La caza del jabalí.
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Era una fría tarde de invierno. Un amigo y yo paseábamos por una montaña cercana a mi casa. Después de caminar durante un buen rato, mientras observábamos los frondosos árboles y disfrutábamos del aire puro y de la belleza del paisaje que se desplegaba a nuestro paso, un penetrante olor a gasoil nos llamó la atención.
Yo me detuve y observé a mi alrededor, intentando averiguar de dónde procedía; mi amigo continuó caminando, rodeando unos árboles, y al cabo de un par de minutos volvió hacia donde me encontraba yo y me dijo que no hiciera ruido, que más adelante estaba apostado un grupo de cazadores y había visto cómo derramaban gasoil en el suelo.
Nos acercamos con mucho cuidado, intentando que el sonido de nuestras pisadas sobre las abundantes hojas y ramas caídas que cubrían el suelo no nos delataran. Ocultos tras unos árboles, distinguimos a lo lejos al grupo de cazadores.
Eran cuatro hombres; iban ataviados con ropa de camuflaje y hablaban en voz baja. Algunos estaban agazapados entre la maleza, uno de ellos había subido a un árbol, los demás se habían repartido en posiciones elevadas. Frente a ellos, el terreno hacía una hondonada en la que habían vertido el gasoil que habíamos olido momentos antes. Los hombres dejaron de hablar y se hizo el silencio. Recuerdo que mi amigo me miró e hizo un ademán de no entender la escena que estábamos viendo.
De pronto, se oyó el sonido ronco que hacen las ramas al romperse y, sin darnos tiempo a reaccionar, ante nuestros ojos apareció un jabalí… y, tras este, otro más, seguido de otros tantos. Entre ellos había unos preciosos jabatos pequeñitos y dos hembras muy gordas; una de ellas tenía una enorme barriga, lo que indicaba que debía estar a punto de dar a luz.
A continuación, el primer jabalí se adentró en el agujero y comenzó a embadurnarse con el barro maloliente de la tierra, mezclado con el gasoil; poco a poco, el resto de ejemplares hizo lo mismo.
De golpe, se oyó el sonido de un disparo, seguido de otros muchos. Los cazadores fueron abatiendo, uno tras otro, a los jabalíes, mientras estos se restregaban distraídos en la poza, sin distinguir si se trataba de ejemplares machos, hembras —y si estas estaban preñadas—, o de jabatos, algunos de los cuales murieron, como el resto, embadurnados de sangre y tierra. Hubo algo que me llamó poderosamente la atención y que nunca he sabido explicarme: durante el tiempo que duró la cacería, algunos de los jabalíes permanecieron inmóviles sobre el oscuro y nauseabundo fango, ajenos al peligro que los acechaba. ¿Por qué no huían? —me preguntaba—.
La tormenta de fuego cesó y uno de los cazadores se acercó con su escopeta colgada al hombro, un saco en una mano y un machete en la otra, a los animales que yacían aún con vida en el suelo
Mi amigo gritó ”¡los van a matar!”. Yo salí corriendo y me abalancé sobre el cazador, tirándolo al suelo. Solo recuerdo una lluvia de puñetazos golpeando mi cuerpo. Después mi oponente se levantó y, cogiendo su escopeta, me golpeó con la culata en la frente e hizo que perdiera el conocimiento durante unos minutos. Antes, oí que me decía algo así como ¡desgraciado, me has hecho perder las presas!, mientas sentía que un reguero de sangre bañaba mi frente.
Mi amigo me arrastró a unos metros de allí. A lo lejos los cazadores recogían a los animales muertos. Cuando desperté me explicó que algunos jabatos más habían sido pasados a cuchillo y metidos en un saco. Casi toda la piara había sido abatida. Yo lloré, mientras le escuchaba.
Alguien me dijo poco después que a los jabalís les gusta el olor del gasoil, y que lo utilizan como desparasitante. Por ello, aunque está prohibido verter gasoil en el suelo, muchos cazadores lo utilizan para atraerlos y, aprovechando que están distraídos revolcándose en él, acabar fácilmente con ellos.
Una cicatriz en mi frente me recuerda, cada vez que me miro al espejo, aquella fría tarde de invierno impregnada de olor a muerte.
Para quien desee acompañar la lectura de este artículo con la música que sonaba de fondo mientras lo escribía, os dejo a continuación el enlace:
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