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viernes, 6 de septiembre de 2019

Al Ándalus y la derecha granadahoy.com

TRIBUNA

JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD
Catedrático de Antropología

La derecha española, siempre proárabe, debiera con sentido común no dejarse arrastrar por un discurso que ha encontrado en la fobia al moro su razón de ser

Al Ándalus y la derecha ROSELL
ESULTA difícil comprender el rechazo de un sector de la derecha española al mundo islámico a través de la renuncia a una parte de la propia historia española como es Al Ándalus. Difícil, porque uno de los ideólogos reivindicado por la derecha, a pesar de su ateísmo y su apuesta por el amor libre escasamente en consonancia con la moral nacionalcatólica, Ángel Ganivet, sentenciaba en 1896 en su Idearium español: "Los que con desprecio y encono o sistemáticos descartan de nuestra evolución espiritual, la influencia arábiga, cometen un crimen psicológico, y se incapacitan para comprender el carácter español". Claro y clarividente.
La dictadura de Primo de Rivera, en consonancia con este dictado ganivetiano, en los años veinte promovió una política promusulmana a través de los maronitas que habitaban en España. Fue el caso del orador Habib Estéfano, que difundió esta buena nueva hispano-árabe por toda América Latina. La Exposición Iberomericana de Sevilla de 1929 sería tomada como plataforma para difundir esta suerte de ideología panhispanoárabe surgida para contrapesar las tendencias coloniales anglosajonas y galas.
Difícil de entender, también, porque la Guerra Civil la pudieron sostener los generales africanistas gracias al apoyo de las tropas rifeñas, cuya voluntaria leva fue masiva. Estas fueron las fuerzas de choque que establecieron el puente con la península sin el cual no hubiesen tenido éxito. Y tal fue el concurso marroquí en el curso de la guerra que uno de los principales generales de Franco fue el marroquí Ben Mizzian, quien como capitán general de Galicia hizo en cierta ocasión la ofrenda al apóstol Santiago. El padre Miguel Asín Palacios, arabista de renombre, se preguntó en célebre opúsculo por la razón última de esta generosa adhesión marroquí, y se dio por respuesta: la lucha común de moros y castellanos contra el ateísmo rojo. Don Miguel, en cuanto arabista, profesaba una gran admiración a los "santones andaluces", desde al-Gazal a Ibn Arabí, a los cuales consagró hermosas páginas.
Más adelante, la dictadura tuvo la fortuna de hallar un aliado sin falla en la Liga de Estados Árabes, que defendieron en 1955 como propia la candidatura de España ante la ONU. Ilustres africanistas, como el falangista Ignacio Olagüe, defensor de que los árabes no habían invadido la península sino que se había producido una conversión gradual a través del arrianismo, o el ideólogo franquista Rodolfo Gil Benumeya, cuñado a su vez del comunista Julián Grimau, creían firmemente en la fraternidad hispano-árabe.
Resulta, por consiguiente, incomprensible que en un grupo de historiadores, comprometidos ideológicamente con la derecha, con el deseo manifiesto de polemizar, hayan arribado precipitadamente, tirando piedras contra su propio tejado, al negacionismo de Al Ándalus. O sea, a negarle a uno de los períodos más interesantes de nuestra historia patria alguna virtud o bondad cultural. Alguno ha llegado a sostener que "al Ándalus fue un horror".
Hará tres años, la Casa Árabe nos reunió en Madrid a un grupo muy heteróclito de especialistas con el fin de debatir y consensuar un relato o principio de acuerdo sobre la cuestión andalusí. Cabe decir que fue un diálogo de sordos, bastante brusco en ocasiones, con acusaciones por parte de los más exaltados, arremolinados en torno al abad de valle de los Caídos, allí presente, al Gobierno andaluz de entonces de actuar de quintacolumna de los intereses yijadistas.
La cosa se entiende al buscar la clave de este encono fuera de España: mientras aquí los publicistas del negacionismo andalusí cogieron con el paso cambiado a alguna honorable editorial para dar a conocer sus tesis maurofóbicas, en Francia se ha destapado que quienes los traducen son editoriales que se titulan a sí mismas de "neoconservadoras", mientras los jalea un público vinculado al entorno del Frente Nacional lepenista.
La derecha española, siempre pro-árabe, debiera con sentido común no dejarse arrastrar por un discurso que ha encontrado en la fobia al moro su razón de ser, incluso a costa de sacrificar la veracidad de la historia patria.

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