Páginas

jueves, 17 de mayo de 2018

Los Alcornocales mueren a cámara lenta horsepress

Mirador de las Asomadillas, Jimena de la Frontera, en el parque natural de Los Alcornocales, el pasado domingo.

El parque natural ha perdido en los últimos 50 años el 50% de un arbolado decrépito

El rebrote natural y guiado de los chaparros fracasa por la alta densidad de especies cinegéticas que fomentan los cotos

La podredumbre radical causada por el patógeno Phytophthora cinnamomi y las heridas abiertas en troncos y ramas por Botryosphaeria y Biscogniauxia mediterránea están secando las hojas de los alcornoques del parque natural: 170 mil hectáreas públicas (38%) y privadas (62%). A la enfermedad se la conoce en fitotecnia como decaimiento forestal pero Los Alcornocales no están perdiendo el vigor. Están muriendo lentamente.
Las plagas influyentes en la deforestación están atacando sobre densas poblaciones de árboles ancianos imunodeprimidos que sufren los periodos de sequía, temperaturas, contaminación ambiental y abandono forestal más duros de sus centenarias vidas.
Los pies viejos conviven con elevadas poblaciones de herbívoros introducidas en los cotos hace décadas para el fomento de la caza que no permiten el éxito del rebrote espontáneo de las sabrosas bellotas caídas. Tampoco la regeneración controlada que intentan propietarios defensores del corcho en áreas cerradas con malla cinegética a las que acceden ciervos, gamos, muflones y cerdos asilvestrados para comerse las plantas nuevas.
Como resultado, el bosque es un geriátrico incapaz de renovarse. Los datos recabados por el Ayuntamiento de Los Barrios (Cádiz), propietario de 4.500 hectáreas de alcornocal, concluyen que el parque ha perdido el 50 por ciento de la masa forestal en el último medio siglo. Es el mismo volumen de corcho perdido, principal fuente de riqueza económica en la comarca (20.000 empleos anuales, según datos de la Red Europea de Territorios Corcheros, Retecork), que saca el 15 por ciento de la producción nacional.
Las poblaciones de chaparros han vivido otros episodios traumáticos en décadas de los siglos XIX y XX. Miles fueron aprovechados para carbón vegetal y productos corcheros. Otros se talaron y de ellos brotaron los actuales. Individuos que parecen jóvenes pero no lo son. “Son árboles que han crecido como ramificación. Muchos tienen sesenta años pero son más viejos”, ha explicado Eduardo Briones, técnico del Ayuntamiento de Los Barrios. Estos alcornoques tratan de adaptarse a unos periodos estivales más amplios que han pasado de durar dos meses a cinco. “El cambio de distribución del agua, con periodos secos que ahora son de mayo a octubre, está siendo letal para el arbolado. Al final, provoca estrés, lo debilita y lo expone a las infecciones causadas por hongos, bacterias e insectos”.
Para entender el avance del deterioro, el presidente de la Asociación de Corcheros y Arrieros, Juan Manuel Gutiérrez, nos ha llevado al monte del Mirador de las Asomadillas, a la espalda del Castillo de Jimena de la Frontera. En una ladera en deforestación hay matorral pelado, peanas podridas, peanas taladas, restos de árboles, cartuchos de plomo quemado y estiércol fresco de vacas y cabras. También, cuatro alcornoques ejemplares: el sano, el seco, el que se está secando y el que ha caído. “Cuando se empiezan a notar los síntomas, el árbol está acabado. Las hojas se empiezan a secar y a caer en las puntas de las ramas y, aunque parezca un árbol sano porque está verde, no lo está. Éste estará muerto el año que viene. Ha dejado de aportar la cobertura vegetal al suelo, que está desertizado por la alta herbivoría”.
La inestabilidad vivida en los precios y la demanda del corcho a lo largo de la historia facilitó el creciente interés de los propietarios por la caza mayor, que comienza en las primeras décadas del siglo XX. Los grupos de ciervos, gamos y muflones se soltaron en el entorno sin sus depredadores naturales y en poco tiempo desplazaron al corzo, especie autóctona silvestre. El gráfico está publicado en el número 35 de la Revista Almoraima y corresponde a la evolución de las poblaciones de ungulados en la finca La Almoraima (14.600 hectáreas), uno de los cazaderos más destacados del país. En 1978 había 1.050 ciervos y 573 corzos. En 2005 se hacinaban 1.800. Ningún corzo.
Evolución en los censos de especies en el coto La Almoraima (1976-2005), en el parque natural de Los Alcornocales. Fuente: Revista Almoraima.

