La Filarmónica de la Scala cerró anoche el ciclo sinfónico del Festival en el Carlos V junto a Eschenbach y M. Barenboim
ANTONIO CERVERA GRANADACatapultada por dos genios como Christoph Eschenbach y Michael Barenboim, y sacando de sus tumbas a través de sus partituras a otros dos genios como Beethoven y Tchaikovsky, la Orquesta Filarmónica de la Scala se encargó anoche de poner el broche final al ciclo sinfónico del Festival de Música y Danza ante un Carlos V absolutamente lleno.
Bajo la expresiva batuta de un Eschenbach metódico, justo en movimientos y conocedor absoluto de cada una de las secciones de su orquesta, la Filarmónica de la Scala interpretó el Concierto para violín y orquesta de Beethoven y la Sinfonía número 4 de Tchaikovsky en un concierto que clausuró por todo lo alto el turno de las orquestas y de la música clásica en el Festival.
Cuatro tenues golpes de timbal iniciaron el Concierto para violín. A partir de ahí, la fuerza y la magnitud de Beethoven emergieron a través de la orquesta y de las cuatro cuerdas del violín de Michael Barenboim, que demostró su destreza técnica y conocimiento del instrumento, así como una musicalidad propia del apellido que porta. En un diálogo continuo entre orquesta y solista, los temas de Beethoven fueron alternándose, reflejando la genialidad del compositor más rompedor de la historia de la música, aquel situado en el Olimpo de los genios compositores por encima de cualquier otro. Michael Barenboim y la orquesta crearon en el Carlos V toda clase de atmósferas, desde las más íntimas y apacibles, inspiradas en el concepto 'beethoveniano' de naturaleza, hasta las más sombrías y oscuras, reflejo del tormento interior de un Beethoven que perdía progresivamente sus capacidades auditivas.
Tras concluir entre aplausos la primera parte, Michael Barenboim se retiró para que la orquesta interpretase la Sinfonía número 4 de Tchaikovsky. Una sinfonía inspirada en Beethoven, tal y como explicaría el propio Tchaikovsky en sus cartas a Nadezhda, su amor del momento. Con una fanfarria de trompetas y fagots al inicio del primer movimiento, la idea de destino cruel, de 'fatum', cobró forma bajo los muros de piedra del Carlos V. El melancólico oboe del segundo movimiento, el conglomerado indolente del Scherzo pizzicato, y el carácter popular del último movimiento, donde según el propio Tchaikovsky se escenifica "una fiesta donde todos parecen pasárselo bien, pero la fuerza de los recuerdos tristes impide que tú también lo hagas, y nadie se da cuenta" inundaron el Palacio con su intensidad y sentimiento.
El público se despidió con este conglomerado de genios formado por Eschenbach, Barenboim, Beethoven y Tchaikovsky del ciclo sinfónico del Festival, rematando a lo grande la cita anual por excelencia con la música clásica en la Alhambra.
Un Eschenbach metódico, al mando de la orquesta.
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