España tiene nombres para dar y regalar, algunos muy comprometedores. El Instituto Geográfico Nacional registra 52.653 núcleos de población
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JULIÁN MÉNDEZ |
Los hombres habían ido cargados de entusiasmo a saludar el paso del general por la vecina Lerma. Al llegar el cortejo, con el dictador saludando desde el descapotable como un estafermo, desenrollaron la pancarta con una sonrisa de oreja a oreja: ‘Revilla Cabriada con Franco’. ¡Horror!
A un escolta con pocas luces y escasa ortografía le dio un vuelco el corazón y mandó a una pareja de la Guardia Civil para sofocar aquel motín. Los vecinos de la burgalesa Revilla Cabriada aún se parten la caja cuando recuerdan el episodio al que les condujo la bendita toponimia: el nombre de su pueblo medieval, nacido de la unión de Ribiella y La Villa Capriata, ese ‘Revilla Cabreada’ que movilizó a los ‘picoletos’.
España tiene nombres para dar y regalar. En concreto, el Instituto Geográfico Nacional (IGN) ha registrado 52.653 núcleos de población. ¿El más común? En «la católica España», muletilla que popularizó el Papa Wojtyla, no podía ser otro que A Igrexa, La Iglesia, un topónimo que reina en la céltica Galicia, comunidad donde aparece también el segundo nombre más común, A Outeiro, el otero o altozano, que surge en otros 255 enclaves galaicos.
¿El nombre más corto? Pues Ea, en Vizcaya. Aunque Saá, en Lugo, pronunciado así, de una vez, es casi monosílabo, como Cué o Lué, en Asturias. También el río Güi, en la malagueña Cómpeta, tierra de moscateles y vinos de montaña firmados por Telmo Rodríguez, le acompaña en concisión.
¿Y el más largo? Si lo escribimos junto, apostaría por Quintanamartíngalíndez, en el burgalés valle de Tobalina. Aunque tampoco le anda a la zaga el resonante Peñaranda de Bracamonte, que remite a tiempos de princesas y dragones, lo mismo que Melgar de Fernamental, o Terradillos de Templarios, Modúbar de la Emparedada, La Almunia de Doña Godina, Espinosa de los Monteros, Esparragosa de la Serena, Helechosa de los Montes, Manganeses de la Lampreana y su medio primo, también zamorano, Manganeses de la Polvorosa. Pujan fuerte por el premio al más largo, Huertos Familiares de San Fernando, en Córdoba, y el valenciano Lugar Nuevo de la Corona. Pero sin duda, el primer premio se lo lleva el leonés Colinas del Campo de Martín Moro Toledano. Aunque sus vecinos se refieran a él con un simple Colinas del Campo, que el resuello no da para más...
Las líneas que siguen son una mirada curiosa a los listados del Instituto Geográfico Nacional. No las guía otro ánimo que el de sacar a la luz lo más curioso; con intención de señalar, que no de ofender. Dicho queda, porque en este país, eso de que a uno le hagan bromas con el apellido o con la tierra de sus antepasados no se lleva nada bien. Ya saben que entre vecinos siempre ha habido mucha mala baba.
Solo recuerden aquel episodio del forastero que se muda de pueblo y un paisano caritativo le avisa de que se ande con cuidado. «Aquí, en cuanto te descuidas, te ponen un mote». «Tranquilo, yo ya vengo precavido». A los nietos aún les llaman ‘los precavidos’.
Los sicalípticos Villapene, O Sexo, Espolla y Rabos, en Gerona, el Coitos coruñés, La Verga canaria, la Poya asturiana o el ya clásico Guarromán jienense, famoso por sus hojaldres alemanes y sus bayonesas, se dan la mano con La Hija de Dios, La Matanza, Consuegra, Herencia, Balanegra, Peligros y Peleas de Arriba en esta piel de toro donde, como bien saben quienes están acostumbrados a recorrer sus carreteras, la sorpresa salta en cuanto uno se fija en los carteles. Puerto Lápice nos suena a gema rara. Altobar de la Encomienda sugiere un descanso. Azares del Páramo siembra dudas. Y Los Méndez, que está camino de Las Negras y no muy lejos del almeriense El Pozo de los Frailes, tiene ritmo de conjunto musical o de banda transhumante. Como Los Pascuales o Los Gatos, también en ese rincón mediterráneo.
