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jueves, 27 de julio de 2017

Sobre los vulgarismos elhuffingtonpost

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Illustration by Tom Howey.
Las palabras no son inocentes. Llevan todas una fuerte carga de identidad , porque para eso sirven, para definir. Y llevan además toda la carga histórica de quienes las usaron antes que nosotros. A raíz de la polémica sobre el uso de "iros" /"idos" quiero introducir , como hablante andaluza que soy, lo que se me ha venido a la mente en medio de esta polémica, una de las más frescas del verano.
La palabra "vulgarismo" acompaña a ciertos usos de palabras que se consideran usos del vulgo, es decir, del pueblo, o sea , de los hablantes. Como no tenemos aún disponible un diccionario histórico no podemos saber en qué momento se introduce esta palabra, pero sospecho que nace después de la fuerte introducción de los cultismos de nuestros escritores clásicos, pero no como una oposición a ellos . Porque frío no es el vulgarismo de frígido que fue el cultismo usado por nuestros poetas.
Así que sospecho que ese término se introduce cuando la Academia hace honor a su lema "Limpia, fija y da esplendor" en los años de su creación, a imitación de la francesa, puesto que era nuestro siglo ilustrado. Y dentro de esa tarea de limpieza empezaron a condenarse los usos que en aquellos tiempos se consideraron del vulgo, casi siempre en las áreas rurales o lejanas de los centros de poder. Es decir, empezaron a colgar sambenitos a todas aquellas múltiples variantes de nuestra riquísima lengua que por razones históricas seguían afortunadamente vigentes.
Y en fin, tal vez ha llegado el momento de que nuestros académicos revisen ese término. Si como parece, la función hoy de nuestra institución lingüística es una función más notarial, de dar fe pública de los distintos usos que las palabras tienen de acuerdo con sus connotaciones históricas y geográficas, no tiene mucho sentido mantener el término "vulgarismo".
De acuerdo con que debe ser laborioso sustituir el viejo Diccionario de Autoridades, pero las palabras son nuestra historia y nos ayudan a comprender lo que hemos sido.
Leí la respuesta de un académico, creo que colombiano, que, en el mundo globalizado en el que vivimos, se sintió partícipe de esta polémica puesto que estando tan lejos se sienten sin embargo implicados cada vez que una disputa lingüística se plantea. Porque son castellanohablantes aunque tengan sus respectivas Academias. Así que tenemos un legado común mucho más vivo de lo que pensábamos. Y después del empobrecimiento que la lengua ha sufrido con un medio tan homogeneizador como la televisión no estaría mal rescatar y dar nobleza a muchos términos que por haberse conservado en ciertos territorios y afortunadamente en las áreas rurales aún perviven en nuestro acervo común. Esto puede ocurrir también con las otras lenguas de nuestro territorio, cuyas televisiones producen el mismo efecto. E ignoro qué hacen sus Academias a ese respecto, aunque me gustaría mucho conocerlo.
Es un desafío para los arqueólogos de las palabras. Porque si alguien busca "emprestar" en el diccionario de la RAE online lo va a encontrar con la misma nobleza que prestar. Si busca "antier" se va a encontrar con que se usa en América, pero los académicos no se han dado una vuelta por el sur para ver con qué frecuencia y fortuna se usa. Y me gustaría saber la historia de "arrempujar", tal vez cuando vea la luz nuestro diccionario histórico. De acuerdo con que debe ser laborioso sustituir el viejo Diccionario de Autoridades, pero las palabras son nuestra historia y nos ayudan a comprender lo que hemos sido.
Así, cuando los andaluces dicen "irse ya" en lugar de "iros ya" pueden estar dando un uso diferente que merecería la pena investigar . Ese uso está lejos del infinitivo y lejos de los restantes usos imperativos de los castellanohablantes de otras zonas del país. Porque imperativo es.
Me viene a la memoria el bedel Blázquez, que entraba en el Aula Magna de la Facultad de Letras cada vez que salía un catedrático, y entraba otro y nos gritaba con ese tono entre compasivo y camelístico aquel "Callarse, por favooor". Orden era, aunque nadie de entre nosotros le hiciera el más mínimo caso al que entonces era el más ínclito representante de nuestras variantes lingüísticas.

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