LA consideración de la cultura como ocio y entretenimiento tiene una magnifica acogida en los tiempos presentes, ello no sólo por mor de la crisis, la sempiterna excusa, lo que hay detrás es una banalización del valor de la cultura y una acción decidida por la privatización de las instituciones culturales puestas en manos de empresas que, obviamente, se rigen por las leyes del mercado. Sin embargo este camino es muy peligroso, el progreso cultural de la ciudadanía es inseparable del progreso social y económico.
Los derechos culturales son derechos humanos y constituyen una expresión y una exigencia de la dignidad humana por eso se garantizan en el ordenamiento jurídico.
Conviene recordar, son tiempos de desmemoria, que nuestra Constitución se refiere a los derechos culturales en varios artículos, de forma especial en el 46, y ya la Constitución de 1931 sentenció en su artículo 48 "el servicio de la cultura es una atribución esencial del estado".
Atender a la acepción de la cultura como derecho supone aceptar el papel del estado como garante de la prestación de los servicios culturales, e impedir que la cultura se convierta en un lujo, en un producto de consumo sólo para los que puedan pagárselo.
Si la ciudadanía tiene derecho a acceder en condiciones de igualdad a la cultura, y el estado, independientemente de la distribución competencial, tiene que garantizarlo, no es menos cierto el papel activo de la ciudadanía en la producción cultural como muestra de la creatividad individual y colectiva, a lo que hay que añadir la capacidad que pose la cultura y las sinergias con otros sectores productivos de generar riqueza.
Urge pensar sobre la dimensión de la cultura en las sociedades contemporáneas, interesa en este sentido la llamada Declaración de Friburgo (2005) de UNESCO, pero es perentorio actuar porque aquí y ahora se está destruyendo el tejido productivo del sector y se está debilitando, con graves consecuencias, el acceso y disfrute universal a la cultura.
En nuestra ciudad la cultura es el eje vertebral de nuestra identidad y también de nuestra economía, Granada es una ciudad cultural y nuestra ventaja competitiva en el turismo tiene su causa en el patrimonio cultural. No hay nada nuevo bajo el sol pero si algunos elementos que vienen a empeorar una situación de postración cronificada, como es la falta de inversiones públicas y de presupuestos, la subida del IVA cultural y la mediocridad cuando no inexistencia de programación cultural del Ayuntamiento de la ciudad y la Diputación. A la fortaleza de la Alhambra se unirá en breve el Centro Lorca, las debilidades son el abandono del Albaicín y del Centro Histórico, el riesgo de sobreexplotación turística, el estado de algunos monumentos y la ausencia de una política cultural coordinada.
Las administraciones tienen que entender la cultura como una acción estratégica a la que deben asignar recursos y gestionar de forma adecuada, con rigor, de forma planificada y contando con la iniciativa privada. Seguramente hay coincidencia en el diagnóstico, se ha hecho muchas veces, ahora hay que pasar a la acción.
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