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jueves, 11 de agosto de 2016

Qué supone estar casada a los 7 años el Huffington Post

 
Nuevo periodismo hecho por mujeres afganas

Una historia de Shougofa Alikozay

Para esta madre de 37 años y cinco hijos, la vida es la imagen de un matrimonio forzado: le cuesta arreglárselas con sus ganancias de menos de un dólar al día y no puede permitirse llevar a ninguno de sus hijos a la escuela.
"No quiero que mi hija sufra las mismas limitaciones y problemas que yo. Quiero que se case cuando sea mayor, no durante su infancia", me cuenta la madre de Spengul cuando nos encontramos con ella en su casa de adobe en el polvoriento pueblo de Pol-e-Charkhi, a las afueras de Kabul (Afganistán). Ella respeta la tradición rural afgana de no usar su propio nombre, y utiliza el de su primogénito, Spengul.
La madre de Spengul se casó a los 7 años con un hombre que rondaba la veintena. Para su familia, que era pobre, el matrimonio ofrecía un alivio económico y una forma de protección. "Era una niña. ¿Cómo iba a ser feliz", reflexiona. "¿Cómo una niña sin su madre y sin su padre puede ser feliz en una casa extraña?".
Resulta que su marido era una persona mentalmente inestable y adicta al opio, lo que hizo que la mujer sufriera abandono, una soledad insoportable y desamor. Cuando empezó a menstruar, con 13 años, concibió a su primer hijo. Pero su cuerpo no estaba desarrollado por completo ni preparado para el parto, y además no tenía dinero para comida ni medicinas, así que el niño no tuvo muchas opciones de supervivencia. Murió a los cuatro meses.
Como suele ocurrir a las madres menores, la madre de Spengul sufrió físicamente tras su primer parto y estuvo un tiempo sin tener otro hijo. Las niñas que dan a luz antes de los 18 años se enfrentan a numerosos problemas, entre ellos diabetes, anemia y enfermedades cardíacas, según los expertos. Tuvo suerte de sobrevivir, sobre todo teniendo en cuenta que era menor de 15 años. Afganistán tiene la tasa de mortalidad materna más alta del mundo, debido especialmente a los matrimonios forzados de chicas jóvenes. La pobreza y la falta de calorías no hacen más que empeorar el problema. Afganistán tiene la cuarta peor tasa de mortalidad infantil en niños menores de cinco años, por detrás de Angola, Benin y Chad, según UNICEF, que calcula que mueren 101 niños de cada 1.000 nacimientos.
Zarmina, de 2 años, y Baghzamina, de 10, son hijas de 'la madre de Spengul', como se hace llamar. Ambas posan frente a su casa de adobe.
La madre de Spengul se sintió despojada y físicamente mal tras la muerte de su bebé. Hasta que su marido no la amenazó -unos años después- con casarse con otra mujer, ella no se decidió a tener más hijos, entre los que está su adorado Spengul. "Me alegro de tener a mis hijos. Así es. Si no, no habría felicidad en mi vida", me confiesa.
"Mi marido no estaba bien de la cabeza. No nos compraba nada. No era un ser humano normal. Se volvió un adicto al opio durante nuestro matrimonio", cuenta la madre de Spengul mientras cuida de sus tres hijas y dos hijos, vestidos con harapos y visiblemente malnutridos. La más pequeña tiene dos años. Juegan en el patio de la casa, con el pelo apelmazado por la suciedad. Su marido los abandonó hace dos años y medio sin dejar rastro. "Se esfumó", explica, y añade que cree que puede estar muerto. "Nunca encontré su cuerpo".
Ahora vive con su familia política y subsiste a duras penas lavando uvas pasas. Por un bol grande de pasas (kasa), recibe 50 afganis, unos 90 céntimos de euro. Tarda un día entero en limpiar un kasa. Algunos días sus hijos comen, otros días, no.
Vista de Pol-e-Charkhi, el pueblo afgano donde vive la familia. (Foto: Shougofa Alikozay)
"Lo que me preocupa no es cómo voy a comprar ropa nueva a mis hijos, sino cómo voy a conseguir jabón para lavarles la vieja".
En el pueblo de Pol-e-Charkhi, la madre de Spengul y sus hijos son la familia más pobre del barrio. Las casas son pequeñas, están viejas y estropeadas. Cuando su padre murió, su madre se vio obligada a casarse con otro hombre. Además del dinero que gana con las uvas, el único apoyo que recibe es de su suegro, que recoge botellas vacías de Pepsi para reciclarlas por una pequeña cantidad de dinero.
El futuro para los niños de Afganistán es desalentador. Las tropas extranjeras siguen ahí, hay un enorme vacío de seguridad, la inestabilidad política y la falta de ayudas amenazan con echar por tierra una década de esperanza y mejoras en la educación. "Por desgracia, en los últimos años se han reducido las ayudas económicas para Afganistán y ha disminuido la preocupación por los matrimonios de menores", afirma Freshta Karimi, fundadora y directora de Da Qanoon Ghushtonky, uno de los principales servicios de asistencia jurídica del país.
Pese a la existencia de una ley de 2009 que penaliza el matrimonio infantil -la edad oficial para las chicas es de 16 años y para los chicos, de 18-, la práctica continúa y rara vez se pilla a los infractores. "El matrimonio infantil está aceptado como parte del estilo de vida afgano, de la identidad y las tradiciones del pueblo afgano", cuenta Karimi.
Para la madre de Spengul, este estilo de vida va cargado de miseria. Cuando sus hijos están enfermos, alguna vez consigue que los atiendan en la clínica de forma gratuita, pero la mayoría de las veces los niños tienen que aguantar su enfermedad. Ella lamenta haberse casado tan joven y el impacto que ha tenido en la vida de sus hijos. Cuando le pregunto si comprará ropa nueva para sus hijos para el Año Nuevo afgano -como indica la tradición-, ella contesta: "Lo que me preocupa es cómo voy a conseguir jabón para lavar sus prendas viejas".
De vez en cuando, una gran sonrisa le recorre la cara. Sueña con poder llevar a sus hijos a la escuela. "La mayor ambición de mi hija es tener un cuaderno y poder escribir en él".
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Sahar Speaks es un proyecto que dota a mujeres periodistas de la formación, las redes y las oportunidades de publicación necesarias para dar voz a las mujeres de Afganistán. 'The Huffington Post' presenta a las protagonistas y publica sus historias en formato multimedia.

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