Farmacéutica, ONG Farmamundi
Más allá de llenar las redes sociales y nuestras solapas de lacitos rojos, el Día Mundial contra el SIDA debe servirnos para informarnos y actualizarnos sobre los nuevos datos, situación actual de la epidemia y comprometernos con aquellos retos que todavía quedan por cumplir. Entender que la epidemia todavía sigue presente, apostar por una mejor información, luchar contra la estigmatización de las personas portadoras de VIH, reclamar acceso al diagnóstico y tratamiento es un reto de toda la sociedad.
Si empezamos con los números, los últimos datos de ONUSIDA de 2015 indican que a nivel mundial 36,7 millones de personas viven con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y más de 2 millones de personas contrajeron la enfermedad ese mismo año. Además, se estima que 17 millones de personas viven sin saber que tienen el virus. Desde el inicio de la epidemia, allá por los años 80, el síndrome de la inmunodeficiencia adquirida (SIDA) se ha llevado la vida de 35 millones de personas y ha dejado a más de 17 millones de niños huérfanos (muchos también contagiados por vía materno-fetal).
La realidad actual es muy diferente que la de principios de los 90 y presenta también diferencias en distintas partes del mundo. Históricamente la tendencia era hablar de números y causas. En nuestros días, desde que se conoce mejor el virus, las vías de transmisión y, sobre todo desde la aparición de tratamiento y profilaxis, para hablar de VIH/SIDA es imprescindible abordar el tema desde las vertientes biológica-sanitaria, socio-cultural, económica y política.
Biológicamente es importante dejar claro la diferencia entre VIH y SIDA. Para decirlo rápido- y espero que claro- SIDA es el estadio de la enfermedad en el que el virus se presenta en el organismo en grandes cantidades y vence al sistema inmunitario. Este estadio puede presentarse hasta 10-15 años después del contagio si la persona no es tratada adecuadamente. Hasta el SIDA, el virus se va reproduciendo en el organismo sin presentar apenas síntomas pero con capacidad de infectar.
Ser portador del virus VIH, en cambio, no significa tener SIDA, sino tener el virus presente en el organismo. Todavía no hay vacuna ni cura para el VIH, pero los tratamientos actuales permiten reducir la presencia del virus hasta niveles prácticamente indetectables, lo que hace que las personas portadoras puedan llevar una vida prácticamente normal. No diagnosticar y por lo tanto tratar adecuadamente a personas infectadas supone un alto riesgo para ellas mismas y para la propagación de la enfermedad. En cambio, el VIH tratado, podría considerarse hoy en día como una enfermedad crónica como lo puede ser la diabetes.
No hay ningún rasgo físico que nos pueda hacer saber el estado de una persona, tampoco en los más de 17 millones de personas no saben que están infectadas.
¿Hasta aquí todo claro? Seguimos. A nivel socio-cultural y en base a lo que se ha dicho anteriormente, podríamos describir el estado de VIH/SIDA de hipócrita. Por un lado, en nuestras latitudes (en otras partes del mundo la situación es muy distinta), desde la aparición de tratamiento efectivo, se ha reducido notablemente la muerte por SIDA, lo que ha conducido a una "normalización de la enfermedad": hay menos campañas informativas, no se sabe la diferencia entre VIH y SIDA, ya no se habla, no se tiene presente, "ya pasó". Sin embargo, por este mismo motivo, sigue habiendo una gran estigmatización, prejuicios y desprecio hacia a aquellas personas que comunican abiertamente su situación de ser VIH-positivas. Muchas han perdido sus empleos, amistades o se ven obligadas a llevar su estado en secreto. En 2016, ser portador/a del VIH, bajo tratamiento y no significando ningún riesgo, sigue siendo tabú y causa de exclusión social.
Este aspecto se refleja también en los medios de comunicación, los cuales deberían adoptar más responsabilidad y conciencia social en este tema tan importante. Sin embargo, pocas son las veces que se trata en las noticias. Cuando ocurre, solemos encontrar noticias que reflejan un pésimo grado de información, que no incitan al respeto y conocimiento de la enfermedad, sino suelen transmitir informaciones que conducen a más exclusión y más desinformación.
En este punto entra en juego el aspecto político y económico. Se requieren estrategias bien coordinadas y sin interrupciones que impulsen y garanticen la efectividad de las acciones de educación, prevención y tratamiento Por un lado, se necesitan mayores campañas de prevención e información sobre VIH, no solo en la adolescencia, sino en toda persona en edad reproductiva y vida sexual activa. Aunque en sus inicios se relacionó la enfermedad más con el colectivo varón homosexual, actualmente más del 50% de las personas afectadas son mujeres.
Está más que comprobado que el virus no tiene preferencias. Necesitamos políticas sanitarias que normalicen las pruebas de diagnóstico, incluso se hagan y se ofrezcan de manera rutinaria en los centros de salud primaria. Recordemos que no hay ningún rasgo físico que nos pueda hacer saber el estado de una persona, tampoco en los más de 17 millones de personas no saben que están infectadas, y no reciben, por tanto, tratamiento, con lo que son potencialmente infectantes. Cuanto antes sepa que una persona que tiene el virus, antes se puede tratar y evitará futuras infecciones. Sólo cuando las pruebas diagnósticas de VIH se vean como una cosa normal y necesaria para cualquier habitante del planeta, podremos tener esperanza en el fin de la epidemia.
Sólo un 46% de las personas con VIH tienen acceso a tratamiento
El acceso al tratamiento es otro punto en que se debe actuar. Actualmente, a nivel mundial, sólo un 46% de las personas con VIH tienen acceso a tratamiento. Muchas ONGs, entre ellas Farmamundi, trabajan para mejorar la situación de diagnóstico y tratamiento de poblaciones vulnerables. Sin embargo, más actuaciones políticas deben llevarse a cabo a nivel nacional e internacional para garantizar el acceso a tratamiento a toda persona que lo requiera, independientemente del origen, orientación sexual o situación económica.
Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible mantienen el año 2030 como meta para el fin de la epidemia. Ya para 2020 ONUSIDA se ha planteado alcanzar reducir las nuevas infecciones en un 75% y cumplir con el objetivo 90:90:90, es decir, que el 90% de las personas que vivan con VIH conozcan su estado; que el 90% de las personas diagnosticadas tengan acceso a tratamiento y que el 90% de las personas tratadas logren reducir la cantidad de virus a valores indetectables.
Conseguir estas metas, no debe convertirse en una quimera, sino responsabilidad de toda la sociedad.
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