Pedro Vaquero | @pvaqdp
Ada Colau en nombre del ayuntamiento de Barcelona, ha manifestado a los representantes del Ministerio de Defensa su disconformidad por la presencia en el Salón de la Enseñanza del stand con el que la institución militar promociona la enseñanza militar. Algunos valoran que la Colau debería haber sido más prudente. Gestos de este tipo, sin duda surgidos de una loable cultura pacifista, introducen en su gestión una polémica innecesaria. Y en el balance final de su gestión pueden pesar negativamente en el criterio de conciudadanos que deberían votar sin filtros ideológicos de este tipo. Máxime cuando ya la consellería de la Generalitat se ha manifestado en este mismo sentido, de forma que el gesto de Colau parece más un seguidismo respecto del proceso independentista que lleva a cabo por la vía de los hechos –que no del derecho- el Gouvern de la Generalitat.
Pero más allá de esta polémica, lo cierto es que la “enseñanza” de los ejércitos y de otras fuerzas coercitivas del Estado debería ser muy tenida en cuenta por la ciudadanía en general. Sobre todo en una época de gran inestabilidad, justo cuando todo hace indicar que la ciudadanía ha virado políticamente hacia una revisión del método y alcance de la llamada Transición democrática.
Hasta ahora se ha señalado que la Transición había logrado democratizar el ejército, y que el fracaso del 23-F contribuyó también a romper los lazos culturales y personales entre franquistas y militares, guardias civiles y policía. Sin duda eso ha sido así en un alto porcentaje. Pero mientras los valores democráticos de un amplio segmento de la población han ido evolucionando desde la democracia formal y representativa hacia la democracia más real y participativa, ¿qué ha pasado con la cultura de estas fuerzas del orden tanto en el ámbito interno como externo?
La noticia ha saltado a los periódicos, sobre todo los digitales: el Ministerio de Defensa se niega a explicar por qué organizó una charla que justificó el golpe de Franco. Stanley Payne. En efecto, el Ceseden o Centro de Estudios para la Defensa Nacional ha considerado que traer a Payne a que impartiera su doctrina a los mandos de los ejércitos era muy oportuno. ¿Y qué piensa ahora Payne?
Pues que fueron los políticos de la II República y no Franco los causantes del golpe de estado dado por este general y de la guerra incivil, pues el Gobierno republicano estaba en “descomposición”; que las elecciones del 36 fueron un “fraude”, innecesarias e incendiarias (lo dijo en 2014 en la Universidad Rey Juan Carlos); que “la izquierda radical” y el sectarismo de Azaña fueron los responsables; que “de la cultura radical revolucionaria del fascismo Franco no tomó nada” (El Mundo); que la Ley de Memoria Histórica es una “costumbre soviética”; que el juez Garzón es un “ególatra exhibicionista” (2008, El Economista); que revisar la Transición es “una contradicción” (EFE, 2014); que un pacto PSOE-Podemos es “como el Frente Popular del 36” (2016, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo)… Payne, que era de izquierdas y se hizo famoso por un estudio sobre la Falange publicado en la editorial clandestina Ruedo Ibérico durante el franquismo, luego se ha convertido en uno de los más ilustres representantes de la intelectualidad de derechas de este país.
No puede el Ministerio de Defensa argumentar desconocimiento, pues es pública y notoria la “conversión” de este hispanista, después de apoyar públicamente al escritor Pío Moa y sus investigaciones de elogio al franquismo, así como de las múltiples manifestaciones y escritos del propio Payne, por los que ya le acompañan una larga lista de controvertidas polémicas. Morenés debe dar explicaciones, y los demócratas no podemos esconder la cabeza debajo del ala. No olvidemos que detrás de la interpretación de Payne sobre el golpe de estado está la concepción de que el estamento militar es una especie de poder por encima de los poderes democráticos, una especie de “último recurso” contra la inoperancia de las instituciones democráticas: no en vano Payne elogia la “paciencia” de los militares golpistas, como si por encima de los poderes democráticos estuviera la “garantía” del poder militar, no sujeto a ningún poder civil, ni siquiera el gobierno elegido por los representantes de los ciudadanos.
Esa ha sido la cultura heredado del golpismo que ha cubierto 40 años de nuestra historia reciente. Y como la cabra (también la de la Legión) siempre tira al monte, conviene dejar bien claras las cosas: Rajoy y Morenés deben garantizar una cultura y una educación democrática del ejército frente a esos rebrotes de la cultura fascista que acaban de enseñarnos la patita.
Que el problema no es Ada Colau, sino Payne y otros que piensan como él.
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