Si alguna vez les mandan A Mear, no se lo tomen a mal, que de ese modo se bautizó un diminuto enclave pontevedrés pautado por el IGN recogido en un listado por Víctor Caballero.
De Cólera a El Cabrón
También tenemos un El Cubo de la Tierra del Vino, una Guasa, una Cólera, un Tocón, una Puerca, unos Tobillos, que caen por Guadalajara, la sevillana Jauja, perdida en un camino infinito entre olivos, una Losa del Obispo y hasta una Alcantarilla, tan conocida por sus conservas y zumos como por su Brigada Paracaidista.
Por haber hay un Mas de los Mudos y un Tartamudo murciano. Los Picapiedra no son aquí personajes de tebeo sino vecinos de la cálida Almería, como los nacidos en Las Cunas. Hay una Verruga, un Cenicero y hasta un Carrero Blanco, pero éste canario, en vez del almirante santoñés, una Cólera gerundense y un asturiano y diminuto El Cabrón.
A Villanueva del Trabuco conviene ir armado. Y bebido, a Pozo Amargo. Aunque peor debe ser tomar un trago en Baños de Agua Hedionda (Jaén) o en Arroyomuerto, por no hablar del mal rato de decir que uno viene de Anos, de Olías, de El Hediondo o del madrileñísimo enclave de El Sobaco.
Mala leche a raudales la del que llamó Avarientos a un pueblito cacereño, y Casas del Porro al playón gaditano donde los surferos de pro dan hoy la razón al tipo del bautizo, en lo que es hoy una moderna A Babilonia, que, por cierto, cae por Coruña. Un Opio tienen en Burgos, en pleno Valle de Mena, aunque para La Fumada haya que irse hasta Barcelona. La Pesadilla está en Madrid y el Mal Nombre en Las Palmas. Mal Cocinado, en este país de estrellas Michelín alentadas por Arzak y Adrià, hay dos. Uno en Badajoz y otro en Cádiz. Para repetir. Acercarse a Gustomeao (en Pontevedra) tiene su cosa, como hacerlo a Garrapata, Los Cojos o, en fin, a La Pulgosa.
Los coleccionistas de topónimos, los mismos que corren a apuntar en su libreta de notas aquello de ‘Transportes Alijo’ inscrito sobre el toldo de un camión, tienen sus propias gemas raras. Ya sea por sus sonidos o por lo que sugieren... La Colilla, Rillo de Gallo, Adiós, Cariño, Zaldibartxo, Luna, la siempre prudente Aveinte, Calzadilla de los Hermanillos, tan adorable, Oro, Cierzos y Cabreras, Cornudilla, Agüela, Piedras Albas, Cernégula, La Araña, Polopos, Ardite, La Mamola, Bitoriano, Guardias Viejas, La Luisiana, Sarría, Casilla del Aire, Bonanza, Arroyo de la Luz... Aunque este verano, el premio gordo ha sido encontrar un cartelón azul en la A-4 que señalaba el camino nada menos que a La Esperanza Cubana, todo un símbolo, pero en realidad una almazara levantada en Jaén por el hacendado criollo Antonio Vinent Gola a su vuelta del Caribe.
Claro que cuando uno encuentra hasta un Mal Nombre, en Canarias por más señas, la duda de la toponimia majara se instala en el espíritu de los rastreadores de nombres. Como para darle un Rodillazo (León) al catálogo o mandar a alguien a rezar a Atea, en Zaragoza. Aunque casi peor es decirle a cualquiera que se come de cine en Ponte Gorda o que para un buen descanso, nada mejor que darse un garbeo por Gerona y alquilarse una casita en Ultramort. Glubs.
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