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domingo, 19 de febrero de 2017

Hombres sentados granadahoy.com

                                                                         TRIBUNA


ALFONSO LAZO
Historiador

Hombres sentados
Al comenzar los disparos todos nos arrojamos al suelo en busca de protección, acurrucados; sin duda un acto reflejo, aunque todavía me humilla y avergüenza ese recuerdo. Porque hubo tres personas de entre nosotros que permanecieron inmóviles en su sitio, hieráticas, llenas de dignidad: el antiguo falangista, el soldado y el viejo líder comunista.
El militar era Gutiérrez Mellado; el comunista, Santiago Carrillo; el antiguo falangista, Adolfo Suárez. ¿Qué tenían en común para haber vencido el instinto de conservación? El general combatió durante la Guerra Civil; el comunista fue responsable político en el bando contrario; el presidente de Gobierno había sido educado en los valores campamentarios del Frente de Juventudes. Los tres unidos por principios similares: valentía, disciplina, pensamiento fuerte (la verdad es una), dureza en el esfuerzo. No juzgo ahora tales valores, sólo constato unas creencias asumidas que llevan a determinados comportamientos inseparables del liderazgo. Hubo también una cuarta figura que permaneció en su sitio, regia, y aquella noche, con sus palabras, salvó la democracia española. Estos días una televisión infame intenta arrastrar su memoria por el fango.
Existen valores incompatibles entre sí, que cambian de un pueblo a otro y de una época a la siguiente. ¿Mejores o peores? ¿Existe el progreso moral o vamos hacia el apocalipsis? Copio, alterándolo un poco para adecuarlo a nuestro tiempo, uno de los aforismos de Guido Ceronetti (Los pensamientos del té, 1994): "El pensamiento y el lenguaje humano están irreparablemente perdidos. Tenemos la mente contaminada al igual que el Mediterráneo. Antes de que la pandemia contagiase la sangre con el completo olvido de la lectura, ya había sido tocada por la televisión y su pútrido lenguaje. Las consecuencias no serán otras que la esclavitud universal ilimitada, la sodomía obligatoria, la antropofagia legalizada". Yo no soy tan pesimista, pues creo que en la larga duración Occidente no cesa de progresar, y que incluso en siglos de barbarie siempre queda una minoría excelente que a su tiempo recupera la civilización perdida.
Pero los valores, desde luego, cambian, y van en paralelo con los cambios del lenguaje. Ya hay términos o conceptos a punto de borrarse del diccionario por haber caído en desuso: patriotismo, honra, cortesía, respeto, autoridad, bandera, decencia; Cambios del lenguaje de un nuevo imaginario. Hace cosa de pocas semanas, en este mismo periódico, una crónica de arte daba cuenta de cierta exposición de pintura en Sevilla donde el artista ("comprometido", sin duda) condenaba con la obra expuesta el pensamiento dominante que, según él, "coloniza y homogeniza las ciudades"; un pensamiento -decía- "de base patriarcal, racista, homófobo, sexista, machista, conservador y capitalista". Digo yo que el artista debe haber confundido España con Arabia Saudí, pues entre nosotros el pensamiento colectivo es justamente lo contrario: discurso de género, multiculturalista, gay, feminista, progre, intervencionista y anticapitalista. Basta ver cualquier cadena de televisión (incluidas las públicas) para comprobarlo.
Cuando el atentado islamista de las pasadas Navidades en Berlín, la Unión Europea expresó su preocupación no tanto por la amenaza de la Yihad como por el posible crecimiento de la extrema derecha. A esto se llama buenismo: renuncia a defenderse, no coger el toro por los cuernos, creer que el fanatismo se frena con mucho amor. Al día siguiente Televisión Española nos ofreció imágenes de un coro que cantaba en el mismo lugar de la matanza; la voz de la periodista decía: "Cantan pidiendo reconciliación". ¿Reconciliación con quién? Aquí, el buenismo convertido en cobardía cierra el círculo de la estupidez suicida. Escribe Ramón Gaya en una carta de 1952: "Nada de privilegios, eso es para los plebeyos, aristocracia, mucha aristocracia, es decir, obligaciones". Obligaciones autoimpuestas, deberes asumidos más allá de lo que se exige al común: la verdadera nobleza de carácter que nada tiene que ver con la sangre ni la herencia ni el dinero. Nobleza hecha a sí misma con esfuerzo virtuoso. Élite que permanece en su puesto cuando empiezan los disparos.
Me pregunto cuáles de nuestros políticos permanecerían impasibles en sus escaños si hoy se repitiese un hecho como aquél de febrero de 1981. ¿Quién conserva ya los viejos valores que hacen a un líder? VirtusFortitudoAuctoritas, voces olvidadas de una lengua muerta.

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