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lunes, 15 de junio de 2015

El amor en tiempos de ciencia: sexo, cerebro y libertad ELHUFFINGTONPOST


Investigador y divulgador

Por mucha inteligencia artificial, medicina regenerativa y carrera espacial que vayamos echándole al mundo, nos seguiremos enamorando como tontos. Juan Luis Arsuaga








'love n' hate', amor y odio en inglés, podrían no estar tan alejados. Según Helen Fisher, investigadora norteamericana, lo contrario del amor es la indiferencia. Imagen cortesía de Tobi Firestone, via flickr.com, licencia creative commons 2.0.

El amor nos vuelve ciegos, sordos y, a veces, hasta mudos. El corazón nos late con mayor celeridad, sentimos mariposas en el estómago, felicidad, frustración, placer, nos obsesionamos, sufrimos, cometemos locuras irracionales, y hasta nos olvidamos de nuestros amigos.
Aunque existen multitud de estudios al respecto, ¿cuánto sabemos realmente sobre el amor?
Tanaka Yishori sabe que el amor puede doler y que hace falta invertir tiempo y ganas en él. Por eso hace dos años que Tanaka renunció a las relaciones personales, para dedicarse más a su trabajo. En este mismo momento, Tanaka flirtea a 300 Km por hora, desde el tren que lo lleva a su oficina en Tokio, con su novia virtual.
¿Qué diablos es el amor?
Helen Fisher, antropóloga de biología estadounidense, diferencia entre impulso sexual, amor romántico y apego. Según Fisher, el primero puede llevar al último, pero no necesariamente. Es decir, que uno puede tener sexo con alguien y acabar enamorándose de él/ella, pero también puede hacerlo sin haber compartido la cama con la otra persona. Eso sí, según Fisher, una vez uno está enamorado, va a sentir el impulso incontrolable de acostarse con el ser querido. Y es que, precisamente así describe Fisher el amor, como un impulso y no como una emoción. Para realizar sus estudios, Fisher estudió las pautas de cientos de personas con unos instrumentos llamados fMRI, los cuales permiten ver las zonas del cerebro que se activan al pensar, por ejemplo, en la persona amada.
Así pues, los científicos son capaces de mirar dentro de nuestro cerebro para entender mejor el amor, pero todavía más, pueden relacionar esas actividades cerebrales con los neurotransmisores químicos que son los responsables del deseo, la ansiedad por ver a la persona amada, el apego o los celos.
Pero los neurocientíficos y bioquímicos no son los únicos que se han aventurado a estudiar el amor. Filósofos, poetas, sociólogos o psicólogos, tuvieron ya mucho antes su opinión al respecto. Y, casualmente, muchos coinciden con otra definición que utiliza Fisher: el amor es lo contrario de la indiferencia.
¿Qué nos dice la ciencia sobre el amor?
Ciertamente, la ciencia ha conseguido descifrar muchos de los misterios relacionados con aquello que conocemos como amor romántico, impulso sexual, fidelidad y demás:
Aunque se sabe que el escaneo visual en busca de una posible pareja, llamado a veces amor a primera vista, puede ser un proceso extremadamente rápido que conlleva pocos segundos, lo cierto es que el amor es el resultado de un procesopor etapas relacionadas con diferentes procesos bioquímicos.
Además del aspecto físico, existen otras variables como el olor, los besos, la voz o la forma de caminar que contribuyen al proceso de selección de una futura pareja.
Según Fisher, las mujeres han desarrollado, además, durante miles de años, otra potente herramienta para descubrir si un hombre puede ser o no un buen padre: la memoria.
El ser humano es, desde el punto de vista biológico, un monógamo sucesivo que cambia de pareja cada cuatro años. Se ha observado que éste es precisamente el período en que mujeres africanas pueden cencebir en un hábitat natural. Las bases de la monogamia podrían, por tanto, estar relacionadas con la cría de los hijos, pero también con factores como el miedo y la violencia.
Aunque la pareja ideal se podría estudiar hasta cierto punto desde la prespectivagenética, los factores ambientales hacen que la compatibilidad y futuro de las parejas no se puedan predecir del todo.
El amor puede generar felicidad, pero también ansiedad, puesto que los neurotransmisores involucrados convierten al amor en una droga biológica: nos gusta enamorarnos y sufrimos al dejar de disfrutarlo. Fisher explica que el área que se activa al estar enamorado es la misma que cuando uno consume cocaína.
