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miércoles, 23 de septiembre de 2015

AURELIANO BOMBARELY, CIENTÍFICO "El problema de la ciencia en España es sobre todo institucional" saberuniversidad

Investigador en evolución y domesticación de plantas y profesor de bioinformática en la universidad estadounidense Virginia Tech, confiesa que pertenece a la generación que se ha tenido que ir para poder vivir como lo hicieron sus padres.
ENCARNA MALDONADO 

Aureliano Bombarely durante la entrevista, en agosto en Málaga. / MARILÚ BÁEZ
Aureliano Bombarely (Málaga, 1978) es un exiliado. Un mes después de leer su tesis doctoral abandonó España. De no haberlo hecho cree que ahora podría ser cajero de supermercado. La suya es una historia de búsqueda permanente. Estudió Química, pero se doctoró en Biología Molecular. En enero 2008 comenzó a trabajar en la Universidad de Cornell (Estados Unidos) como bioinformático a pesar de que no tenía la más mínima idea de computación. Se labró una trayectoria académica y estampó su nombre en Nature, pero el hombre de ciencia que llevaba dentro pujaba por salir. Cinco años después viró el rumbo e irrumpió en el campo de la evolución y domesticación de plantas. Desde hace un año es profesor en Virginia Tech, donde investiga cómo el hombre ha domeñado especies tan comunes como las petunias. Ha decidido no volver a España. 

-¿Por qué se va a Estados Unidos nada más leer la tesis? 

-Al terminar tenía que buscar algo pero, la verdad, es que no tenía publicaciones científicas, las de mi tesis estaban todavía en proceso y mi currículum no era competitivo. La bioinformática estaba empezando y había una gran demanda. Envié varias solicitudes y me respondieron de las universidades de Ohio y Cornell. El profesor de la Universidad de Cornell, Lucas Mueller, me dijo que si estaba interesado me hacía la entrevista, pero que no me podía pagar el viaje. Lo pagué de mi bolsillo, fui y resultó bien. Me ofreció un trabajo como posdoctoral y estuve con él cinco años. 

-¿Sabía algo de bioinformática? 

-En absoluto. Tenía cero idea. Los primeros meses pensaba que me iba a echar por no producir, pero tuvimos una buena relación y demostrado está. Cinco años después tenía un currículum competitivo con más de 20 publicaciones científicas. 

-¿Dónde por ejemplo? 

-Las más sonadas fueron el artículo sobre el genoma del tomate que se publicó en Nature y el genoma de la sandía en Nature Genetics. 

-¿Cómo se pasa de no saber nada de informática aplicada a la biología a participar en proyectos que se publican en Nature? 

-No tenía nada que perder. Ithaca (Estado de Nueva York, sede de la Universidad de Cornell) es una ciudad muy bonita con unos inviernos muy duros. No tenía nada mejor que hacer que ponerme delante del ordenador desde que me levantaba hasta la hora de irme a dormir. También tuve la ventaja de que mi supervisor no me pidió resultados los primeros meses, lo que me permitió disponer de ese pequeño espacio para aprender. Además cuando contratas a alguien como bioinformático sabes que no va a ser alguien ya hecho, que necesita un tiempo. 

-Ya los cinco años, cuando ya todo va sobre ruedas, se va. 

-Es que a mí la bioinformática no me gusta. 

-¡! 

-La realidad es que estar delante de un ordenador analizando datos o escribiendo un programa me aburre. Lo que realmente me gusta es la ciencia. Lo que me gusta es responder preguntas. Uno de los trabajos que había hecho relacionado con el análisis de plantas de tabaco me hizo interesarme por la evolución de las plantas. 

-¿Entonces? 

-Me fui al laboratorio del profesor de Cornell Jeff J. Doyle. Es un científico importante en el campo de la evolución. Fue el primero en extraer ADN de plantas para dedicarse a la filogénesis, necesitaba a alguien con mis conocimientos y yo quería aprender de él. No podía pagarme el mismo sueldo que tenía, pero me fui con él para aprender. He trabajado para él dos años y todavía sigo colaborando, aunque es verdad que en el campo de la evolución y sistemática de plantas no es fácil encontrar financiación en Estados Unidos. Al final solo me podía pagar la mitad de mi jornada y tuve que buscar otro trabajo, en este caso con la profesora Kelly Shaw, que también trabaja en evolución pero con grillos. 

-Después de todo este proceso, ¿ahora qué es? 

-Todo lo que he sido, pero utilizo todo lo que sé para responder preguntas sobre domesticación de plantas. Las plantas que conocemos no se parecen en nada a las que se producen en la naturaleza. Un tomate salvaje, por ejemplo, apenas da alimento, pero durante miles de años el hombre ha trabajado hasta conseguir los tomates que tenemos ahora. 

