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sábado, 6 de mayo de 2017

El espíritu inquisitorial redivivo granadahoy.com

                                                                        TRIBUNA


JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD
Catedrático de Antropología Social

El espíritu inquisitorial redivivo
Como se ha demostrado, por ejemplo, con el proceso de Zugarramurdi, estudiado por los antropólogos Julio Caro Baroja y Carmelo Lisón Tolosana, en el que un grupo de mujeres vascas fueron acusadas injustamente de brujería en 1610-11, y la indagación que el inquisidor Alonso de Salazar, en desacuerdo con las penas, hizo yendo a comprobar in situ durante meses lo que había de cierto o no el asunto, y la absolución ulterior de las procesadas que restaban por falta de pruebas, la Inquisición española no fue tan irracional como a veces se nos quiere dibujar. Prueba de ello es que España fue el primer país europeo, a mucha distancia de Francia, Alemania o Inglaterra, en eliminar la quema de brujas y herejes. Y sin embargo, como institución permaneció hasta muy tarde, hasta 1834, cuando había terminado el reinado del indeseable Fernando VII. La polémica en torno al Santo Oficio en la historia española ha sido objeto de una excesiva focalización en la institución como tal, y en sus actos, más que en lo que significaba su existencia. Con ello me refiero al "espíritu inquisitorial", el cual me temo aún está por ahí dando vueltas a pesar del tiempo transcurrido.
Hace pocos años callejeando por el pueblo extremeño de Garganta de la Olla, cerca del cual se encuentra el monasterio Yuste, que acogió en sus últimos días al emperador Carlos V, deparé en un viejo caserón en el cual se indicaba que albergaba un museo inquisitorial. La primera reacción fue no entrar, habida cuenta de la moda imperante de llevar por esos mundos de Dios exposiciones con instrumentos de tortura, explotando la ingenuidad de las gentes. Pero, después de pensarlo dos veces, llamé a la puerta. El señor del lugar, tras cerrar el portalón, comenzó relatando a los escasos visitantes que él era descendiente de un antiguo secretario del monasterio de Yuste, y que sus parientes habían albergado en aquella casa la delegación del alto tribunal, y lo que es más, que lo que iban a ver nuestros incrédulos ojos había estado guardado en el sótano-cueva de la mansión durante siglos, confundidos los instrumentos inquisitoriales con aperos de labranza y otros enseres. Más allá del hecho de la autenticidad, que yo opino ser cierta, el señor nos dijo que él quería que supiéramos su criterio: que la Inquisición había estado fundada en la envidia, el mal hispánico por antonomasia, y que él enseñaba aquella galería de monstruosidades para aleccionamiento de generaciones futuras.
Todo esto que relato viene a cuento y tiene más actualidad de lo que pudiera parecer a primera vista. Desaparecida la Inquisición, cuya última sede en Madrid, al lado mismo de nuestro Senado, aún visitan algunos turistas, permanece lo peor de ella: su espíritu. Éste no consiste en otra cosa que en abrir "causas generales" contra quienes se consideran sospechosos de haber cometido un delito o acaso sólo una transgresión. Las dos cosas son motivos suficientes para incoar un expediente que una vez abierto ya nunca se podrá cerrar. Las causas generales se dirigen hacia atrás, al pasado incluso más remoto, que puede incluir sospechas sobre nuestras más tiernas edades y nuestros más lejanos ancestros, y en todas direcciones, sobre hechos, personas y lugares distantes de nuestras vidas. Todo es susceptible de sospecha. Se trata de instruir un proceso completo, incluido el humillante paseo público con coroza y sambenito por la plaza. Tras la escenificación, justa o fundada en simples sospechas, delaciones y autoinculpaciones, la sentencia ya está pronunciada, con el correspondiente dolo del deshonor perpetuo. No somos el único país en haber empleado estas técnicas, sin ir más lejos se me viene a la mente esas mujeres rapadas y paseadas en público, en castigo por haber tenido relaciones con la soldadesca nazi, tras la liberación francesa, en un acto cruel y de suprema hipocresía, ya que una parte bien significativa del pueblo galo había sido cómplice de la ocupación alemana, como señaló nuestro Chaves Nogales en su La agonía de Francia.
No se trata de justificar en absoluto los delitos de corrupción, cuando estos han llevado consigo enriquecimiento ilícito, pero sí es hora de pensar, como el politólogo Barrington Moore señaló hace años, que no existe democracia con pureza. La apelación a la pureza esconde un monstruo autoritario agazapado. Cuando finalizó la última guerra mundial el filósofo Theodor Adorno hizo un informe razonado sobre lo que entendía por personalidad autoritaria, llevando el argumento al campo de la política. Su conclusión era que las personalidades autoritarias pululan por doquier, y que ni siquiera son patrimonio de la izquierda y la derecha. Es una tipo humano que se encarna en todas las corrientes. Me temo que la apelación a la pureza esconde un monstruo leviatanesco, que toma la forma de egos autoritarios, que aún está por desvelar. Lo peor es que coincidan, como de hecho ya está ocurriendo ahora mismo, el espíritu inquisitorial, el autoritario y el de la pureza. Si esa conjunción prospera sería la peor lección democrática de la época de la Gran Corrupción.

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