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viernes, 18 de diciembre de 2020

¿Por qué ya hay vacuna? granadahoy.com

 TRIBUNA

SABRINA RIVERO

Profesora del área de Biología Celular del Departamento de Citología e Histología Normal y Patológica de la Universidad de Sevilla

El diseño de estas vacunas ha sido posible gracias a que ya éramos conocedores de muchos de los más ínfimos detalles que gobiernan la vida

¿Por qué ya hay vacuna? ROSELL

Hay una vieja y conocida historia sobre Picasso que cuenta cómo un día, mientras estaba trazando un boceto, una señora se le acercó y le pidió que se lo regalara, con el argumento de que, aunque valiese millones, a él dibujar aquello sólo le había llevado unos minutos. La respuesta de Picasso fue que, lejos de haberle costado unos minutos, ese trazo era consecuencia de toda una vida de dedicación. Esta anécdota, que nos ilustra sobre la necesidad de ponderar el esfuerzo que hay detrás de cualquier logro intelectual, es extensible sin duda del ámbito del arte al de la ciencia. Ahora bien, si el genio de un artista como Picasso es solitario y puede consistir en la ruptura con la tradición, la ciencia, por el contrario, se construye siempre sobre su pasado, y es fruto de un esfuerzo cooperativo. C. H. Waddington, el que es considerado padre de la Epigenética, sostenía así, con razón, que en ciencia "un individuo podrá añadir un nuevo ladrillo al edificio e incluso trazar el plano de una nueva habitación, pero aquel ladrillo siempre tendrá que agregarse a un muro construido ya en parte por otros, y la nueva habitación habrá de incorporarse y tendrá que estar comunicada con el resto del palacio del saber".

Traigo aquí esta reflexión, como puede intuirse, al hilo del asombro que ha provocado la aparente celeridad con la que se ha conseguido una vacuna para el coronavirus. Y es que, aunque pueda parecer una obviedad, creo que es importante resaltar que el diseño de estas vacunas ha sido posible gracias a que ya éramos conocedores de muchos de los más ínfimos detalles que gobiernan la vida. Ya sabíamos cómo operan las células de nuestro sistema inmune, también conocíamos los distintos lenguajes que manejan nuestras células, así como las sofisticadas maquinarias que contienen; y es ello lo que ha permitido diseñar una vacuna basada en el ARN mensajero, una molécula mediadora, y ya famosa, que en la célula funciona transmitiendo las instrucciones contenidas en el ADN, que es quien porta la información de la vida. Estas instrucciones, en el caso de estas vacunas, van a hacer que nuestras células produzcan componentes específicos del virus, lo que disparará la respuesta del sistema inmune, que reconocerá estos elementos como foráneos. Una tecnología innovadora utilizada aquí con un propósito clásico: el de entrenar a nuestras células para la posible futura llegada del patógeno.

Llegar a estas vacunas ha requerido, por tanto, de todo este conocimiento previo, éste y mucho más, porque el camino no ha sido tan corto. Por ello, aunque haya sido la carrera librada por la obtención de una vacuna lo que ha cobrado mayor protagonismo, es importante saber que su diseño se sustenta en un muro de conocimiento, a cuyo vigor es necesario apelar ahora frente a las dudas y la desconfianza. Un muro construido por muchos científicos que hicieron ciencia, poco entendida a veces, pero que ha llevado a la cura de enfermedades en otro tiempo incurables, y en la que no sólo debemos seguir depositando nuestras esperanzas, sino, sobre todo, nuestros recursos. Queda mucho por saber, mucho por aprender, seguirán siendo muchas las dudas, siempre, pero es mucho también lo que ya sabemos. Se trata de un proceso lento y costoso. Cualquiera que trabaje en un laboratorio sabe lo que cuesta hacer ciencia, en todos los sentidos. Ahora bien, en momentos como éste, lemas que pueden parecer vagos e incluso cursis, como el de "la ciencia es progreso", cobran un significado cierto, especialmente para aquellos aún hoy incapaces de ver todo lo que pierde un país como España al no homologar su inversión pública en este sector al de la gran mayoría de los países desarrollados. Cualquiera puede entender ahora lo que la ciencia puede hacer por nosotros.

Es cierto que, si se piensa, no deja de ser fascinante el hecho de que, al final, serán nuestras propias células las que consigan hacer frente a esta epidemia devastadora, pero esto será así porque antes hemos sido capaces de entender mucho de lo que ellas son, y hasta qué punto nosotros no somos otra cosa que lo que ellas forman.

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