-¿Por qué la domesticación de plantas? 

-Cuando me planteé qué quería hacer con mi carrera me dije que debía hacer algo que pudiera entender mi madre [profesora de Lengua y Literatura], porque sino cada Navidad después de media hora de explicaciones ella volvería a decir: "No lo entiendo". Me gustaba la domesticación, pero en este campo generalmente se trabaja en maíz, arroz o tomate y ya hay mucha gente muy competitiva. Para hacerme un espacio debía buscar un modelo nuevo. Durante mi estancia en Cornell había trabajado con petunias, una flor que se ha domesticado buscando un fenotipo (características morfológicas y físicas) para conseguir flores llamativas. Pensé que son interesantes porque todas proceden del mismo sitio, sur de Brasil, Uruguay y norte de Argentina. Me interesaban también porque me permitían contar una historia y a mí en el fondo me gusta contar historias. Verás, hace 200 años exploradores sobre todo ingleses hicieron expediciones botánicas buscando plantas. Las petunias fueron una de ellas, junto a las begonias y las gloxinias que también proceden del mismo lugar. Tomé estas tres plantas porque son fáciles de manejar, se han extendido por todo el mundo, se domesticaron hace poco y en los archivos antiguos de los jardines botánicos encuentras registros desde que se encontraron. 

-Y puede reconstruir su historia. 

-Ese es el punto, la reconstrucción histórica porque, por ejemplo, el trigo se domesticó en Mesopotamia hace 10.000 años y, obviamente, no es posible saber cómo se hizo. 

-Es, además, una historia que cualquiera puede entender. 

-Mi idea es que no solo debía elegir un modelo científico, sino también un modelo didáctico con el que llegar a la gente. La ciencia que no tiene impacto en la sociedad no sirve para nada. Como científico español parto de la idea de que la ciencia tiene muy mala apreciación en España. Ni se valora ni, por ejemplo, cuando se lee que hay recortes, importa. La única manera de cambiar esto no es en un instituto donde un profesor ya tiene dificultades para explicar a 40 alumnos el concepto de célula, sino que los científicos se acerquen a la gente. Para mí es muy importante la didáctica. En Cornell y en muchas otras universidades de Estados Unidos los científicos tenemos el compromiso de ir en nuestro tiempo libre al menos una vez al mes a colegios e institutos para explicar lo que hacemos. 

-Y es más fácil con una petunia que con una planta de maíz. 

-Claro, con dos flores, una violeta y otra blanca que mezclas y da una descendencia es muy fácil explicar genética. Incluso a nivel técnico. Puedes llevar dos plantas al instituto y durante el curso enseñar en biología genética básica cruzándolas. 

-Estábamos en Cornell trabajando con plantas y grillos, pero otra vez cambió. 

-Llegó un momento en que necesitaba cierta estabilidad y pensé que o buscaba otro posdoctoral o daba el salto siguiente para ser profesor, lo que sucede en Estados Unidos con uno de cada 20 investigadores. 

-¿Tan difícil es? 

-Sí. Necesitas reconocimiento. De todas formas no es lo mismo ser profesor en la Universidad Harvard, que está entre las 10 primeras del mundo, que en Virginia Tech, que está entre las 150 primeras. 

-En España daríamos tortas por estar entre las 150 primeras. 

-Tiene buen crédito, es verdad, pero no está entre las primeras. 

-¿Cómo se llega a la docencia universitaria en Estados Unidos? 

-Las universidades ofrecen un puesto con unas características y los interesados envían un currículum de dos hojas, una carta de presentación explicando tu investigación para que valoren si es interesante y financiable, otra sobre educación, porque vas a ser profesor, y un proyecto. Se reciben entre 20 y 100 solicitudes por puesto. Un comité va descartando. Primero los que tienen alguna falta de ortografía, porque se entiende que el candidato no se ha tomado interés, luego los que tienen pocas publicaciones y así hasta que se quedan entre tres y cinco. Invitan a los candidatos a una entrevista que, en realidad, es de dos días completos desde las 7:30 de la mañana hasta las ocho de la noche. Yo me entrevisté dos veces con el comité de selección explicando mi idea científica y visión como profesor, me entrevisté con los decanos, el director del departamento, un comité de estudiantes, un comité de personal auxiliar, con los posdoctorales y profesores concretos de campos concretos. Te valora cada uno de los colectivos con los que vas a tratar. Cada comité hace un informe y si alguno observa algún problema grave, te descartan. 

