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jueves, 2 de septiembre de 2021

La "no-violencia" y los "no-hombres" ElHuffPost

 Miguel Lorente

Médico forense y profesor en la Universidad de Granada

La negación se ha convertido en una afirmación al tiempo que evita la culpa y la responsabilidad.



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Sombra sobre el cristal.


Cuando se ven las concentraciones de gente, especialmente de jóvenes, durante los días correspondientes a determinados acontecimientos, y se dice que forman parte de su realidad en negativo, por ejemplo, las no-fiestas, los no-festivales, los no-botellones... da la sensación de que una gran parte de la sociedad se tranquiliza al entender que no hay problema alguno porque las fiestas o el evento en cuestión ha sido suspendido, como si el problema estuviera en el marco de la realidad no en ella misma.

De nuevo se aprecia cómo el lenguaje define la realidad, y lo hace en positivo y en negativo; porque lo que no se nombra no existe, y lo que se nombre bajo una negación tampoco. Y eso que parece muy nuevo y propio del momento actual, es algo que el machismo ha utilizado siempre.

La violencia de género es la “no-violencia” para una gran parte de la sociedad. No existe porque no se nombra, y cuando existe se dice que no es violencia de género, que es “violencia doméstica” o “violencia familiar”, idea que lleva a que una parte de la sociedad quede tranquila ante la invisibilidad del problema y  se despreocupe de la situación. Pero, sobre todo, traslada la responsabilidad a otra persona o a otro nivel: a la política, a la mujer porque no ha denunciado o porque lo ha hecho, a los entornos de la víctima porque no la han apoyado suficientemente, a quienes actuaron sobre la situación desde el punto de vista profesional por no haber detectado la violencia o por no haber solucionado el problema... y asi podríamos seguir sin final alguno, con tal de que nadie se vea a sí mismo con responsabilidad ante la normalidad que utiliza la violencia que sufren las mujeres.

Y si la violencia de género es la “no-violencia”, los hombres son los “no-violentos”. Según este planteamiento, los hombres no son responsables de la violencia contra las mujeres, y cuando se asesina o maltrata a una mujer se dice que es un “problema doméstico o familiar” llevado a cabo por una “persona” que estaba bajo los efectos del alcohol, de alguna sustancia tóxica, o que padece algún tipo de trastorno mental. Para estas posiciones, que el agresor sea hombre y que haya toda una historia de violencia previa amparada por la complicidad del silencio y la pasividad social, es algo menor y anecdótico. 

Desde esas referencias consiguen tres grandes objetivos. El primero es  invisibilizar la violencia de género; el segundo, ocultar a los hombres como responsables y autores de la misma; y en tercer lugar, al proponer la violencia al margen de motivaciones, contextos y objetivos, presentar a las mujeres como violentas en el mismo contexto y al mismo nivel que los hombres, circunstancia que resulta fácilmente aceptable al contar con el mito de la perversidad y maldad de las mujeres.

Su jugada es clara, si es violencia los autores son “no-hombres”, si los autores son hombres entonces es “no-violencia”, y si las autoras son mujeres entonces siempre es violencia.

Da igual que el 95% de los homicidios del planeta sean cometidos por hombres, tal y como recogen los informes de Naciones Unidas, y que el 100% de la violencia de género sea llevada a cabo por hombres, la referencia es que los hombres son “no-violentos” y, por lo tanto, los violentos son “no-hombres”. De esa manera se desvincula la decisión y el uso racional de la violencia de la masculinidad, y se anulan todas las referencias culturales que facilitan el uso de la violencia contra las mujeres desde esa aceptación social que lleva a decir a las víctimas lo de “mi marido me pega lo normal”, y a sentirse culpables y avergonzadas por la violencia que sufren por ser presentadas como “malas mujeres”, que necesitan ser corregidas o castigadas por el “buen hombre” para mantener el orden y evitar el caos que envuelve a la condición femenina.

La estrategia de la ultraderecha y del sector conservador de la sociedad de no llamar a la violencia contra las mujeres “violencia de género”, no es anecdótica ni algo menor. Tiene todo el sentido para sus posiciones y resulta clave para evitar que los elementos sociales y culturales asociados al género, es decir, a la idea de ser hombre y de ser mujer impuesta por el modelo cultural androcéntrico, puedan ser identificados y se descubra toda esa complicidad revestida de normalidad que acompaña a esta violencia. Una complicidad que hace que el 75% de los casos no se denuncien, y que, incluso en los homicidios, a pesar de vivir una violencia tan grave que termina asesinándolas, alrededor del 80% de las mujeres nunca haya puesto una denuncia.

Y esa misma normalidad es la que lleva a que la sociedad permanezca ausente a pesar de las 60 mujeres y los 5 menores que son asesinados de media cada año dentro de la violencia de género, hasta el punto de que menos de un 1% de la población considera que se trata de uno de los problemas graves de nuestro país (Barómetros CIS).

Todo ello no es casualidad, es causalidad determinada por el machismo.

Vivimos la violencia de la “no-violencia” que comenten hombres “no-hombres”; el problema es que asesina a mujeres-mujeres, niños-niños y niñas-niñas.

Que los hombres son una mentira ya lo sabemos. Desde el momento en que la cultura considerada la masculinidad condición superior a la identidad de las mujeres, ya se produce la mentira. Y cuando a partir de esa falacia se levanta toda una cultura a imagen y semejanza de los hombres situándolos en posiciones de superioridad y rodeados de privilegios, la mentira se convierte en normalidad y desaparece como tal de la crítica.

Quien parte de una mentira que afecta a lo individual y a lo social necesita negar la realidad para desenvolverse por ella, por eso las posiciones androcéntricas se ha pasado toda la historia negándola y escribiendo su propio relato sin contar con las mujeres. Esa es la razón de que ahora lo hagan tan bien y continúen con sus estrategias de poder basadas en la negación y el negacionismo. Tanto que los machistas se consideran a sí mismos “no-machistas”, y los de ultraderecha afirman que no son de ultraderecha.

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