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jueves, 15 de diciembre de 2016

"Mi novio me controla porque me quiere" el Huffington Post

 
Escritora, psiquiatra y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba

Una de las situaciones que puede provocar más sufrimiento a unos padres es saber que su hija podría estar siendo maltratada, tenga la edad que tenga. Si además es adolescente y, cuando le preguntan «¿por qué sigues con él?, ella responde «porque estoy enamorada» y continúa con: «si tiene celos es porque me quiere», «el amor siempre te hace sufrir», «los chicos buenos son aburridos, no son sexys»..., estamos ante un problema tan serio como grave, pero que tiene solución si llegamos a tiempo.
Hace unos días un grupo de padres de adolescentes maltratadas me pidió que asistiese a una de sus reuniones, que forman parte de un programa llevado a cabo por el Instituto Andaluz de la Mujer en todas las provincias andaluzas (1). Conocían mi trayectoria en la atención clínica como psiquiatra, pero les interesaba especialmente mi vertiente literaria, porque algunos de ellos habían leído La caricia de Tánatos, un thriller psicológico en el que deconstruyo el mecanismo del maltrato psicológico, desde el punto de vista de la víctima, pero también adentrándome en la mente del maltratador.
En estas reuniones supervisadas por una psicóloga se les intenta enseñar a manejar esta terrible situación, cuyo conocimiento les suele llegar de tres maneras posibles: la misma adolescente lo cuenta, lo que indica que la relación de violencia está muy avanzada, tiene miedo y entonces puede ser más receptiva a recibir ayuda; que la chica reconozca que tiene un problema de pareja pero crea que ella lo puede solucionar --es más frecuente de lo que debería--, y no quiera ayuda y, por último, que no reconozca que tiene dificultades, que no sea consciente, que no perciba la violencia que se ejerce contra ella. En estos casos, la voz de alarma surge de los padres que observan, sin poder hacer nada, los comportamientos de sumisión patológicos de sus hijas, la intromisión inadecuada de los novios en sus vidas, el acoso a que las someten por las redes sociales o por WhastApp, la vigilancia extrema que hacen de sus movimientos mediante aplicaciones espías que les colocan en los móviles, las continúas agresiones verbales o incluso físicas, los tratos vejatorios... Padres que, al mismo tiempo, intentan dialogar con ellas y explicarles que esas conductas no son normales, que pretenden aclararles que estar enamoradas no significa sufrir por el otro, si no compartir, que tratan de recobrar su confianza... y que padecen el rechazo de sus intransigentes hijas, la incomunicación, las mentiras, la hostilidad o la agresión verbal y hasta física.
El Instituto Nacional de Estadística señala que en 2013, el último año del que se tienen cifras, 499 mujeres menores de 18 años tuvieron orden de protección o medidas cautelares. Muchas más son las que no presentan denuncia, y para esas no cabe más que esperar a que, de alguna manera, tomen conciencia del peligro al que están expuestas.
¿Qué está sucediendo? Estamos ante un problema que crece cada año de manera exponencial, asistiendo a un cambio radical en el concepto de feminidad que aferra a nuestras adolescentes al mito de amor romántico idealizado, en el que se han desdibujados los límites de la tolerancia, en el que la mujer pasa por perder su libertad en pos de una entrega total de su cuerpo, de su mente, de la anulación de su personalidad y, cómo no, de las claves de acceso de todos sus dispositivos electrónicos --se la doy porque no tengo nada que ocultar--, convirtiéndose en esclavas del que consideran su chico, y acaban convirtiendo en su señor. Todo eso, sin siquiera darse cuenta, porque la mayoría de los maltratadores son encantadores de serpientes y consiguen que dependan de ellos.
El maltrato es violencia, no importa si es físico o psicológico; y no hay edad para sufrirla.
Todos los padres coincidían en que las parejas de sus hijas tenían un perfil característico. En palabras suyas, eran «lobos disfrazados de corderos». Entonces les hablé del perfil típico del maltratador, el mismo que presenta Marcos, uno de los protagonistas de La caricia de Tánatos: son narcisistas, con baja empatía, controladores, manipuladores, con baja tolerancia a la frustración, irónicos, ambiguos, con un complejo de superioridad que esconde su propia inferioridad. Pero ante los demás se muestran encantadores, sumamente educados, complacientes, excelentes conversadores, detallistas, serios y responsables. Cualquier persona confiaría en ellos, hasta los padres se muestran satisfechos y afortunados del novio que tiene su hija, confiados en que esa persona cuidará de ella y la librará del sinfín de peligros que el mundo actual les facilita. En ellos todo es mentira, una ficción planificada para conseguir su objetivo. Para ello tejen una tupida tela de araña alrededor de su presa, de la que le es imposible escapar, ante el asombro de esos padres cautivados que ahora no saben qué hacer para romper ese lazo, esa unión casi indestructible.
El maltrato es violencia, no importa si es físico o psicológico; y no hay edad para sufrirla. Estar alerta, identificar el problema, denunciarlo y ponerse en manos de especialistas son los medios de los que disponemos para hacer frente a esta plaga. Romper el círculo de la violencia es complicado, difícil y sobre todo, un proceso muy largo, pero con apoyo se consigue.
(1) El novio de mi hija la maltrata. ¿Qué podemos hacer? Guía para madres y padres con hijas adolescentes que sufren violencia de género. Instituto Andaluz de la Mujer. Consejería de Igualdad y Políticas Sociales. Junta de Andalucía. 2016.

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