Los avances científicos generados por las agencias espaciales han permitido mejorar desde los sistemas de depuración de agua en África hasta desarrollar técnicas para estudiar el cáncer o el alzheimer
Imagen facilitada por la NASA de la nave New Horizons NASA
En Nepal el terremoto ha dejado miles de víctimas bajo los edificios colapsados. En la ciudad de Chautara, unos extranjeros llevan una maleta gris con la palabra FINDER. Conectan el aparato que contiene y éste envía una señal de microondas. A través de unos cuantos metros de hormigón se detectan los ecos causados por los pequeños movimientos de la respiración y los latidos de los corazones de dos víctimas.
Un accidente de tráfico en una autopista norteamericana ha causado un herido grave. Cada minuto cuenta para sacarlo de entre la chatarra y estabilizarlo. Con las nuevas cizallas de excarcelación accionadas pirotécnicamente, un 50% más ligeras que las anteriores, la víctima es liberada en pocos minutos. Y para evitar la hipotermia la tapan con una manta de emergencia dorada, con la cara plateada en contacto con su cuerpo.
Un enfermo de diabetes de tipo 1 regula su bomba de insulina para aumentar la dosis antes de comer. Desde que la tiene implantada, ha mejorado su calidad de vida y prescinde totalmente de las inyecciones diarias de la hormona.
¿Qué tienen en común estos tres casos? Los cuatro inventos descritos que permiten salvar y mejorar la vida de la gente son consecuencia de la tecnología desarrollada para explorar Venus, para separar los dispositivos del transbordador espacial, para mantener caliente la electrónica de un satélite o para monitorizar a distancia la salud de los astronautas.
Son sólo unos pocos casos que nos permiten afirmar que la ciencia es, sobre todo, conocimiento. Y la exploración espacial es una fuente inmensa de ello. Los recursos económicos y humanos que se invierten sirven para solucionar los grandes retos tecnológicos de enviar unos instrumentos al espacio y para que funcionen durante años o para mantener sanos y salvos a unos astronautas en órbita, en un ambiente incompatible con la vida. Trabajar en condiciones de ingravidez, en el vacío, con unas variaciones térmicas de cientos de grados, ha llevado a los ingenieros de las agencias espaciales a afinar el ingenio para encontrar la solución de cada problema. Por supuesto que no han estado solos. Mediante contratos con empresas, éstas también han generado tecnología, cumpliendo las estrictas exigencias de dichas agencias. Y todo este conocimiento ha revertido finalmente en la sociedad.
Puede que desconozcamos que estamos rodeados de productos que originalmente se pensaron para el espacio. Los tenemos en casa, en el coche, en los aviones, en los servicios de emergencia, en los deportes y en la medicina. Muchos de estos inventos son tan cotidianos que ni reparamos en su existencia. Así, para colgar un cuadro usamos el taladro sin cable, diseñado para sacar muestras del subsuelo lunar en el programa Apollo. También podemos jugar una partida de tenis con una raqueta de metal líquido, dormir sobre un colchón de material viscoelástico o hacer que los niños pequeños se laven los dientes con un dentífrico ingerible. Y, en todos estos casos y en muchos más, utilizamos sin saberlo tecnologías espaciales que se han comercializado para el uso habitual.
Y ahora que New Horizons ya divisa Plutón, seguramente alguien cuestionará que se haya invertido tanto dinero en una misión como ésta, y dirá que hubiera sido mejor dedicarlo a combatir el hambre en el mundo, o a erradicar enfermedades como el sida o el cáncer. A parte de pedir una solución simplista para problemas muy complejos, esta gente se equivoca porque sólo piensa en el dinero invertido y no en los conocimientos adquiridos y en su retorno tecnológico. Además, no se tiene en cuenta que los avances científicos que generan las agencias espaciales han permitido ya la mejora de los sistemas de depuración de agua en África o la aplicación en técnicas para estudiar enfermedades como las citadas o como el alzheimer, gracias a proyectos muy innovadores realizados en la Estación Espacial Internacional.
Y por cierto, ahora enviaré este artículo por la wifi de casa que, mira por donde, también es un invento relacionado con la investigación astronómica, una innovación que proviene del campo de la radioastronomía australiana.
*Enric Marco és astrónomo del Departamento d'Astronomía i Astrofísica de la Universitat de València. Participa en el diseño de instrumentos para la misión Solar Orbiter de la Agencia Espacial Europea, estudia los efectos de la contaminación lumínica en el grupo “Salvem la nit”, integrado en la Red Española de Estudios sobre la Contaminación Lumínica y divulga ciencia desde el blog “Pols d’estels”.
ENRIC MARCO
Astrónomo del Departamento d'Astronomía i Astrofísica de la Universitat de València
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