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jueves, 21 de mayo de 2020

Reflexiones balsámicas ante la proximidad de la "nueva realidad" elhuffingtonpost

El Estado de bienestar, del que tanto presumíamos hasta hace apenas unos meses, se ha diluido en nuestras manos como si de un frágil azucarillo se tratase.


GABRIEL BOUYS VIA GETTY IMAGES
Unastampa de Madrid durante la pandemia. 
Economía paralizada, miles de muertos, millones de contagiados en todo el mundo, calles mudas, espectrales. Los expertos nos esbozan un panorama verdaderamente desolador. El Estado de bienestar, del que tanto presumíamos hasta hace apenas unos meses, se ha diluido en nuestras manos como si de un frágil azucarillo se tratase. 
En cuestión de semanas un patógeno, de menos de un cuarto de micra, ha cambiado nuestro mundo y con él, nuestro futuro. A pesar de todo, cada mañana, después de levantarnos y desentumecernos, deberíamos tener presentes aquellas palabras del emperador Marco Aurelio que ahora suenan premonitorias: “piensa en el privilegio de vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar”.
Hace más de dos mil años surgió una corriente filosófica llamada estoicismo que, en estos momentos de tribulación, se postula como un poderoso antídoto. Cuando decimos que hay que tomarse las cosas con filosofía estamos refiriéndonos precisamente a estos filósofos.
Para ellos hay un elemento fundamental sobre el cual pivota todo su pensamiento que es el determinismo. Defienden que el homo sapiens no es libre, que nuestro destino está prefijado y que no importa lo que hagamos, puesto que todo está escrito de antemano.
El Estado de bienestar, del que tanto presumíamos hasta hace apenas unos meses, se ha diluido en nuestras manos como si de un frágil azucarillo se tratase.
Entonces, cabe preguntarse, ¿cuál es el margen de acción que nos queda a los seres humanos? ¿Qué podemos hacer? Los filósofos estoicos defienden que debemos respetar el destino, aceptando la situación que nos ha tocado vivir y dejando de lado cualquier tipo de frustración. 
Consideran que no tenemos que vivir anclados en el pasado –ya no es- ni en el futuro –no ha llegado-, hay que fijar toda nuestra atención y energía en el presente, en el momento en el que nos encontramos. Abogan por mantener un estado de ánimo imperturbable, lo que en términos griegos se conoce como ataraxia. En estos momentos los estoicos nos recomendarían aceptar la pandemia como algo inexorable. 
Epicteto, un filósofo griego que vivió gran parte de su vida en Roma como esclavo, era consciente de que la felicidad, la salud y la muerte escapan a nuestro control y, por tanto, no debe de afligirnos ni debemos culpar a nadie de nuestras desdichas, porque están determinadas. En cierta ocasión señaló: “acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación”.
Séneca, el autor de Epístolas morales a Lucilio, manifestó la importancia de adueñarnos de nuestra interioridad y recordar que mientras una desgracia no suceda tan sólo es eso, una imagen mental. ¿Para qué angustiarnos con el incierto panorama económico que se está dibujando? De momento no son más que presunciones.
Cabe preguntarse, ¿cuál es el margen de acción que nos queda a los seres humanos? ¿Qué podemos hacer?
Para este filósofo cordobés las previsiones, las conjeturas y las predicciones merodean en nuestra mente pero no tienen necesariamente por qué suceder. La esperanza y la prudencia son las mejores herramientas para temperar el miedo frente a la adversidad.
Por su parte, el filósofo y emperador Marco Aurelio decía que somos más fuertes de lo que nos creemos y nos invita -en sus Meditaciones- a alejarnos de los placeres, de las pasiones y vivir frugalmente. 
El emperador sabio recomendaba no “vivir como si fuésemos a vivir diez mil años. La muerte te acecha. Mientras estés vivo, sé bueno”. Y es que Meditaciones se erige, más que un protocolo del “buen gobierno”, como un auténtico código ético.
En estos días de vacilación y zozobra aletean entre nosotros aquellas palabras que don Santiago Ramón y Cajal pronunció hace muchas décadas: “la lucha milenaria entre el microbio y el hombre se reduce a una sencilla cuestión: ¿quién domestica a quién?”. De nosotros, más que nunca, depende que seamos capaces de domesticar al coronavirus.

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