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miércoles, 8 de febrero de 2017

Email ¿Están en crisis las humanidades? el Huffington Post

 
Psicoanalista

Foto: Getty Images.
Más allá de los simulacros por una defensa con olor a nostalgia del saber de salón - o su eufemismo "cultura general" - hay sin duda un cuestionamiento por su eventual valor de cambio. Justamente porque el saber ha quedado enredado en el campo de las transacciones economicistas.
Y en esa cancha, es el dato el que toma valor absoluto. Pero un dato no es un conocimiento, y éste a su vez no es lo mismo que la sabiduría (Dessal). Para que una información se convierta en un saber debe haber alguien interpelado por las ideas, habitándolas política o éticamente. Cuando eso no ocurre, el saber antes que ser liberador se transforma en una forma de domesticación. Es lo que Heidegger llamó el paso de la ciencia a la Técnica: ideología de la supresión del sujeto, en que la construcción del conocimiento no queda limitado por la soberanía humana, incluso tampoco por la devastación de la guerra, sino que avanza de manera acéfala, siendo más bien los hombres quienes quedan sometidos a sus verdades escritas a fuego. Por ejemplo, la economía y la biología hoy reciben el mismo tratamiento que la ley de gravedad: la primera no es posible de cuestionar sin la amenaza del apocalipsis, la segunda, determina nuestra verdad en el cuerpo antes que en la experiencia simbólica.
Las humanidades en este escenario van quedando arrinconadas en reductos académicos. Como también se ven tentadas a su reducción a un "humanismo" industrial, disminuyendo al ser humano a una verdad química - resultando la pastilla el paradigma de una felicidad que ya no es más una cuestión ética - o bien, se vende envasada en los productos del new age y la autoayuda. Por cierto, no se trata de hacer una distinción snob de este tipo de prácticas frente a algo que pretenda llamarse "alta cultura", sino que de cuestionar la subjetividad que subyace a su discurso. ¿Se trata de saberes que liberan o que domestican? Benjamín se preguntaba de qué sirven los bienes de la educación si no se une a ellos la experiencia. La riqueza de las ideas puede ser incluso sofocante cuando van acompañadas del mutismo del dato que secuestra al pensamiento.
Paradójicamente al empuje actual al "bienestar supremo" o el wellness, esa ideología de la felicidad de farmacia o mantra, hoy habitamos tiempos del paso al acto, del pánico y del odio crudo. Porque la miseria actual es quizás menos material pero rotundamente simbólica. Y si las humanidades han de servir para algo - cuando se resisten al imperio del dato - es justamente para hacer la experiencia de vacío que permite el ser tocado por la palabra: sublimación del exceso de la carne que tramita la agresión en debate, la angustia en la tristeza digna, la repetición en creación, el discurso vacío en una palabra que implique a quien la emite para que no dé lo mismo cualquier decir.

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