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sábado, 6 de mayo de 2017

Bonos verdes, ¿los nuevos dos litros de agua que iban a salvarnos la vida? elhuffingtonpost

GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO
Igual que cuando se dijo que había que beber 2 litros de agua al día y nos pusimos todos como locos a beberla, en el mundillo medioambiental ahora están todos locos con la financiación del carbono. En particular, los bonos verdes son los nuevos 2 litros de agua para salvarnos de una muerte prematura. Ahora, cuaquiera sabe que lo de los 2 litros era una exageración y que ni hay que beber tanto, ni es la única medida necesaria para llevar una vida sana.
Pero de momento sigue siendo un poco anti-sistema decir que los bonos verdes no son la salvación, porque lo que va implícito en ello es que a uno no le convence el sistema financiero, y eso siempre suena demasiado bolivariano.
¿Qué son los bonos verdes?
Los bonos verdes son bonos corrientes pero que están vinculados a proyectos con un beneficio medioambiental, y pueden ser emitidos por gobiernos locales o nacionales, instituciones sin ánimo de lucro o empresas privadas (en España la emisión más notable viene de la mano de Iberdrola; por otro lado, Francia ha sido el gobierno con la mayor emisión hasta la fecha). De momento, la mayor parte de proyectos financiados mediante bonos verdes son de energías renovables, pero también pueden ser proyectos de tratamiento de aguas, reciclaje, transporte limpio, agricultura, etc.
Por lo general, los bonos verdes tienen una rentabilidad similar a los bonos comunes, pero cuentan con el atractivo añadido de que tienen un impacto medioambiental positivo. Este es el principal motivo por el que son tan populares, ya que visibilizan oportunidades medioambientalmente respetuosas a los inversores, y proporcionan claridad respecto al nivel de riesgo asociado (ante la creciente aceptación de los riesgos del cambio climático para las inversiones tradicionales). De este modo se logra canalizar fondos para la lucha contra el cambio climático.
Dada la cantidad de dinero necesaria para afrontar los retos climáticos, convertir la causa medioambiental en algo financieramente atractivo es una idea brillante (y sencilla, ya que se vale de elementos pre-existentes como el mercado de valores y los bonos). Se estima que el año pasado se emitieron bonos verdes por valor de 81 miles de millones de dólares (casi 76 miles de millones de euros), y se esperan casi el doble para este año.
La forma de conservar el medio ambiente del que dependemos todos no debería ser una decisión reservada solamente para los que pueden invertir en bonos.
¿Cuál es el problema?
Quizá ya os haya surgido la duda: ¿qué hace que sean verdes? En principio, simplemente la capacidad del emisor de deuda para convencer a sus inversores de que el proyecto al que se destinarán los fondos es sostenible (y lógicamente si el inversor necesita un lavado de cara, no se va a poner tiquismiquis con que si es verde de verdad o no). Como esto era demasiado turbio, la Asociación Internacional de los Mercados de Capitales (ICMA, en inglés), desarrolló los "Principios de Bonos Verdes", para ayudar a los emisores de bonos a determinar si su proyecto es realmente verde.
Esto, lógicamente, también ayuda a los inversores a analizar un bono por su cuenta. ICMA recomienda también que se lleve a cabo una auditoría independiente para garantizar la sostenibilidad del proyecto. En cualquier caso, los Principios son totalmente voluntarios. ICMA y otras instituciones llevan la cuenta de los bonos emitidos como "verdes", de modo que por lo general hay suficiente información de confianza para saber si un bono es realmente verde (si se quiere encontrar, claro).
Pero existe el riesgo de que el crecimiento de este mercado se centre en la necesidad de demostrar un cierto nivel de inversiones sostenibles, y no tanto en la necesidad real de transformar la economía para luchar contra el cambio climático (por ejemplo, recalificando bonos, en vez de creando nuevos proyectos verdes). Por tanto, hay que prestar mucha atención a los criterios de clasificación de un bono como "verde", y a la adicionalidad del proyecto (es decir, asegurarse de que sustenta un proyecto nuevo, en vez de recalificar uno ya existente).
El otro problemilla es que los países no son empresas, y tienen problemas que frecuentemente requieren soluciones que no son financieramente rentables, pero que no por ello deben ser ignoradas. Dejar que la aplicación de proyectos sostenibles dependa de si se pueden hacer atractivos en los mercados financieros es, como poco, una irresponsabilidad. Si nos ponemos revolucionarios, se podría también decir que es tremendamente antidemocrático: la forma de conservar el medio ambiente del que dependemos todos no debería ser una decisión reservada solamente para los que pueden invertir en bonos (que, además, no necesariamente saben algo sobre ecología). Combatir la crisis medioambiental tiene, a la larga, un impacto significativo en la vida diaria de muchísima gente, y el uso de instrumentos financieros para atajar la crisis climática aleja de las masas la oportunidad de decidir qué clase de cambios quieren que les sean impuestos.
Entonces ¿son una idea brillante o no?


Sí, son una idea brillante, y como complemento a una política medioambiental sólida por parte de las autoridades públicas son una solución excelente al problema climático. Pero si es estúpido beber 2 litros de agua al día para salvar el pellejo, también es inaceptable que un gobierno proponga beber agua a sus ciudadanos como principal medida sanitaria. Sobre todo, si la calidad de esa agua depende de cómo de atractivo le resulte el agua al inversor. En política medioambiental, como en todo, hace falta ser crítico, y exigir siempre nuestro derecho a expresar opinión y voto.

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