-Es una garantía contra la endogamia. 
-Totalmente. 

-Aunque selecciona la propia universidad sin un sistema de acreditación externo como sucede aquí. 

-Sí. Yo ahora soy profesor assistant, equivalente a interino. Estoy de prueba. El año que viene me evalúan sobre todo la producción científica y, en menor medida, los proyectos. A partir de los cinco años tiene lugar la tenure, donde sí miran todo con lupa. Ahí es donde la universidad valora si ha sido rentable la inversión que ha hecho en ti. Si ha merecido la pena te dan plaza como full professor (catedrático) y si no, tienes un año para irte. 

-Frente al sistema español, llama la atención su agilidad. 

-Mi opinión es que en el sistema español entra gente muy buena, pero también perpetúa la endogamia y entra otra que no es tan buena, pero que es del equipo A o B, o tiene un padrino. 

-¿Cumple objetivos? 

-El año pasado publiqué siete artículos y este llevo cinco. Conseguir o no una plaza fija en Virginia Tech dependerá de que al menos capte un proyecto y meta dinero. 

-¿Es fácil? 

-En domesticación de flores no. Probablemente capte con proyectos de colaboración. Trabajo, por ejemplo, con Paco Luque (catedrático en Jaén) con el genoma del olivo, un proyecto interesante en el que por fin la Diputación de Jaén ha querido gastar dinero y al que queremos dar valor añadido, para ver, a partir de los huesos de aceituna que aparecen en los yacimientos arqueológicos, si podemos extraer ADN y conocer si las aceitunas que comían los romanos eran las mismas de hoy día o no. También participo en otro para mejorar determinados caracteres nutricionales de las patatas, en uno sobre variedades de aguacates más resistentes a un hongo que plantea muchos problemas en California, trabajo con el Jardín Botánico de Edimburgo en una begonia salvaje, un compañero de Portugal me ha invitado a participar en un proyecto con salamandras y colaboro en una investigación de una planta salvaje que se cría en Perú llamada camu camu que es la que contiene más vitamina C en el mundo. La estamos secuenciando porque, aunque su fruto no tiene mucho interés, podrá ser útil saber por qué tiene tanta vitamina C. 

-¿Qué opina de la transgenia? 

-No existen pruebas científicas de que los transgénicos sean malos para la salud, existen pocos casos en que son malos para el medio ambiente, aunque algunos existen, y creo que hay una campaña de demonización contra estos cultivos porque la comida no transgénica es muy rentable. Los transgénicos son solo una nueva tecnología para mejorar las plantas. Las campañas contra los cultivos modificados genéticamente proceden de sectores de la población que se lo pueden permitir. Cuando tú eres clase media y te puedes comprar un alimento orgánico, estupendo. Pero no lo impongas al que no tiene qué llevarse a la boca. Un ejemplo es el golden rice un arroz rico en vitamina A diseñado por científicos sin vínculos con grandes empresas, que contribuye a evitar la ceguera por déficit de vitamina A [endémica en 39 países y con 190 millones de niños en edad preescolar afectados, según datos de la OMS], pues bien grupos ecologistas han quemado campos de este arroz... Es muy fácil ser ecologista en una sociedad desarrollada y muy cómodo tener una opinión cuando no sufres el problema. 

-¿Cómo ve el sistema español de ciencia? 

-Existen buenos científicos y calidad a nivel individual y muy poca calidad a nivel institucional. El problema de la ciencia en España es sobre todo institucional. Yo tomé la decisión personal de no volver, pero tengo compañeros en situaciones complicadas y conozco pocos casos de éxito. Yo soy en Estados Unidos lo que aquí son los investigadores españoles del programa Ramón y Cajal: alguien que se ha ido dos o cuatro años de pos doc y se incorpora a la universidad con un contrato de cinco años. Pero el cajal después de cinco años no tiene nada y yo ya estoy en el mercado. Para empezar su carrera a él le dan 20.000 euros y a mí me han dado 300.000 dólares, un técnico de laboratorio y un espacio. Al cajal se le apoya institucionalmente hasta cierto punto. Para muchas universidades incluso es un problema, no invierten en él, no le facilitan el camino... A mí lo primero que hicieron fue enviarme a un curso para aprender a escribir proyectos. Durante un año me he reunido con investigadores senior, evaluadores, directores de proyectos... El problema de la ciencia en España no es solo de dinero, es sobre todo un problema de organización y voluntad. 

-¿Cómo ha visto la evolución del país desde que se fue? 

-Por desgracia todo ha ido a peor. Soy de esa generación que para vivir como sus padres se ha tenido que ir. 

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