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viernes, 19 de febrero de 2021

Teoría crítica de la despatologización granadahoy.com

 TRIBUNA

FEDERICO SORIGUER

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Teoría crítica de la despatologización /
 
ROSELL

Alo largo del siglo XX la sociedad toma conciencia del papel estigmatizador que supone estar enfermo. La revuelta contra la estigmatización de la enfermedad es una larga historia que tiene sus más firmes valedores en autores como Foucault o Susan Sontag. Lo personal es político, fue el titulo de un libro muy leído en los años setenta del pasado siglo, resumiendo en una frase los fundamentos de los actuales movimientos sociales que señalan como estigmatizador al establecimiento médico. Pero los años no habían pasado en balde y, esta a vez sí, la medicina tuvo una rápida respuesta. La litigante sociedad americana hizo el resto al llevar a los médicos a juicio cada vez que alguien se consideraba estigmatizado al adjudicarle una categoría médica. La recuperación del viejo principio ético de la autonomía, ahora transformado en uno de los pilares de la ética médica e incluido como gran novedad en el famoso informe Belmont de 1978, vino a ayudar a los médicos y a la medicina a hacer la travesía. No fue complicado, pues la medicina ya en ese periodo había cambiado más que en toda su época anterior.

A partir de los años cincuenta la medicina abandona el razonamiento inductivo y la tentación patognomónica (de los saberes ciertos) por una medicina estocástica (probabilística) recogiendo así el gran cambio que, también, se había producido años antes en la lógica científica. Frente a las certezas las dudas, frente a la vieja auctoritas médica la gestión de la incertidumbre. Esta reconciliación entre el reconocimiento de la madurez ciudadana de los pacientes (que no otra cosa es el principio de autonomía) y el cambio de la lógica clínica ha sido uno de los momentos más importantes de la medicina moderna, al permitir que la medicina incorporara la lógica científica sin olvidar su tradición humanista.

Una etapa que ha durado sólo un par de décadas, pues en el mundo real la duda es siempre una forma de debilidad y aquel hueco ha sido ocupado por algunos movimientos que, en nombre de los pacientes, han levantado la bandera de la despatologización frente a un "establecimiento médico" al que consideran el brazo armado de un sistema represor que, en nombre de la ciencia, estigmatiza a los pacientes impidiéndoles el ejercicio de su derecho a la autonomía cuando no a la autodeterminación. No es cierto. O ya no es cierto. ¡Pero qué importa eso¡

La medicina ha cambiado y la mayoría de los médicos intentan evitar la estigmatización que presupone la enfermedad, pero para los radicales si no hay culpable no hay víctima y es aquí, en la confusión entre despatologización (con la que la mayoría de los médicos están hoy de acuerdo) y la desmedicalizacion, donde reside el último acto de este auto, que podría ser un auto sacramental si estuviéramos en otra época. Porque lo que ponen en duda los movimientos radicales (y los políticos que les apoyan) es el derecho de los médicos a hacer objeción de ciencia. Para quienes acusan a los médicos de "bárbaros", la ciencia no es la última palabra frente al conocimiento particular. De hecho, la mayoría de quienes lideran o justifican los movimientos de autodeterminación disfrazados de despatologización no tienen más experiencia sobre el mundo que la suya propia ni mas empatía que la que le consiente su narcisismo victimario o si acaso, tal vez, ciertos intereses por mantener un statu quo que les permita beneficiarse de la generosidad pública del estado benefactor. Unos líderes que ejercen desde la ética de la convicción, olvidando las consecuencias universales de algunas de sus propuestas. Que parecen, en fin, hacer suyas la tesis de que si la realidad no se ajusta a mi modelo pues se inventa una nueva realidad. Una tesis no muy distinta a la de este historiador que en un encuentro reciente llegó a afirmar que las lesiones óseas de aquella momia no podían ser "mal de Pott" (tuberculosis) porque en el antiguo Egipto aun no se conocía esta enfermedad. Gracias a estos grupos radicales, hoy ya sabemos que la ignorancia no es estigmatizadora. Por supuesto que una ley especifica que permita aumentar los derechos y proteger a ciertas minorías (como es el caso hoy de la minoría trans) es bienvenida, por eso es una pena que se pierda esta oportunidad. Bastaría con que en el preámbulo se reconociera el trabajo hecho por las unidades creadas por el PSOE en 1999 dentro del sistema sanitario público, en las que se respetó, ayudó y acompañó a cientos de personas, y que han contribuido mas a la despatologización de las personas transexuales que todos los actuales desvaríos radicales que ahora quieren llevar al Parlamento español en nombre de miles de personas a las que, con mas osadía que respeto, dicen representar. Y bastaría con que renunciaran a colar por la puerta falsa la idea de que el sexo es una construcción cultural, una cuestión prepolítica, extremadamente compleja y muy lejos de cualquier consenso, que no se puede someter a votación parlamentaria, o, en fin, a la ya vieja tesis de la autodeterminación identitaria a la carta, arrastrando en el empeño revolucionario a un viacrucis de sufrimiento innecesario a estas personas. Pero no lo harán, porque entonces muchos de los que ahora jalean un conflicto perfectamente prescindible se tendrían que ir con la música a otra parte.

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