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sábado, 10 de junio de 2017

Entre la espada y la pared granadahoy.com

                                                                          TRIBUNA


PABLO GUTIÉRREZ-ALVIZ
Notario

Entre la espada y la pared
Cuenta la leyenda que quien empuñare la Tizona, la espada más famosa del Cid Campeador, triunfaría en cualquier contienda simplemente por blandirla y ostentar su posesión como dueño en el campo de batalla. Y hace unos meses, la leyenda se ha renovado por última vez. El Tribunal Supremo ha reconocido la propiedad completa de este mágico "acero" a una persona por "usucapión" extraordinaria, es decir, por su posesión continuada durante más de seis años en concepto de dueño y le ha hecho ganar 750.000 euros, eso sí, después de un largo conflicto judicial. El tiempo todo lo trastoca. Y a este estoque del Cid lo ha dejado sin apenas poder intimidatorio. Conviene repasar los antecedentes del pleito sobre la propiedad de la Tizona.
Al parecer, una hija de Rodrigo Díaz de Vivar la cedió a la armería real y, al cabo de los años, Fernando el Católico la donó al fiel marqués de Falces, que la integró en su Mayorazgo desde el último tercio del siglo XV ligándose siempre al titular del linaje. No obstante, y ya a mitad del siglo XX, el marqués correspondiente se limitó en su testamento a instituir herederos a sus dos hijos, sin mencionar a la singular espada que previamente había entregado en depósito al Museo del Ejército.
Sus dos hijos y herederos, don A (nuevo marqués, ciego, soltero y sin descendientes) y doña B (con un único vástago), ambos con edad provecta, ratificaron en 1980 ante la Administración militar el depósito especificando que la Tizona les pertenecía por mitad y en proindiviso, sabedores de la muy previsible sucesión futura en el marquesado de Falces. En marzo de 1987 murió don A, quien en su último testamento instituyó heredero al matrimonio que lo cuidó durante más de veinte años, sin aludir siquiera a la dichosa Tizona. Doña B, sucede en el título de Falces a su hermano (con el que estaba enemistada), y a pesar de conocer quiénes eran sus herederos testamentarios se comporta públicamente como si fuera la única propietaria de la espada del Cid. En 1998 cede el título nobiliario a su único hijo, don X, y al año siguiente, le dona la Tizona completa haciendo constar expresamente que siempre ha ido unida a la dignidad nobiliaria de Falces.
Don X, a los pocos años de obtener el título, depositó la primorosa espada en el Museo de Burgos, y en 2008 terminó vendiéndola por 1.500.000 euros a una UTE de empresas que luego la donó a la Comunidad de Castilla León. Si bien en 2001 los herederos de don A ya se interesaron por el acero de marras, en realidad no fue hasta 2009 cuando, fallecidos estos, sus hijas y herederas demandaron al citado don X la mitad de la Tizona o de su precio: 750.000 euros más los intereses legales y costas y gastos.
A la Dama de la Justicia, con su simbólica espada, le llegaba un pleito sobre un arma blanca muy alargada y con doble filo jurídico. El Juzgado de Primera Instancia y la Audiencia Provincial de Madrid resolvieron a favor de la línea sucesoria de los herederos de don A: les corresponden todos los bienes (incluso la mitad de la Tizona), y niegan la usucapión de este prodigioso mandoble a los sucesivos marqueses, doña B y su hijo don X, porque ocultaron su tenencia salvo en cuanto a ciertos trámites administrativos. El Tribunal Supremo, por contra, falla a favor de don X, actual marqués de Falces. El magistrado ponente de la sentencia, como un experimentado faquir, se traga la mitad de la espada que por derecho sucesorio correspondía a las demandantes, y cuando se la extrae, la entrega por la lógica de la seguridad jurídica y la magia del tiempo (la "usucapio") al marqués de Falces, empuñadura incluida. También detalla que su madre, doña B, ya era legítima propietaria de la Tizona desde el 18 de marzo de 1993, al poseerla (incluso de forma mediata, estaba en depósito) como dueña durante más de seis años.
Me atrevo a echar un cuarto a espadas (o dar mi opinión) sobre este asunto. Los Falces creían que en sus testamentos no había que citar a la Tizona: solo tenía un mero valor sentimental y entendían vinculada históricamente al marquesado. Y los cuidadores y herederos del invidente marqués seguro que le oyeron muchas veces esta tradición familiar durante los más de veinte años que lo tuvieron a su cargo, y así lo aceptaron (aunque luego lo negaran). El problema surge cuando en 2008 sus herederas, asesoradas en estricto derecho sucesorio, se enteran del exorbitante precio de venta de la Tizona y calculan el valor de su mitad. Se vieron entre la espada y la pared. El Alto Tribunal hace justicia material pero, con la coartada posesoria, casi admite una irregular sustitución fideicomisaria tácita. En todo caso, las demandantes se han quedado sin (su parte de) espada y pegadas a la pared.
Ahora, con la vieja Tizona en manos públicas, la leyenda se ha acabado.

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