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sábado, 9 de julio de 2016

"Los maquis no eran bandoleros, sino soldados de la II República" granadahoy.com

Acaba de publicar su obra cumbre, Los imprescindibles, una ficción sobre los guerrilleros que siguieron la lucha tras la derrota republicana en la Guerra Civil.
PEDRO INGELMO
Raimundo Castro. / José Ramón Ladra

–Los imprescindibles, otra novela de la Guerra Civil. Se lo han dicho ya, ¿no?
–Casi todas las novelas en España son una novela de la Guerra Civil o la Guerra Civil planea sobre ellas. Es como las películas de vaqueros para los americanos. En este caso de lo que se trataba era de explicar una España de Franco que apenas se ha contado, la de la guerrilla. Por cierto, que guerrilla es una palabra española, como siesta. En todo el mundo se dice guerrilla. 

–Arranca esta novela de la guerra y posguerra  civil en el 15-M, un anciano contándole batallitas a una chavala acampada en Sol.
–Cuando saltó el 15-M me interesó muchísimo este movimiento, naturalmente, pero me di cuenta de que la mayoría de los acampados, por su edad o por lo que fuera, no tenía conciencia de lo que había sido el franquismo, les pillaba muy lejos. Sinceramente, creo que ha habido un interés durante la Transición de que no se hablara del tema y, más en concreto, de hechos como los que yo narro en este libro. 

–¿Por qué? ¿A qué cree que se debía este olvido?
–La Transición nos llevó al desengaño. Los que estábamos en la izquierda pensábamos que habría una ruptura, no una reforma, y en esa reforma se incluía no menear algunas cosas. A los guerrilleros se les trataba de bandoleros, lo que podía hasta ser un término ofensivo. Ahora soy el periodista parlamentario más veterano y desde aquí se ha conseguido que a estos luchadores se les dejara de tratar como bandoleros y se les reconociera como soldados de la II República. Era su última batalla. Decía Gerardo Iglesias, el que fue líder del PCE,  que cuando hicieron la Transición consideraron razonable no agitar la cosa de la Guerra Civil, pero que aquello acabó convertido en una renuncia. 

–Por venderle la novela con los criterios de la editorial, estamos hablando de los maquis, vaya.
–Maquis es una palabra que vende, pero viene de la francesa maquisard, los que se esconden en los matorrales y tiene que ver con la Resistencia.  A mí me gusta más guerrilla, pero bueno, sí, los que siguieron luchando tras la derrota. Algunos fueron fundamentales, imprescindibles, como dice el título tomado de Bertolt Brecht. La investigación ha sido larga, hablando con los supervivientes que se convertían de algún modo en pequeños historiadores. Cada una de las personas con las que hablé reivindicaba su tierra y lo que había sucedido en ella. Es un proyecto que me ha llevado mucho tiempo. Empecé a interesarme por los guerrilleros cuando yo era un rojillo que creía que lo sabía todo y me di cuenta de que no sabía absolutamente nada. 

–¿Cuántos guerrilleros quedan en la actualidad?
–Cuando empecé a trabajar en esta historia en los años 90 habría unos 25 con los que pude hablar. Ahora sólo quedan dos.

–Pues le ha quedado un magnífico libro de Historia...
–No me diga eso, que yo quería que me llamaran escritor. Ya sabe el dicho: todo escritor tiene el deber de matar de hambre a sus hijos. Por eso me hice periodista. Y es cierto que hay mucho de Historia porque aparecen hechos que sucedieron y que, en muchos casos, son inéditos, pero tiene un tratamiento literario.  Tiene un afán flaubertiano hasta el último dato y mi objetivo era profundizar en la condición humana tanto  como en los hechos que se detallan. Por eso me habrá salido tan larga.

–¿Cuáles son esos hechos inéditos?
–Los hay a montones. He recopilado tantos que algunos hasta los he tenido que prestar, como el español que preparó al Che en Sierra Maestra para la guerrilla. Jugaba al ajedrez con él. Y es que de esa guerra de guerrillas salieron instructores para los boinas verdes que combatieron contra Hitler y que contribuyeron de manera decisiva a derrotarle. Los servicios especiales aprendían de los españoles y de los brigadistas internacionales.  

–Usted cuenta un hecho que me afecta personalmente. Dice que la Guerra Civil, la insurrección, empezó unos días antes del 18 de julio, en una aldea pacense, Nava de Santiago.
–Así es. Fue una confusión que demuestra que los falangistas estaban al tanto del golpe y se precipitaron liberando a unos caciques. Poca gente conoce ese hecho.

–Mi madre nació en ese pueblo. Me había contado esa historia que yo no había leído en ninguna parte.
–No sabe cómo me alegra escucharlo. Me ha pasado ya con otras personas que han leído el libro. Por ejemplo, cuando narro la historia de los guerrilleros que asaltan el furgón blindado donde iba el dinero que se iba a dedicar a la construcción del estadio Santiago Bernabéu. Es otro episodio que apenas si lo conocen quienes lo vivieron. 

–También escribió un libro sobre Juan María Bandrés, otro nombre que creo que no está suficientemente reivindicado. 
–Es un hombre injustamente desconocido para los jóvenes que fue clave en la paz de Euskadi. Era un hombre bueno y honesto en el más amplio sentido del término, abogado de etarras, pero no etarra. Me lo presentó Adolfo Suárez, del que era muy amigo. Es el ejemplo de que en el 15-M cuando cantaban el no nos representan y metían a todos en el mismo saco se equivocaban porque hay muchos diputados buenos a los que debemos grandes cosas. 


–¿Qué aprendió de él?
–Sería incontable. Me enseñó algo terrible: que, a uno y a otro lado, la violencia no acabó en Euskadi porque había demasiada gente interesada en que no acabara. Como él decía amargamente, si no hay guerra, no hay medallas.

–¿Trazaría algún punto de conexión entre la guerrilla antifranquista y el origen de ETA?
–Ni la más mínima. Los guerrilleros detestaban el terrorismo y la muerte de inocentes. No mataban si no era necesario. Tenían su propia justicia guerrillera interna que más que un código era una reglamentación legislativa. Y con castigos muy duros. 

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