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jueves, 17 de mayo de 2012

La Alpujarra, el país literario ocholeguas.com

Este rincón de Granada es un lugar apartado y excéntrico, alejado de las rutas que llegan hasta la capital y bajan hasta la costa mediterránea, arrugado, montañoso, escarpado y complejo.


Manuel Mateo Pérez, Andalucía



Los pueblos de la Alpujarra de Granada se antojan desde lo lejos copos de una nevada recién caída entre una maraña de bosques de árboles verdes y frondosos en primavera y azafranados y desnudos a la caída del otoño. Además, la Alpujarra es un territorio mítico y legendario, escenario de exilios y batallas, último escalón hacia la mar y África, y hogar de artistas y escritores como Gerald Brenan, que en el primer tercio del pasado siglo encontró en sus pueblos argumentos para construir algunos de sus mejores libros.
Hay lugares míticos que son un pozo inagotable de inspiración, La Alpujarra, al sur de Granada, es uno de ellos. En ella ha encontrado el escritor José María Pérez Zúñiga los hechos, escenarios y alientos necesarios para su novela La tumba del Monfí (Ed. Almuzara). El escritor granadino ha puesto en pie un apasionante thriller psicológico, una novela gótica, una historia de misterio ambientada en las rugosidades de estas montañas, recostadas a los pies del macizo de Sierra Nevada, allí donde los ríos bajan caudalosos en días de deshielo y se precipitan por los barrancos hasta apaciguar sus humores en los lechos del Guadalfeo. La tumba del monfí se desarrolla en la localidad de Ugíjar, en una casa solariega que aún existe y que perteneció a Miguel de Rojas, suegro del morisco Aben Humeya, líder de la rebelión del XVI.

Cultura morisca

La Alpujarra es un paisaje inoculado por la cultura morisca, un territorio de cruentas disputas, un trozo de la Andalucía meridional que se asoma cada mañana al Mediterráneo con solo salvar las escarpaduras de Lújar y la Contraviesa. Los poetas árabes del XV lloraron en sus versos la pérdida de este país literario, tan fértil en agua como la Granada de la que habían sido expulsados para siempre. La rebelión de los moriscos acabó con aquella forma de vida, y cristianos viejos del norte poblaron estos pueblos a finales del XVI. Lo que no perdieron las siguientes generaciones fue la cultura heredada de época andalusí. Pervivió la trama urbana, la arquitectura popular, las calles y las plazas, los terraos, las lajas de pizarra y las launas que evocan el modo de construir de aquellos primeros moriscos.
Tiempos después, los viajeros románticos quedaron cautivados por la ferocidad de este paisaje. Lanjarón es su puerta de entrada. En esta villa de calles anchas y arboladas, aún manan las cinco fuentes de su insigne balneario. Una carretera serpenteante conduce a Órgiva. La capital administrativa de la comarca se intuye desde lo lejos, desde el momento en que se divisan las torres gemelas de la iglesia de Nuestra Señora de la Expectación. Hundida en las profundidades del valle del Guadalfeo, Órgiva es el punto de partida para ascender hasta la Alpujarra alta.
Con la subida las carreteras se encrespan, se vuelven rebeldes, indisciplinadas y ariscas. El caminante deja a un lado Cáñar y, kilómetros más adelante, Soportújar, donde los vecinos conviven desde hace años con los visitantes que acuden al centro budista O Sel Ling en busca de silencio, meditación y sosiego.

Barranco del Poqueira

Al final del camino se distinguen las formas angulosas del barranco del Poqueira que es como un cuento de miniatura donde todo parece guardar un orden, una proporción, una perfecta armonía. Recostado sobre agreste ladera reposa el pueblo de Pampaneira. Más arriba el viajero encuentra Bubión y unas leguas más allá Capileira. Estos topónimos de resonancias gallegas deben su nombre propio a los cristianos viejos que repoblaron la zona una vez expulsados los moriscos. En Pampaneira, a la entrada del pueblo, hay unos azulejos que dicen: Viajero, quédate a vivir con nosotros.
Por su entramado de calles estrechas y plazuelas íntimas manan fuentes de evocador nombre. Las casas están perfumadas de geranios, jazmines y madreselvas que estallan en insultantes colores. En los pueblos del Poequira, al igual que en otros muchos de la Alpujarra alta, la arquitectura es un arte de difícil entendimiento. Las viviendas están aterrazadas. El techo de la primera sirve de posadera a la que surge por encima. Los terraos, como así se llaman, están cubiertos con launas, piedras pizarrosas que soportan a su vez el peso de unas peculiares chimeneas coronadas por dos lajas.

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