Esta reciente afirmación, la de que las personas egoístas están castigadas por la propia ciencia a no evolucionar, es un resultado opuesto a un estudio publicado en 2012 que afirma que el éxito es para los codiciosos. ¿Quién llevará razón?
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MERCEDES BARRUTIA
Egoístas contra no-egoístas. Y no, no es una batalla ético moral o religiosa: se trata de dos posicionamientos con base científica que ha generado un debate que dura meses. ¿Prosperidad en la sociedad o condenados al fracaso por las propias teorías de la evolución? La discusión está garantizada. ¿Quiénes obtienen más éxitos? ¿Los que juegan limpio o los que hacen trampas? Estos dilemas también han sido sometidos al rigor científico, sólo que existen dos respuestas enfrentadas que no terminan de convencer a unos y otros.
El último estudio, llevado a cabo por los biólogos evolutivos Christoph Adami y Arend Hintze, de la Universidad Estatal de Michigan, indican que “la evolución no favorece a los egoístas”. Para los investigadores, y según su estudio, “por un período corto y contra un conjunto específico de rivales, algunos individuos egoístas dentro de una especie pueden salir ganando, el problema es que esta actitud no es evolutivamente sostenible”.
Para realizar el estudio, los científicos han tomado dos puntos de partida. Por un lado, la Teoría de Juegos, que consiste en observar las reacciones de los participantes en la investigación a través de juegos, con el fin de extrapolar las estrategias que de forma individual se repiten en el grupo como patrón para definir una solución. El otro referente para el inicio del estudio son las conclusiones de la investigación realizada en 2012, donde se explica que “el egoísta típico tendría garantizado vencer en el marco evolutivo a los rivales que, sin hacer trampas, siguen la senda de la cooperación. A esa estrategia se la ha denominado Determinante Cero”, explican Adami y Hintze.
Así las cosas, y según los investigadores canadienses, para que un egoísta sobreviviese en una sociedad y además tuviese éxito debería identificar al resto de egoístas y actuar y desarrollar sus estrategias en función de ellos. Esto es un impedimento, pero por si cumpliera hay una traba más. En el caso de que los codiciosos se consiguieran fichar y emplearan en su favor esa ventaja para formar una población egoísta en su totalidad, “tarde o temprano deberían evolucionar, dejando atrás su condición más acérrima de estrategas de determinante cero y volviéndose paulatinamente más cooperativos”, dicen los científicos.
Este debate no es en vano ya que intenta responder a cómo surgió la cooperación en la sociedad y cómo llegó al ser humano desde otras formas de vida de la naturaleza. Y es precisamente eso, la cooperación, lo que lleva a muchos investigadores a concluir que el egoísmo no cabe en esta sociedad, y que, por suerte, en el momento en el que aparece queda condenado al fracaso y a la no supervivencia.
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