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viernes, 11 de noviembre de 2016

El arte de la justa medida granadahoy.com

GUMERSINDO RUIZ
Economista

Los equilibrios de unos no son ajenos a los desequilibrios de otros, y lo que para unos es justa medida, para otros es injusto y desmedido

No es casual que una de las reflexiones más interesantes sobre la insatisfacción actual, que se muestra en formas tan dispares como el populismo político -con sus dos temas recurrentes de inmigración y los perjuicios que nos causan nuestros vecinos-, el consumo ilimitado como regla de vida y sentido de la economía, y una frustración esencial con el trabajo y la desigualdad económica, venga del benedictino Anselm Grün. El pensamiento de Grün es muy popular, pues más que prédica moral es un intento de conciliar la trascendencia espiritual, arraigada con más o menos fuerza en todos nosotros, con la vida diaria. En esta ocasión, con un librito cuyo título hemos tomado para este artículo, busca pautas de conducta en los orígenes espirituales y prácticas de san Benito, que respondían a un momento histórico en el que la invasión de los bárbaros había destrozado las normas de la cultura romana que daban cierta estabilidad al mundo. Benito recurre a dos principios que serán los fundamentos de su organización: una justa medida en las cosas, la reflexión interior, las relaciones, el comportamiento; y un orden que ayudara a conseguir el equilibrio vital, aunque fuera algo tan aparentemente simple como establecer un horario por el que se regiría la vida de sus monjes.
Uno de los indicadores que se utilizan para medir el bienestar de un país es la armonía con que crece el producto de la economía, pues una excesiva volatilidad -la economía crece mucho y luego cae, y luego vuelve a crecer- es un indicador de riesgo, como hemos podido comprobar, por las consecuencias que trae sobre el empleo y la convivencia con un crecimiento desequilibrado. Aquí sí que viene bien que la justa medida se aplique a la economía de un país. Anselm Grün vive en Alemania y tiene como referencia de su libro la sociedad alemana, la cual ponemos habitualmente como ejemplo de una economía en equilibrio, continuamente en busca de la justa medida de sus variables. Sin embargo, aunque el equilibrio presupuestario es difícilmente criticable, pues supone un ahorro público, no es una virtud cuando coincide con un superávit comercial, que es una fuente de desequilibrios en el área del euro; las tensiones se agravan por la intervención en los tipos de interés, que favorecen a los deudores frente a los ahorradores, así como por el problema de la inmigración, que afecta a toda Europa. Los equilibrios de unos no son ajenos a los desequilibrios de otros, y lo que para unos es justa medida, para otros es injusto y desmedido. Grün no es un macroeconomista y no trata sobre estos temas, pero las reflexiones e inquietudes personales es raro que se puedan desligar del entorno más o menos cercano en que vivimos. Las llamadas que hace para que aceptemos nuestra condición humana y saquemos lo mejor de nuestra forma de ser es difícil que puedan escucharse en un entorno muy desequilibrado, o donde acechan el mal o la irracionalidad.
Por otro lado, sí es verdad que en una sociedad como la nuestra, donde se han conseguido ciertos equilibrios y compromisos sociales, la deficiencia relacional puede remediarse con un esfuerzo personal por evitar que los débiles -sean personas o comunidades- se presenten permanente en estado de víctima, y los fuertes se quejen de las políticas redistributivas. Esta es una adaptación de Anselm Grün, en su intento de conciliación de la vida social, de lo que san Benito quiso para su comunidad, en la que había también fuertes y débiles, resentidos y enojados, por recibir poco o pensar que daban mucho. Con esta preocupación en mente, los tres principios para la orden benedictina eran, primero, la búsqueda de una medida apropiada para la vida, un punto medio que no supone ni conformismo ni exageración, esfuerzo desproporcionado o irresponsabilidad. La segunda regla es la capacidad de discernir, de valorar las propias fuerzas y capacidades, y adaptarse a las situaciones. Y en tercer lugar, una forma de actuar, un ritmo adecuado para no exigirnos demasiado ni demasiado poco; y también para encontrar un equilibrio entre plantear -por ejemplo en política-cuestiones que no tienen posibilidad de realizarse y llevan a la frustración, o insinuar que es inevitable el statu quo.
Es fácil criticar a Anselm Grün por no ir más allá de la experiencia personal en su entorno, obviando la acción política. Sin embargo, aunque se marca un territorio limitado no deja de ser ambicioso, pues precisamente en la propia medida y sabiduría personal es donde se encuentran las palancas que pueden cambiar la desmesura de nuestra política, economía y sociedad.

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