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domingo, 5 de febrero de 2017

Isla Decepción: Ciencia bajo el volcán granadahoy.com

Un grupo de científicos de la Universidad de Granada analiza en la isla Decepción, en el Polo Sur, las señales previas a las erupciones


El 28 de septiembre de 2014 la erupción del volcán japonés Ontake dejó 31 víctimas mortales. Todos eran senderistas que practicaban este deporte en un lugar enormemente popular en Japón. El inicio de la actividad volcánica del Eyjafjallajökull (Islandia) en marzo de 2010 provocó una crisis a nivel mundial, que sobre todo resintió al transporte aéreo. El caos. Gabriel de Castilla, palentino que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, fue navegante y se le atribuye la expedición que dejó testimonio de lo que después se supo era la Antártida. Entre el navegante español y la actividad volcánica del siglo XXI hay una enorme brecha. Y también un pequeño hilo del que, cada invierno, tira un pequeño grupo de investigadores del Instituto Andaluz de Geofísica (IAG) de la Universidad de Granada.
La última edición de la Campaña Antártica arrancó con el inicio del invierno granadino, el pasado mes de diciembre. El destino de los cinco investigadores de la Universidad de Granada, liderados por Enrique Carmona y José Benito Martín, los veteranos en estas lides y de vuelta a casa desde finales de enero, fue la base militar Gabriel de Castilla, en la isla Decepción, y que toma el nombre del desconocido almirante. Un rosco pétreo de quince kilómetros de diámetro en medio de la nada donde cada verano austral se dan cita entre 30 y 40 investigadores para realizar trabajo de campo en proyectos que van desde el cambio climático a las características de la fauna polar.

LA ACTIVIDAD DEL VOLCÁN VIENE PRECEDIDA POR ACTIVIDAD SÍSMICA, CLAVE PARA DAR LA ALERTA
El grupo de la Universidad de Granada se dedica a los volcanes. En concreto, estudia las señales que 'emite' del volcán antes de la erupción. La actividad viene precedida de actividad sísmica y ahí puede estar la clave de la prevención de desastres naturales. Y la isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur, es el lugar ideal para estudiar este comportamiento. La isla es en realidad un volcán. La caldera está colmada de agua -que en invierno se congela y en verano es una especie de lago de unos seis kilómetros de diámetro- y la zona emergida es la parte superior del cono volcánico. Ahí está asentada la base.
"En la Antártida sólo se hace investigación", explica el investigador principal del proyecto y profesor del Departamento de Física Teórica y del Cosmos de la UGR, Javier Almendros, que acumula cinco campañas en el Ártico desde que en 1995 viajara por primera vez. Este año se ha quedado en 'tierra'. "En España tenemos volcanes, en las Canarias, pero curiosamente, es más fácil trabajar en la Antártida", señala el investigador. En el Polo Sur no hay riesgo de vandalismo que se cebe con los instrumentos de medición, ni 'ruido' provocado por la actividad humana. "Eso puede ensuciar la toma de datos". En virtud del Tratado Antártico, firmado en 1959, el continente es un terreno para la ciencia. Hay libre disposición para realizar observaciones y colocar instrumentación. El problema es el lugar, las duras condiciones meteorológicas y la excepcional logística a la que obliga trabajar allí. Llegar al último rincón del planeta.

Almendros reconoce que desde su primera Campaña, en el 95 (un año después de que la Universidad de Granada comenzara sus trabajos en la zona) las cosas "han cambiado mucho". El trabajo del grupo ha permitido acumular más de 20 años de toma de datos. Enrique Carmona, doctor en Ciencias Físicas y técnico de apoyo a la investigación, recuerda con nostalgia que en aquella época las comunicaciones dependían en buena medida del correo postal. De hecho, ni siquiera existía la base militar. Era un refugio que se levantó en 1986. Fue en el año 2000 cuando se amplió y se mejoró la dotación para que los investigadores pudieran trabajar con ciertas comodidades. "Ahora nos dicen ¿pero cómo podíais trabajar así? Llevábamos nuestra ropa, no había whatsapp...", recuerda. Los científicos debían ocuparse también de cuestiones básicas como la cocina. "En el 95, la radio apenas se oía". También reconocen que había lagunas en la seguridad de los propios investigadores. "Pero era una época muy bonita", recuerda Carmona con un indisimulado deje de nostalgia.
En todos estos años se ha avanzado en protocolos de seguridad, algo clave cuando se está sobre un volcán activo y la única manera de sobrevivir es que vengan a buscarte. Cuentan con trajes especiales para trabajar, algo básico cuando gran parte del día están sobre la zodiac. Es el medio de transporte que utilizan para atravesar el lago e inspeccionar los medidores instalados en el contorno de la rosquilla que es la isla Decepción.
Cada día se revisan los datos, se analiza la actividad sísmica y se profundiza en el comportamiento del volcán que es la isla. El objetivo es extrapolar esas conclusiones a todos los volcanes activos del mundo. Prácticamente todos cuentan con estaciones que detectan actividad, una herramienta clave para mantener a la población de la zona a salvo de erupciones. Sin embargo, sucesos como el del Ontake dejan claro que puede haber erupciones que escapen del control y provoquen muertos. La situación es aun más delicada en los países con volcanes pero sin medios de prevención.
La jornada en Decepción comienza a las ocho. Cada día dos de 'residentes' de la base -donde conviven trece militares que se ocupan de la logística y mantenimiento del lugar, con una cuarentena de científicos- se ocupan del desayuno y de dar los buenos días con música. La selección musical depende de los encargados de la sesión matutina. El horario, pese a los miles de kilómetros de distancia, se ha asimilado a las costumbres españolas. A las dos pausa para ducha y comer y a las cinco de vuelta al trabajo. A las ocho y media de la tarde hay una reunión del grupo, se programa la tarea del día siguiente y se planifica. Este año, antes de la cena, se han instaurado unas charlas científicas. Cada grupo de los que allí trabaja expone a los demás algún aspecto de su proyecto. Después de la cena, los cinco de la UGR revisan de nuevo la instrumentación para comprobar si ha habido actividad, recuerda Martín. Hasta media noche trabajan en el módulo científico. "No hay fines de semana".

¿Lo peor? "El frío", reconoce Benito Martín, licenciado en Química y técnico en Sismología del IAG. "Cuando nos preguntan a qué temperatura estamos y decimos a cero grados nos suelen contestar que es el mismo frío que en Granada en invierno... pero cero grados con aquel viento...". Martín reconoce que "también se pierde la noción del tiempo". La rutina se sucede sin apenas alteraciones. Carmona, que acumula doce estancias en el Polo Sur, lleva tres campañas consecutivas. "Está también el aislamiento. Antes era total". Reconoce que cada vez se le hace más complicado pasar lejos fechas como las navidades. "Aunque tenemos nuestro belén, y se come muy bien en Nochebuena, Navidad... tenemos nuestras uvas a las ocho de la tarde, para tomarlas con el horario español, y también a medianoche". Y se las toman, por partida doble, con "la familia de allí". "A la semana parece que nos conocemos de toda la vida", señala Martín.

A. ASENSIO

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