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domingo, 6 de agosto de 2017

Los caminos del vino a través de la historia granadahoy.com

Adentrándose en el origen. Para conocer un poco más a fondo el vino, es necesario adentrarse en su historia, que no es más que la propia historia de los pueblos y las civilizaciones

Los caminos del vino a través de la historia
No quiere decir que haya que convertirse en un experto historiador ni atiborrarse a leer libros y a estudiar. Es suficiente con asimilar unos cuantos datos que nos darán una idea que cómo el vino ha influido en la conformación del mundo geoagrícola tal y como es hoy.
Las referencias históricas más antiguas remiten a las primeras civilizaciones de Mesopotamia, lo que hoy conocemos como Oriente Próximo. ¿Quién sería el primer ser humano que tuvo la idea de echarse a la boca un trago de lo que entonces sería un maloliente mosto de uva fermentado?
LAS MAYORES EVIDENCIAS ACERCA DE UNA ACTIVIDAD VITIVINÍCOLA PROCEDEN DEL ANTIGUO EGIPTO
Las mayores evidencias acerca de una emergente actividad vitivinícola proceden del Antiguo Egipto, documentadas en papiros, tumbas y tablillas que testimonian de la pasión enófila nada desdeñable de los faraones.

Primero los Fenicios y después los Griegos colonizaron el Mediterráneo entre los siglos XII y VI a.C. y fueron los responsables de la propagación de los viñedos por el norte de África, el Mar Negro, la península itálica, la Provenza y lo que hoy es España, además, por supuesto, de las islas mediterráneas.
Pero fue gracias a la afición de los romanos a empinar el codo que la vitivinicultura se consolidó. Y también las técnicas de elaboración y conservación de los vinos. Mientras los griegos lo guardaban en ánforas, los romanos ya utilizaban barricas de madera y… ¡¡¡si!!!, botellas parecidas a las actuales, ya que habían aprendido de los sirios las técnicas de fabricación del vidrio. En cualquier caso, Francia le debe a Roma el haberse convertido en la primera potencia vinícola mundial, ya que fueron las legiones de Julio César las que llevaron las vides hasta el Ródano, Burdeos, Borgoña, Champagne e incluso, a lo que hoy es territorio alemán, las laderas del Rhin.
Tras la caída del Imperio Romano, los habitantes de Europa tenían suficientes calamidades como para ocuparse del viñedo, que en muchos casos se sustituyó por agricultura de supervivencia (cereales, patatas, maíz…). Fue entrada la Edad Media cuando la Iglesia tomó el relevo: en su voraz expansión, se apropiaban y cercaban los viñedos que encontraban, al mismo tiempo que heredaban los terrenos que los Cruzados les legaban al partir a Tierra Santa. Esta es la razón de que muchos de los viñedos más legendarios de Europa fueran, en algún momento, propiedad del clero. Y además… ¿Cómo no iban a proteger los monjes el vino, un líquido que simbolizaba nada menos que la sangre de Cristo?
Así, monopolizado por el clero, el vino no suponía un negocio pingüe en la Edad Media, con la excepción del que se producía en Burdeos, que llegaba a Londres en ingentes cantidades, gracias a la unión del Gran Ducado de Aquitania con la Corona Inglesa mediante el matrimonio de Leonor de Aquitania y el que sería el futuro rey de Inglaterra, Enrique II. Eran tintos jóvenes, a los que los ingleses se acostumbraron rápidamente, como más tarde harían con los vinos procedentes de otras dos ciudades conquistadas: Oporto y Jerez.
En todo caso, hasta el siglo XII, el vino era la bebida más saludable conocida: el agua, en su mayor parte no era potable en las ciudades y la cerveza sin lúpulo se echaba a perder en un santiamén. Por no hablar del café, del té o del chocolate, aún desconocidos por los europeos.
Una vez entrado el siglo XVII, los pioneros de esta industria, inventaron botellas más gruesas para hacerlas más resistentes y algún genio tuvo la idea del tapón de corcho. Entonces se observó que el vino envejecía mejor en una botella debidamente cerrada que en una barrica, que en aquel entonces, eran nidos de mugre y de humedades.
En todo caso, hacia finales del siglo XIX, el negocio del vino era muy boyante, convirtiéndose en uno de los pilares de las economías de los países productores. Por ejemplo, en Italia, en 1880, el 80% de la población vivía directamente de la vitivinicultura y del vino.
Y entonces llegó la filoxera, un feroz insecto devorador de raíces. Fue una plaga que destruyó prácticamente la totalidad de los viñedos europeos y buena parte de los de Argentina, Chile, Australia, Sudáfrica, California, Nueva Zelanda… Gracias a la experimentación y al estudio se descubrió que algunas raíces de vid americanas eran más resistentes al insecto. Así que se empezó a ensayar el cultivo con bases híbridas y funcionó. Claro que hubo que replantar todos los viñedos de Europa, injertando las vides sobre raíces americanas.
Esto cambió para siempre la identidad del vino, ya que nunca sabremos cómo era un vino de Rioja o de Borgoña antes de la filoxera. Lo que es seguro es que no eran como son ahora. Así que aquellos que rinden culto a la esencia eterna y la identidad inalterable de los vinos europeos… deberían replantearse muchas cosas.
Si desean saber más sobre este tema y otros relacionados con el vino, les recomiendo el libro Saber de Vino en tres horas, de Federico Oldemburg (Editorial Planeta).

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