Hiperactiva, madre ocupada y corredora
No tengo ni idea de en qué estaría pensando: tener un bebé sola, con 19 años, sin expectativas de un trabajo en el futuro cercano..., pero decidí tenerlo de todas formas. Confiaba en que todo saldría bien, porque esta hermosa personita me necesitaba y yo la necesitaba a ella para poder convertirme en un adulto responsable, incluso cuando yo misma no era más que una chiquilla.
Tan sólo saber que este bebé dependía de mí para vivir era motivación más que suficiente para ponerme en la dirección correcta, por el bien de las dos. Y vaya si necesitaba un poco de orientación, porque crecer rodeada de pobreza en el Bronx en los años 1970 no fue nada fácil. Para empezar, nací en una familia con una madre adicta a las drogas y un padre adicto al trabajo --tal vez para no tener que lidiar con los problemas del hogar--. Así que no falta hace decir que no me quedaba mucho que perder en el mundo de la paternidad. El mejor consejo que podía darme a mí misma era el de hacer totalmente lo contrario de lo que mis padres habían hecho conmigo. Por fortuna, funcionó.
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Mi hija y yo en 1990
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Tres meses después de tener a mi hija, tuve la grandísima suerte de conseguir un trabajo en publicidad gracias a la ayuda de mi mejor amiga. Estaba aterrorizada, pero sabía que tenía que hacerlo para poder crear un hogar para las dos. Mi bagaje socioeconómico (junto con mi estatus de madre adolescente y mi nivel de educación de secundaria) siempre me hostigaba desde el fondo de mi mente, haciéndome sentir muy fuera de lugar entre mis compañeros de trabajo. Sin embargo, también me hizo trabajar más duro que nunca para mantener el mismo ritmo que ellos y para aprender y crecer tan rápidamente como pudiera. Necesitaba que mi hija se sintiera orgullosa de mí. Necesitaba que viera que todo iba a salir bien, incluso si no nos teníamos más que la una a la otra. A pesar de mi juventud, sabía que tenía que ser un buen modelo para mi hija y que debía romper el bucle de adversidad y pobreza que en el que estaba atrapada desde mi nacimiento. Y resulta que, contra todo pronóstico, lo conseguí.
En mi intento de educar a mi hija y de conseguir salir adelante, mi único trabajo se convirtió en tres. Con mis veinte años, era auxiliar administrativo en publicidad durante el día, camarera de chupitos las noches de los viernes y los sábados y ayudaba en una panadería los domingos, y aun así era capaz de ir a todos los partidos de fútbol. El trabajo de camarera en particular era una forma de conseguir la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. Además, también me dejaba tiempo libre para dedicarlo a mi hija. Solo con las propinas de una noche, podía reunir bastante dinero para pagar los costes de todo un mes del colegio de mi hija y, al final, conseguía pagar todo el año con ocho semanas de trabajo. Era muy gratificante hacer todo esto por mi propia cuenta; me hacía sentir que lo estábamos consiguiendo, a pesar de que todavía seguíamos solas. También me valió para imprimir en la educación de mi hija la importancia de la independencia y del trabajo duro.
Ahora, 25 años después del nacimiento de mi hija, me parece increíble cuando pienso en cómo una persona es capaz de hacer lo que sea necesario con tal de sobrevivir y sin apenas pestañear. Como madre soltera adolescente, tenía activado mi sentido de supervivencia y no podía pensar en otra cosa que no fuera seguir adelante. Sólo ahora que mi hija ya es adulta puedo sentarme a reflexionar y a maravillarme por mis logros, por nuestros logros. Ser tan joven y con un bebé no fue nada fácil, pero sí fue extremadamente satisfactorio vernos crecer y aprender juntas del mundo y de nosotras mismas. A pesar de que nuestras circunstancias iniciales, sin dinero y solas, no eran precisamente ideales, estos factores son los que hicieron de mi hija una persona trabajadora, independiente y humilde; exactamente las cualidades que siempre había querido en una hija y exactamente las cualidades que yo misma tuve que cultivar para poder educarla.
Gracias a que era una madre soltera, adolescente y sin dinero, hoy mi hija no lo es.
Gracias a que era una madre soltera, adolescente y sin dinero, hoy mi hija sabe lo que es el amor incondicional.
Gracias que era una madre soltera, adolescente y sin dinero, hoy mi hija se ha convertido en la primera persona de mi familia en graduarse en una universidad y ha sido capaz de romper el aparentemente interminable ciclo de pobreza y penalidades.
De saber que el resultado final iba a ser este, no cambiaría nada de lo sucedido.
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