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jueves, 8 de noviembre de 2018

Pérdida de biodiversidad: especies que viven un baby boom horsepress

El lince ibérico, una de las especies que desafía los índices de pérdida de biodiversidad. Fuente: ilustraciencia.info.

¿Se ha perdido el 60% de los animales en 40 años? Linces, águilas, lobos y osos prosperan en Europa. Ratas y cucarachas, también. El CSIC advierte: “Tenemos que enseñar a los países que suspenden y tenemos que hacerlo rápido”

Algunos titulares publicados en los últimos días sobre el Informe Planeta Vivo 2018 del World Wildlife Fund For Nature: “La pérdida de biodiversidad puede llevar a la extinción de la especie humana, advierte la ONU” (elmundo.es), “La población mundial de vertebrados disminuye un 60% desde 1970” (elpais.com), “5 millones de años para recuperar la pérdida de biodiversidad” (larazon.es), “Ecologistas reclama al Gobierno medidas para frenar la pérdida de biodiversidad” (lavanguardia.com) o “Quedan 800 días para detener la pérdida de biodiversidad” (ecologistasenaccion.org). En general, son titulares generalistas y malinterpretados, porque, aunque la situación es alarmante, las cifras dependen de la región del mundo que se estudie. En Europa, hay poblaciones de vertebrados silvestres protegidos en continuo crecimiento demográfico. Linces, osos, águilas y lobos son algunos de los cazadores que avanzan con programas de rescate de la zona de peligro a la que los condujo la conducta humana por falta de conocimiento ecológico.
Para la recuperación de las especies se han protegido y aislado espacios naturales de la creciente población humana. Unidades de cuidados intensivos en las que han salido adelante depredadores desaparecidos. Se unificaron objetivos y crearon leyes nacionales que prohíben cazarlos. Estos son los resultados varias décadas después: 500 parejas productoras de águila imperial ibérica pueblan la Península, el censo del lince ibérico ha pasado de 90 animales en 2000 a unos 400 en 2017 y la población actual de osos está estimada en 300 individuos. El astuto lobo ibérico, perseguido y cazado en varias regiones españolas, prospera con 300 manadas funcionales -unos dos mil individuos-, según las cuentas del Gobierno.
A pesar del éxito de las cifras de países desarrollados, no hay que ser optimista, pues los resultados de los planes de reintroducción han demostrado deficiencias más allá de los núcleos esterilizados. Es decir, la división artificial de los espacios también puede comprometer la biodiversidad, dice la ciencia. “La conservación de los territorios y los hábitats no debe ser estática sino dinámica. En el desafío ante el cambio climático no caben programas que se basen en espacios protegidos y punto. Debemos favorecer la diversidad de especies en las ciudades con un cambio de actitud, construyendo, por ejemplo, parques y edificios que ofrezcan oportunidades a otras especies. Es importante que el urbanita entienda que vivir en ausencia de las demás especies hace que el aire sea irrespirable e insano. No es solo es una cuestión de ver patos en el estanque. Hay que ser consciente: el viaje es imposible hacerlo solo”, apunta Miguel Ferrer, biólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
No tan solos. En estos entornos urbanos hay más formas de vida, además de la nuestra. Grandes oportunistas que han construido espacios a partir de nuestra contaminación y desechos están viviendo décadas de esplendor. Plagas de vertebrados e invertebrados no territoriales que no necesitan planes de rescate porque cuanto peor lo haga el hombre, mejor. “De hecho, a la cucaracha y a la rata negra o de alcantarilla les sienta de maravilla nuestro viaje a las ciudades, les va muy bien, es un éxito impresionante”, explica el científico. Variedades adorables como el gorrión, la paloma, la gaviota y la cigüeña tienden a desaparecer en pueblos deshabitados y allí donde se abandonaron vertederos, pesquerías o producción de residuos. Este oportunismo no es extraordinario. Ferrer recuerda que respiramos oxígeno, la basura generada por algas marinas.
Estadísticamente, Estados Unidos y Europa marcan valores en verde en el índice de la biodiversidad frente a la región más afectada, América Latina, con pérdidas de biodiversidad superiores al 60 por ciento. Durante estas décadas, las sociedades han trabajado por restablecer el equilibrio ecológico perdido y han aprendido a convivir con los animales, reservando los mayores esfuerzos a las especies endémicas. Sin embargo, el trabajo no está acabado.
Un ejemplo es el lobo ibérico, el gran proscrito para muchos. Su presa habitual y favorita es el corzo, con poblaciones silvestres y cinegéticas abundantes, pero puede comer perros pastores y salvajes antes que ganado. En cualquier caso, no reporta beneficios al ganadero y la posibilidad de poder cazarlo en gran parte de España es la razón por la que a las manadas les va bien en unas comunidades autónomas y en otras no. “Las medidas de conservación deberían estar mejor gestionadas y los conflictos deben convertirse en oportunidades. No hay que ser salvaje ni ñoño. Hay que tener una postura inteligente, encontrar un modo de entenderse, porque necesitamos al lobo en Andalucía”, recuerda el científico. Los propietarios de los cotos de caza de Sierra Morena, el corredor verde por donde el lobo accedería al sur, poseen la mayor parte del territorio y han mostrado su rechazo a la presencia del depredador que está promoviendo la Consejería de Medio Ambiente a través del primer Proyecto Life Lobo Ibérico (2016-2019), con el que pretende un cambio de actitud en la sociedad ante la previsible llegada natural de esta especie en expansión.

La ingeniería y la biodiversidad

Hay otros casos. En la década de los años noventa, las rapaces más singulares empezaron a caer electrocutadas en los tendidos de la red eléctrica, llevando a las poblaciones al borde de la extinción. Un montón de águilas fritas fue el balance de los planes de mejora y modernización de las grandes infraestructuras humanas, que siguen limitando el éxito de las especies. La ciencia y la ingeniería encontraron el modo de salvar a las rapaces y garantizar el suministro a la población humana con soluciones sencillas y pensadas para la biodiversidad.
El águila imperial pescadora, residente en Cádiz y Huelva durante el invierno, cuenta ahora con una población viable de 134 pájaros, pero hay variedades de pelícanos, planeadoras carroñeras y codornices españolas y europeas que no salen del abismo. El mundo desarrollado ha comprobado que con el comportamiento adecuado está garantizada la viabilidad de las especies. Y el CSIC aconseja compartir las experiencias con los países que suspenden. “En general, nuestros vertebrados más vulnerables están mejor que hace cuatro décadas, cuando la población humana en Europa era mucho menor, lo que demuestra que no es nuestra presencia sino nuestra conducta lo que influye en la biodiversidad. Tenemos que seguir aprendiendo a gestionar la vida y tenemos que hacerlo rápido. Y enseñar nuestras experiencias a los países subdesarrollados, de ellos depende el futuro”.

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