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lunes, 8 de mayo de 2017

La buena dirección escolar granadahoy.com

                                                                         TRIBUNA


ANTONIO MONTERO ALCAIDE
Inspector de Educación

Dirigir un centro educativo conlleva el ejercicio de prácticas específicas sostenidas en principios, habilidades y conocimientos profesionales

La buena dirección escolar
Para empezar, los tres términos del título, si se excluye el artículo, dan para alguna controversia. Vayamos por partes: emplear el adjetivo "buena", para calificar la dirección, puede parecer algo menos en boga que la eficacia o, en cualquier caso, una forma un tanto maniquea de repartir, entre buenos y malos, los desempeños directivos. Más enjundia tal vez haya en las objeciones al uso de "dirección" en lugar de "liderazgo", como si la primera fuera más acorde, se dice, con la sociedad industrial, las responsabilidades concentradas y el modelo gerencial, y el liderazgo más propio de la posmodernidad compleja que orla los días de hogaño. Acaso esta opción por el liderazgo, que tiene justificaciones sobradas desde la complementariedad, pudiera asimismo entenderse como una "dirección líquida", en aplicación no siempre pertinente de las ideas del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, cuando lo líquido, entre otras cosas, alude a la incertidumbre y la inquietud por la inestabilidad de los cambios vertiginosos. Y falta un último término, "escolar", que no pocos entienden de manera restringida, al considerar que "escuela" sobre todo alude a la instrucción primaria, por lo que resulta preferible la dirección "educativa"; pero no se trata solo de un matiz terminológico, sino de un modelo de dirección centrado en la enseñanza o, si se quiere mejor, en el liderazgo pedagógico.
En definitiva, la buena dirección escolar, con las controversias adelantadas, está siendo objeto de atención para definir marcos que establezcan sus características y, sobre todo, los atributos que mejor faculten para su ejercicio. Aunque tales marcos tengan un carácter nacional, vinculado a los sistemas educativos propios, parten de un completo análisis de la investigación internacional, suelen contar con aportaciones de destacados expertos y auspician un amplio y participado proceso de consultas y debates. Circunstancias por las que sus contenidos y conclusiones tienen utilidad y son referencias de interés de general.
Es el caso del Marco para la buena dirección y el liderazgo escolar, que el Ministerio de Educación de Chile presentó, en su primera versión, el año 2005, con una posterior actualización difundida en 2015. El punto de partida es manifiesto: "La calidad de los directivos y su capacidad de liderazgo es un factor significativo en la mejora continua de la escuela como un espacio de aprendizaje efectivo para los estudiantes". Así como la convicción de que existen prácticas comunes asociadas a un liderazgo eficaz. Si bien, este último depende en buena medida de las condiciones en que se ejerce. Por lo que, más que universal, su carácter o naturaleza es a la vez contextual y contingente: en función de distintas variables de la realidad del centro en que se ejerce y de los problemas o situaciones que puedan o no surgir en tales casos. Puesto que el liderazgo es un concepto de extensión amplia, además de ambiguo, se adopta una definición del mismo como la capacidad de influir en otros y de implicarlos para articular y lograr objetivos relevantes y compartidos.
Cinco son, entonces, las prácticas interrelacionadas que sostienen un buen desempeño directivo: construir y tomar medidas para que se adopte una visión estratégica compartida, desarrollar las capacidades profesionales de los docentes, liderar los procesos de enseñanza y de aprendizaje en el centro, conducir la convivencia y la participación de la comunidad escolar, y gestionar el centro para que se convierta en una organización efectiva que propicie el logro de los proyectos y metas.
El ejercicio de tales prácticas, por otra parte, precisa recursos personales de los directivos, que pueden repartirse en tres ámbitos: los principios que guían las prácticas, las habilidades que requiere su ejercicio y los saberes o conocimientos que precisan. Principios profesionales son, entonces, la ética, la confianza, la justicia social y la integridad. Mientras que, entre las habilidades principales, figuran: la visión estratégica, el trabajo en equipo, la comunicación efectiva, la capacidad de negociación, el aprendizaje permanente, la flexibilidad, la empatía, el sentido de eficacia propia y la resiliencia para encajar adversidades sin merma de las altas expectativas. Finalmente, se requieren conocimientos profesionales vinculados al liderazgo escolar, a la inclusión y la equidad, al cambio y la mejora escolar, el currículo, la evaluación interna y externa, las prácticas de enseñanza y de aprendizaje, el desarrollo profesional de los docentes, la política y el ordenamiento educativo, y la gestión de los proyectos.
Luego sería pertinente tomar este marco como referencia en la formación, selección y evaluación de los directivos escolares.

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