Alumnos en una biblioteca de la Universidad Pablo de Olavide.
El 35% de los estudiantes que empezó en 2010 un grado universitario todavía no ha acabado la carrera. O repite o ha tirado la toalla. De los 54.634 jóvenes que llegaron a las universidades aquel año, el 65% (35.397) ha terminado en tiempo y forma los estudios. Solo en el primer curso dejaron las aulas 13.362 alumnos, cifra que dispara la tasa de abandono por encima del 24%.
Estos son los primeros datos que arroja el plan Bolonia, que se implantó en todas las titulaciones en el curso 2010/11. Todavía es pronto para comparar la reforma con el plan de estudio porque los informes sobre resultados se elaboran siempre con un año de demora, con el fin dar un cierto margen, por ejemplo, a quienes tienen pendiente el proyecto de fin de carrera. No obstante, todos los indicios apuntan que el nuevo plan de estudios, que formalmente incorpora la enseñanza individualizada y la evolución continua, no ha supuesto grandes diferencias en la tasa de eficiencia universitaria. Aspectos como la nota de acceso, la condición de becario, el sexo y la vocación son decisivos. Juan Hernández Armenteros, economista de la Universidad de Jaén y experto en financiación universitaria, es muy esclarecedor: “Si la nota de acceso es superior a 7,5, ha elegido la carrera por vocación, es mujer y becaria el éxito es del 100%”. En cambio si se trata de un hombre que accede a la universidad con un cinco, no tiene que cumplir los requisitos que exige mantener la beca y, además, se ha visto abocado a elegir una carrera por la que no siente un gran interés, las posibilidades de que deje los estudios o de que tarde mucho en terminar son elevadas.
La última memoria del Ministerio de Educación que analiza la trayectoria académica de los alumnos que comenzaron sus estudios en el curso 2009/2010 (justo un año antes de la implantación plena del plan Bolonia) recoge cómo el 28% de los alumnos que accedió a la universidad con menos de un 5,5 de media abandonó en los dos primeros cursos y otro 12,7% cambió de carrera. De una u otra forma, cuatro de cada 10 estudiantes con las notas más bajas en bachillerato fracasaron en primero. Además, el 37% de los que tenía entre 5,5 y 6 también abandonó las aulas o cambió de estudios en esos dos primeros años.
Contra todo pronóstico no son las titulaciones más difíciles las que cosechan mayores fracasos. Las ingenierías, pese a que son excepcionales los alumnos que consiguen sacar adelante un curso completo por año, registran junto con ciencias de la salud y ciencias sociales y jurídicas porcentajes de abandono y cambio de carrera del 17% durante el primer curso, frente al 28% de humanidades.
Federico París, catedrático de Mecánica de la Universidad de Sevilla y autoridad venerada en el campo de la aeronáutica, alude “al brillo de los ojos” que desde el primer día delata a los estudiantes vocacionales. Subraya que este es un factor de éxito académico esencial, pero también comprende que no es fácil decidir a los 17 años qué estudiar. “Yo dudaba entre Filosofía e Ingeniería”, confiesa. Es más, optó por las ingenierías porque podía acudir a la Escuela Politécnica de Málaga sin necesidad de salir del domicilio familiar.
Junto a la vocación señala el impacto que tiene en los resultados el perfil académico de los alumnos de nuevo ingreso aunque llama a la prudencia al barajar los conceptos. “Cuando hablamos de tasa de abandono hay que tener cuidado con los números, porque ¿realmente abandona ese alumno que llega en septiembre, viene un par de días y desaparece?”.
Federico París, no obstante, sí resalta como una cuestión “mejorable” la falta de adecuación entre “la capacidad de los alumnos y el nivel de exigencia”. Este no es un asunto nuevo. Hace años la media para sacar adelante una ingeniería eran nueve años y “ya hay muchos los alumnos que se gradúan en cuatro o cinco años”.
Las dificultades en la progresión académica en el ámbito de las ingenierías tienen su origen en una suma de factores entre los que figuran las dificultades de los estudiantes para hacerse con una cultura y metodología de estudios nueva para ellos, y la complejidad intrínseca de las materias. “Las ingenierías ponen en cuatro o cinco años a un profesional en la calle con autonomía para firmar proyectos al día siguiente de terminar”, recuerda Federico París, mientras que en Reino Unido, por ejemplo, esa capacidad la reconocen los colegios profesionales y en países como Francia las empresas.
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