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viernes, 12 de mayo de 2017

Violencia de género y menores: las consecuencias del maltrato sobre niños y niñas elhuffingtonpost

GETTY IMAGES
Se ha vuelto a repetir la cruel acción: un maltratador, denunciado por su mujer, ha asesinado a su hijo de once años, esta vez en Oza-Cesuras, en A Coruña, durante su régimen de visitas de fin de semana. En lo que va de 2017, ya van cinco víctimas mortales. El niño se llamaba Javier, pero podría tener muchos otros nombres: el de ese 63% de menores a cargo de mujeres que han sufrido o sufren violencia de género en España que presenciaron o escucharon el maltrato a sus madres y el del 64% de éstos que, además, sufrió directamente la violencia del agresor, según la Macroencuesta de violencia contra la mujer del año 2015. Todos ellos son también Javier.
La violencia de género tiene cuatro consecuencias terribles sobre niños y niñas que hoy es oportuno recordar con el fin de hacernos más conscientes de la gravedad del problema y buscar soluciones: condiciona el bienestar y el desarrollo del menor, causándole importantes daños, los convierte en instrumentos de dominio sobre sus madres, perpetúa entre generaciones los malos tratos y provoca grandes déficits en la calidad de su educación. A ello se añade el terror de las madres a la denuncia y su peligroso aunque comprensible silencio al preguntarse a sí mismas "¿qué pasará con mis hijos?", como explican todas las investigaciones realizadas.
El agresor convierte a los menores en una herramienta para ejercer violencia y dañar a sus madres, manipulándolas, coaccionándolas, haciéndolas sufrir a través de sus hijos.
La violencia de género es una forma de maltrato sobre los niños y las niñas, bien la vivan directamente o bien sean testigos de ella. Su presencia en un hogar en el que hay violencia de género aumenta el porcentaje de menores con trastornos y la gravedad de éstos: estrés postraumático, ansiedad, depresión, problemas de conducta y de adaptación social, somatizaciones, retraimiento... Además, su educación se resiente: la incomunicación y el desacuerdo entre el padre y la madre provoca pautas educativas llenas de lagunas, poco consistentes y contradictorias; el agresor suele comportarse de forma violenta, exigente, intransigente, irritable, y la madre, víctima de violencia de género, cambia su conducta con sus hijos en función de la presencia del maltratador. Además de las secuelas de enfermedad y crianza en los niños, el agresor convierte a los menores en una herramienta para ejercer violencia y dañar a sus madres, manipulándolas, coaccionándolas, haciéndolas sufrir a través de sus hijos y generándoles, a un tiempo, pánico y una sensación de impotencia y de dolor casi imposibles de soportar. Pero la violencia de género sobre los menores tiene también consecuencias sociales "macro": es la mejor forma de perpetuar intergeneracionalmente el maltrato. Como es lógico, criados en un "lenguaje afectivo" de violencia, los menores asumen, con toda normalidad, roles de víctima o verdugo en el futuro.
La pregunta que se repite una y otra vez es ¿qué podemos hacer? Y la primera respuesta es aplicar a rajatabla la ley que, desde 2015, con la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, obliga a los órganos judiciales a suspender las visitas o a aplicar un régimen de aseguramiento de la integridad de los menores en caso de que decidan mantenerlas. Hay que asumir que los Puntos de Encuentro Familiar son, en una sociedad como la nuestra, plagada de separaciones, divorcios y, desgraciadamente, violencia de género, un recurso esencial para facilitar las visitas. Una ley de protección de la infancia frente a todas las formas de violencia es ya una necesidad ineludible. La asistencia a los niños y niñas que han sufrido esta violencia, en lo psicológico, en lo educacional, en su desarrollo físico, resulta imprescindible y los fondos del Gobierno para las Comunidades Autónomas se dirigen a este fin. Quizás la celebración de una Conferencia Sectorial monográfica sobre este tema, con la adopción por el Gobierno y la administración autonómica – responsable de la asistencia social a estos menores – de un conjunto sistemático de medidas para atenderlos más y mejor, haciéndoles seguimiento. Y, sobre todo, constituir socialmente una verdadera red de detección y vigilancia, para que ningún niño ni ninguna niña que esté sufriendo nos pase desparecibido. Para ello es necesario formar y concienciar más, a profesionales y a personas de bien que desean dejar el mejor mundo posible para los que vienen y las mejores personas para el mundo de mañana.
Que Javier descanse en paz, que su madre encuentre algo de ese imposible consuelo y que el primer pensamiento y acción de toda la comunidad sea siempre para las personas vulnerables, especialmente los niños y niñas que, inocentes y recién aterrizados en este mundo, requieren toda nuestra ayuda, ejemplo y protección.

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