Desde la década de los noventa se han redactado normativas y planes estratégicos que coinciden en señalar la necesidad de controlar las poblaciones de herbívoros como clave para regenerar el alcornocal. Hace diez que el Ayuntamiento de Los Barrios apostó por proteger a las bellotas del asalto de los ungulados. La idea fue cercar 30 parcelas de 900 hectáreas cada una con malla, plantar bellotas y esperar 25 años para el primer descorche.
En estos cercados de regeneración o cercones se ha comprobado que la vegetación es más densa dentro que fuera del recinto. Es decir, el alcornocal se renueva de manera natural y guiada. Pero no todos los proyectos de recuperación que se subvencionan acaban brotando, pues hay cerramientos privados con instalaciones deficientes, portillos inservibles y carencias de drenaje que facilitan la entrada de los animales. “Hay grandes diferencias entre las áreas de población controladas y el resto. En efecto, los cercados de regeneración son, de momento, la única solución posible al serio problema del deterioro del bosque”, explica el técnico municipal.
Los ecologistas han celebrado las conclusiones firmadas recientemente por la junta rectora del parque natural. La caza estará prohibida en cualquier finca pública de Los Alcornocales y en los cercados destinados a la regeneración del arbolado. El excedente cinegético se abatirá cada temporada por personal cualificado de la Junta de Andalucía y se descarta el alquiler de puestos para dar caza a los animales que se han colado en el territorio de las bellotas protegidas. “Son medidas muy contundentes pero necesarias que aplaudimos. Lamentablemente, solo afectan a la propiedad pública, que supone el 38% del parque, cogestionada entre la administración regional y los ayuntamientos propietarios. En la mayor parte del parque, las fincas privadas, la administración tiene la clave de los planes cinegéticos y las subvenciones para cercados de regeneración, sin embargo, se pierde la oportunidad de apostar por una caza de calidad del corzo, que permita la regeneración, frente a una caza de cantidad. Esto ocurre por la falta de inspección y sanciones del cumplimiento de estos planes y los pliegos de condiciones de las subvenciones, que dejan a la picaresca de algunos propietarios seguir aprovechándose del dinero fácil de la caza a costa del capital forestal del alcornocal”, ha denunciado Gemma Velasco, de Verdemar Ecologistas en Acción, quienes defienden la presencia de depredadores naturales para estabilizar el ecosistema. Campo de Gibraltar tuvo uno eficaz hasta los primeros años del siglo XX: el lobo. “Está demostrado que influye en la conducta de los herbívoros que están impidiendo el rebrote natural del alcornocal”.
Pero contar con la ayuda de la naturaleza para controlar la biodiversidad y acelerar la regeneración de Los Alcornocales es una medida que desde la Junta de Andalucía no se contempla. De momento, la gestión del bosque seguirá siendo humana. “El principal objetivo es la recuperación del alcornocal a través de soluciones que pasan por proteger el arbolado y bajar la densidad de la herbivoría, lo que venimos señalando desde los años noventa, cuando nadie nos creía. Desde entonces, la Consejería viene peleando sola por sustituir especies introducidas como el ciervo y el gamo por el corzo, que es el autóctono, y controlar las poblaciones con batidas de caza. El futuro sostenible del parque tiene que ser el equilibrio de ambos aprovechamientos, el corchero y el cinegético. Y los dos tienen que ser de calidad”, ha manifestado Juan Manuel Fornell, director del parque natural, que recuerda que con los medios técnicos y humanos disponibles resulta “prácticamente imposible vigilar la totalidad de la masa forestal”.
Pocos expertos se atreven a cifrar la esperanza de vida de Los Alcornocales. El presidente de los corcheros es uno. Tiene 50 años. 33 en la saca. “Queremos realizar las repoblaciones en las zonas y fincas afectadas, públicas y privadas, con cuadrillas de corcheros y arrieros locales, que somos quienes mejor conocemos el problema y el monte. Los cerramientos los están haciendo empresas con personal que no está cualificado. Nuestros pueblos le deben mucho al alcornoque. Él lleva siglos dándonos un modo de vida. ¿Qué le estamos dando nosotros a él? Pienso en los poquitos días que nos quedan a los corcheros y en los poquitos días que le quedan a los alcornoques. Dentro de treinta o cuarenta años no existiremos. Es la crónica de una muerte anunciada”.

El rudimentario descorche y las rentables monterías

El descorche del alcornoque es un trabajo a destajo que se realiza cada nueve veranos y en el que participan corcheros, recogedores, rajadores y arrieros gaditanos cercanos a la jubilación. En el periodo comprendido entre 1965 y 1976, las masas de árboles de Los Barrios produjeron 104 mil quintales castellanos de corcho, el mejor aislante natural. 4.780 toneladas. En 2017, se sacó la mitad de un producto que se sigue negociando en pesetas en origen entre el capataz de la cuadrilla y el propietario del coto o el intermediario, lo que ha terminando generando “gran especulación y rebaja en los precios”, ha criticado el presidente de la Asociación de corcheros y Arrieros de Jimena de la Frontera, Juan Gutiérrez.
Así, el corchero cobró en la pasada temporada a unas 700 pesetas (4 euros) el quintal retirado, 500 pesetas (3 euros) el arriero, la misma cantidad que se pagaba en 1998. El producto se exporta como materia prima a Portugal y Cataluña para volver convertido en tapones de botellas de vino y material de construcción, un modelo que “habría que ampliar con actividades que potencien la transformación del corcho en productos manufacturados en la comarca, como hace Portugal”, defiende Gutiérrez.
Las monterías son una actividad cinegética de cada otoño que requiere de escasa mano de obra directa y en la que participan cazadores que pagan al propietario del coto por ocupar un lugar en el puesto de caza (entre 300 y 1.000 euros, en función de la carga cinegética) y por trofeo abatido.
El plan de caza elaborado por los responsables del parque natural regula la actividad cinegética sobre los cotos públicos y privados de los 16 municipios de las provincias de Cádiz (15) y Málaga (1) titulares. El área cinegética está formada por fincas de mil hectáreas de superficie media; la mayoría, cotos privados. Según los inventarios del plan, la especie de caza mayor más extendida es el ciervo, con 11 ejemplares por kilómetro cuadrado, seguido por el gamo, con 5 individuos por kilómetro cuadrado, el corzo, el muflón, el cochino asilvestrado y la cabra montés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario