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domingo, 29 de diciembre de 2019

Bereberes granadahoy.com

TRIBUNA


JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD
Catedrático de Antropología

Bereberes
Los bereberes, denominación que designa la antigua de los bárbaros, y hoy día llamados con mayor propiedad y justicia imazighen (plural de amazigh), "hombres libres", se perfilaron siempre como portadores de un enigma. Acaso sólo los hebreos y los griegos pueden disputarle su fondo antiguo, que va sin aparente interrupción de la prehistoria a nuestros días. Extendidos por el norte de África, principalmente desde el oasis egipcio de Siwa, tierra del oráculo de Amón, hasta la costa atlántica de Marruecos, la población amazigh se concentra fundamentalmente en la Cabilia argelina, y en las montañas del Rif y del Atlas marroquí. En el pasado los guanches canarios pertenecieron a este pueblo. Su lengua, como dijimos, es el tamazigh, transmitida oralmente hasta hace poco, y de indudables orígenes protohistóricos, que se considera hablada en sus diferentes variantes por al menos veinticinco millones de personas.
Sus inicios fabulosos, que se hunden en las nieblas de la prehistoria, que dejaron un importante arte en los abrigos rocosos y cuevas del norte de África, llegan hasta la mítica Atlántida. En la primera película rodada in situ en el Sahara, en 1921, L'Atlantide, de Jacques Feyder, se refleja esta apreciación: dos militares franceses, perdidos en el desierto pedregoso argelino, tras ser embriagados con hachís, son introducidos en el misterioso reino de Antinea. Éste sería el dominio cavernícola subsistente de la antigua Atlántida, regido por la reina Antinea, una mujer fatal, devoradora sexual de hombres, a tono con la época. Tras cautivar a sus prisioneros, la mayoría europeos errantes por el desierto, los convertiría en esculturas de un extraño metal, coleccionándolos. La película estuvo inspirada en la novela de Pierre Benoist de igual título. Lo interesante son los extraños personajes y atmósferas que aparecen en la película, sin relación alguna con el islam, envueltos en las brumas de lo mistérico procedente de edades pretéritas de la Humanidad.
Corría el año 80 cuando recorriendo el trayecto Nador-Fez en autobús, un maestro marroquí me enseñó sigilosamente, ya que en Marruecos era tema tabú, unos folios con el alfabeto tamazigh. Comprendí que me enfrentada a un misterio, como el de los antropólogos físicos que encontraban inexplicablemente a bereberes altos, de cabello rubio y ojos azules, por doquier en el norte de Marruecos. Ese misterio se incrementó, cuando en un morabito en un lugar de Túnez me señalaron unas tumbas, donde me aseguraron que yacían siete gigantes. Gigantes que estaban relacionados con los sietes durmientes de Éfeso, aquellos cristianos que quedaron sumidos en el sueño antes de ser ejecutados por los paganos romanos, y que cuando despertaron el imperio había cambiado de religión, y ahora el cristianismo era oficial.
Estos bereberes fueron quienes vencieron en Annual, en 1921, a un ejército infinitamente superior en número, en una de las mayores humillaciones que sufriera España a lo largo de su historia militar. Y establecieron, hasta 1926, una República de hombres libres, que suscitando numerosas simpatías inspiraron a movimientos revolucionarios del mundo. España, desde los tiempos de Felipe II, siempre pensó que a través de ellos se enfrentaba al sultán marroquí cuando en realidad los bereberes hacían su propia guerra. De alguna manera es ésta la clave que explica aún la supervivencia de Ceuta y Melilla, ya que los imazighen hacen su propia política, de cortas distancias, al margen de Estado marroquí. De hecho Abdelkrim el Jatabi, el líder del movimiento rifeño de 1921-26, nunca reconoció al sultán alauita cuando este fue repuesto en el poder en 1956, y los soldados rifeños del Armée de Liberation Nationale no quisieron integrarse en la Fuerzas Armadas Reales marroquíes. En 1958 estalló un conflicto en el Rif, en gran medida ocultado, que terminó en un baño de sangre. Dado el peso demográfico de los imazighen, en Melilla han convertido a su lengua en cooficial.
La Alhambra acoge por vez primera en Andalucía una exposición, comisariada por el doctor Antonio Malpica, que dando cuenta de las tribus ziríes que fundaron Granada, nos recuerda que la mayor parte de los recién llegados a Al Ándalus fueron bereberes. Su sistema tribal, basado en alianzas de sangre que eludía el hecho político estatal, los distinguió frente a la Córdoba califal, donde el estado omeya desarrolló un concepto del poder mucho más urbano. El primer sociólogo del Mediterráneo, Ibn Jaldún, en el siglo XIV, dio cumplida cuenta en su historia de los bereberes de esa oposición entre la ciudad y el campo, donde los beréberes ocupaban el segundo espacio por su marcada tribalidad.
El movimiento amazigh, en muchos lugares, y muy en especial en la Cabilia argelina, se ha convertido en una muralla frente al avance del islamismo. Practicantes de un islam heterodoxo, lleno de guiños preislámicos, con una lengua diferente, y con estructuras políticas basadas en la tribu y la asamblea, los imazighen tienen todo el derecho del mundo a proclamarse "hombres libres". Su propia libertad es la clave que nos clarifica el enigma, cuya resolución se sometía inadecuadamente a la historia fabulosa de la Atlántida o a las más extravagantes teorías sobre sus orígenes raciales. Todo el misterio está en su democracia espartana, que ha resistido siglos, convirtiéndose en uno de los pueblos más significados del Mediterráneo.

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