Millares, Canogar, Rivera, Saura. En diciembre de ese mismo año, se inauguraba la primera exposición individual de Rivera en Nueva York, compuesta por veintitrés pinturas.

Su obra también se incluyen en otras dos exposiciones: New Spanish Painting and Sculpture en el Museum of Modern Art y Before Picasso; After Miró en The Solomon R. Guggenheim Museum. Durante la década de los sesenta la obra del artista seguiría presentándose en el país; otro de sus momentos culminantes, en 1964, fue el Premio de la Bienal de Pittsburgh, celebrada en el Carnegie Institute. A partir de entonces, Rivera continuará cosechando éxitos internacionales, que culminarán en la muestra individual del Museo de Arte Moderno de la Villa de París en 1976.

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