Abundan los diplomáticos extravagantes, cursis, frívolos, estirados como la pajarita con que se aprietan el cuello, propensos a saltarte un ojo con el meñique mientras sostienen la inevitable taza de té o decorativos como la melena de un rey merovingio. ¡Será el desarraigo! Mi aversión por el gremio es tal que refiero con frecuencia el desencuentro entre José Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga que el filósofo despachó calificando al diplomático, escritor, políglota y ministro de la II República como "tonto en cinco idiomas". Y tonto en tres idiomas (castellano, catalán e inglés) ha parecido el cónsul de España en Washington al mofarse de Susana Díaz no por su bagaje intelectual, no por mantener cargo y sueldo público a los últimos consejeros cesantes en un alarde de clientelismo político, sino por vestir con el color de la reina y por su marcado acento andaluz. El diplomático cesado se queja de que en España se ha perdido el sentido del humor. Pero no. La chanza implica un desdén nacionalista, un desprecio de clase, al identificar el habla andaluza con la de los siervos, con la propia de gente de bajo nivel económico. Enric Sardá es miembro de una familia burguesa de la industria textil catalana, con lo cual no es muy arriesgado aventurar que, durante su niñez, la asistenta, la cocinera, el chófer o alguno de los empleados de la casa o de la fábrica era andaluz, y probablemente andaluz occidental. Enric considera el andaluz una forma degradada del castellano, cuando son infinidad los lingüistas que lo consideran, junto al canario y al habla de algunos países sudamericanos, como su modalidad más evolutiva. Las distintas variantes del andaluz crean y contraen de manera inteligible como sólo lo logra el inglés, el latín del siglo XXI.
Y el remate. Hay personas que viajan mucho por el mundo sin que el mundo viaje apenas por ellas. Sardá se declara amante de Andalucía e identifica a Susana Díaz con la población de las ocho provincias, cuando es evidente que el carácter y el acento de una señora de Cádiz y otra de Almería son desiguales, apenas se compadecen. No hay un andaluz único, típico o arquetípico. En Motril, por ejemplo, tienen más de cinco vocales y expresiones de una delicadeza propia de la alta aristocracia británica (como decir cuando algo no te gusta, o te parece simplemente vomitivo, que "no está mal del to"). A Shakespeare ya lo aventajaron. Mucho antes de que llegara la traducción del texto en el que el príncipe de Dinamarca se atormenta con la posibilidad de "Ser o no ser", en la Costa expresaban las dudas con un elegantísimo "¿Ej o no ej?".
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