Gracias a la ciencia entendemos ahora un poco mejor el impacto de las nuevas tecnologías en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo. Un estudio de la Freie Universität en Berlín concluía que un like activa la misma zona cerebral que comer, ganar dinero, tener sexo o ser aceptado socialmente. Otros estudios que analizaban muestras de sangre, demostraban que el uso de las redes sociales puede inducir la produción de oxitocina, la denominada hormona del amor. Sin embargo, según la profesora del MIT Sherry Turkle, utilizamos las nuevas tecnologías para sentirnos menos solos, no para crear lazos reales.
Aunque los neurocientíficos han conseguido demostrar que el verdadero órgano del amor es el cerebro y no el corazón, ahora estamos descubriendo que éste podría no ser el único responsable. De este modo, la piel, los intestinos y otros órganos podrían jugar también un papel importante en el proceso de enamoramiento.
En resumidas cuentas, la ciencia está consiguiendo, poco a poco, entender mejor el amor, descifrar su funcionamiento a través, básicamente, de la química y las técnicas de neuroimagen. Pero, ¿pueden la química, los cócteles de hormonas, los genes y la biología explicarlo todo?
El amor es ayudar al otro a crecer y a ser libre. Gerald Hüther
Otra visión del amor: libertad, creatividad y crecimiento
Podría parecer que todo el conocimiento adquirido gracias a la ciencia, los fMRI, la bioquímica y la biología evolutiva, reduce el amor a términos absolutos, materiales, incluso casi predecibles.
Sin embargo, es precisamente otro neurocientífico, el profesor alemán Gerald Hütherel que da una visión algo diferente, más amplia, sobre el amor. Ante todo, nosrecuerda que el amor, al igual que la sensación de paz y conectividad, se genera en una zona del cerebro, el córtex frontal, que no viene genéticamente determinada.
Esto quiere decir que el amor se adquiere, se aprende, gracias a la plasticidad de nuestro cerebro. En otras palabras: no somos máquinas con un botón llamado amor que ha sido programado previamente; el amor nace fuertemente influenciado por la cultura, la educación y el entorno. Hüther redescubre, además, algo que Charles Darwin ya empezó a esbozar hace unos 150 años: el amor podría ser un motor importantísimo de la evolución. O sea que la ley del más fuerte, que muchos naturalistas han aceptado como base de la selección natural, podría resultar una visión muy sesgada para explicar la evolución humana. Y este argumento es el que precisamente sirve a Hüther para explicar la necesidad de un cambio de modelo, desde una sociedad que trata a las personas como objetos competitivos a otra que nos contemple como sujetos creativos.
Para Hüther "el amor es la única manera que tenemos para desarrollar el verdadero potencial de los demás". En otras palabras, "el amor no es utilizar a los otros para beneficio propio, sino animarlos, inspirarlos y ayudarles a que desarrollen todo su potencial".
Además, para Hüther, el amor tiene mucho que ver con otra cosa que fMRI o máquinas de laboratorio difícilmente pueden estudiar: la libertad. Según el profesor alemán, el amor es cuando los dos hacen todo lo posible para ayudar al otro a crecer y a ser libres.
En 1938 se descubrió cómo brillan las estrellas. Sin embargo, todavía no sabemos por qué son tan bellas. Jim Ottaviani
Chocolate y estrellas
En resumidas cuentas, como dice Fisher, el amor es como un pastel de chocolate: aunque podamos conocer todos los ingredientes, seguimos encontrando disfrute y magia en él. Pero es que tal vez, ni siquiera seamos capaces de conocer todos los ingredientes. Jim Ottaviani escribía: "En 1938 se descubrió como brillan las estrellas, sin embargo todavía no sabemos por qué son tan bellas".
Pero volvamos al protagonista del comienzo de este artículo. El tren que conduce a Tanaka a su casa se queda parado, sin electricidad. Tanaka siente pánico, sin corriente no puede recargar la batería de su teléfono móvil para seguir conversando con su novia virtual. Todo está a oscuras. La chica sentada a su lado siente miedo y coge a Tanaka del brazo. Todos los pasajeros deben bajar del tren, es medianoche. Tanaka y la chica salen juntos del tren, levantan la vista al cielo y miran las estrellas. El corazón de Tanaka y el de la chica empiezan a latir con la misma frecuencia.
Y es que tal vez, como dice el paleontólogo, codirector del yacimiento de Atapuerca y divulgador científico Juan Luis Arsuaga, por mucha inteligencia artificial, medicina regenerativa y carrera espacial que vayamos echándole al mundo, nos seguiremos enamorando como tontos.
Nota del autor: gracias a Aleix Ruiz-Falqués por las correcciones y comentarios.

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