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miércoles, 26 de abril de 2017

Asunción de responsabilidades granadahoy.com

                                                                        TRIBUNA


ABEL VEIGA
Profesor de Derecho de Icade

Se ve que en este país sólo aprendemos a palos; pero veremos hasta dónde golpea y con qué fuerza le dejan. Tampoco seamos necios. Éste es el país que es. No otro

Asunción de responsabilidades
Asumir responsabilidades. Ser conscientes de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que decidimos. Volitivamente. De nada sirve echar culpas ajenas. Esto es clave en la supervivencia de la mediocridad, pero no cuando se trata de integridad, de honestidad, de servicio público. De transparencia y, sobre todo, de ejemplaridad. Ésta es la gran asignatura pendiente del servicio y del interés general. No sólo una eticidad en el comportamiento y en la conducta, también en los bolsillos, cristalinos y límpidos. Son muchos los que se aprovechan de lo público en beneficio privado o particular. También muchos que desde lo privado tratan de atraer lo que conoce y a quién conoce quién está en lo público y atraviesa en un momento u otro esa puerta. Giratorias, recíprocas, donde no solo es la capacidad, el conocimiento, la competencia, sino los contactos, la agenda de contactos. Es un país cainita y cínico como el nuestro, el interés casi siempre es sesgado. Nada es casual. Sino causal. Consecuente para determinadas finalidades. El simplismo es un soliloquio donde siempre priman intereses económicos. No nos engañemos. Dejemos a un lado la bondad o la intencionalidad de un irredento buenismo. Quién se deja corromper es el tonto que es utilizado. Y lo es por ese suntuoso anhelo de enriquecimiento espurio. Quien corrompe lo hace a conciencia, en frío, sabedor y analítico. Busca el eje, el eslabón, al que fácilmente a cambio de dinero, se convierte, al final, en tonto útil. Aunque se las dé de listo y como tal le traten. Pero en el mundo de los listos hay que bailar un son y a una partitura diferente pero sin que se den cuenta aquéllos.
Asistimos estos días a una vuelta de tuerca más en esta España a la que han abocado a la ciénaga. La España podrida, vetusta, anclada en los tradicionales estereotipos que siempre nos han perseguido. La de la picaresca, la del engaño, la del fraude, la de la estafa fácil. La de los tontos in eligendo e in vigilando. También los que se dejan tratar como tales. La náusea recurrente de un caciquismo inveterado, somnoliento y que demuestra lo peor de nosotros mismos. Poco o nada hemos cambiado. La noria siempre ha girado sobre sí misma. Sobre este suelo ibérico que no cambia en su mentalidad, ni en su brisa y mueca sarcástica. Ex políticos y políticos, empresarios e intermediarios comisionistas y comitentes forman parte de una madeja mucho mayor. Todos lo saben y todos lo sospechamos. Saber si tirarán o no de esa envilecida, cansina manta es otra cuestión. Todo se ha erosionado. No queda institución en pie que no haya perdido credibilidad. Más allá de los dimes y diretes de este país cansado de cabalgar a lomos de mula vieja. Mucho vive esa mula, y demasiado los arrieros de una astucia y vileza constante en nuestra intrahistoria. Da igual quién gobierne, qué forma de estado exista. Se repite. Lo ha hecho a través de la historia.
Lo malo es la ceguera voluntaria, el silencio autoimpuesto y la indiferencia, el mirar hacia otro lado con total impunidad. Tanto de los que lo hacen como de los que lo permiten hacer, tanto de los que corrompen como de los corrompidos. Pero lo peor de todo es el grueso, espeso y tupido manto que se ha ido creando a lo largo de décadas y donde son muchas, tal vez demasiadas, las aristas involucradas. Demasiados intereses yuxtapuestos que han ido embarrando y al tiempo cohesionando al madurar y secar ese barro un espeso tejido de oportunismo, silencio, enriquecimiento, compra de voluntades, lealtades, afinidades y ocultamientos. Pues de eso y todo se trata a un tiempo. La compra de lealtades, de silencios y la impunidad.
Hace mucho algunos políticos trataron de situar en el discurso autocomplaciente y exculpatoria la máxima de que un proceso electoral purga imputaciones, acusaciones y reproches. Lo cual es falaz. Las urnas no convalidan fraudes, engaños, estafas, delitos y enriquecimientos, tampoco otras levedades no precisamente menores. Ahora, la Justicia, aunque lenta, a veces contra viento y marea, obstáculos y zancadillas, trata precisamente de hacer eso, justicia. De nada o poco consuelo sirven los reproches culpabilísticos tardíos, por culpa in eligendo o in vigilando. No nos engañemos, son presiones para aparentar limpiar cuando nada se puede ya limpiar si no se amputa, si no se regenera, y lo que es peor, si verdaderamente no se tiene intención de regenerar. La gangrena se extiende. No se tapa. Su olor es insoportable al final. Se ve que en este país sólo aprendemos a palos pero también, veremos hasta dónde golpea y con qué fuerza le dejan, ese palo. Tampoco seamos necios. Éste es el país que es. No otro. Cambiarlo, un oxímoron.

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