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jueves, 30 de junio de 2022

¡Qué cosa tan bella es la empatía! grannadahoy.com

 PABLO ALCÁZAR


La Ley Celáa propone que los profes acicateen la empatía en los jóvenes. De ejemplo: una sesión del Congreso


La Ley Celáa, la octava de la democracia, dedica mucho tiempo a meterse con la ley anterior, redactada por el PP, pero sólo utiliza una vez -y como reflexivo- el verbo 'relacionar': el alumno -predica- debe "relacionarse con los demás en igualdad […] y ejercitarse en el uso de la empatía, […] evitando cualquier tipo de violencia". La palabra empatía -la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos- sí aparece en cuatro ocasiones. Al alumnado se le pone como deber de clase el empatizar con todos los seres vivos. Para terminar la tarea habría que alargar la vida del estudiante más de mil años, y obligaría a padres y profesores a explicarle los sentimientos de la hermana tórtola, la hermana sequoia o del hermano cernícalo para que empatice con ellos. Cuidando de que el adolescente no se pase y no se nos enamore de un alcaparrón o de un lobo estepario, seres vivos, sin duda. Con las leyes educativas los políticos marcan territorio, al modo en que las hienas usan sus glándulas anales. Si te instalas en la Moncloa, lo primero: redactar una nueva ley de educación, con más infinitivos y logomaquias que la anterior. Y que oculte, con palabrería hueca, el pasmo y la impotencia de los redactores -expertos en no haber pisado un aula- para elaborar propuestas pedagógicas eficaces. El verbo 'relacionar', en mi desorientada opinión, debería de enseñorearse de los preámbulos de las leyes educativas. Sócrates, hace 2500 años, molesto con la escritura que favorecería el olvido y crearía una casta de personas "que habiendo oído hablar de muchas cosas, sin instrucción, darán la impresión de conocer muchas cosas, a pesar de ser en su mayoría unos perfectos ignorantes", también insistía en que lo importante no es acumular muchos datos, sino relacionarlos entre sí. Hoy la mayor parte de la información la obtienen los alumnos por la red. Si los impulsores de las leyes educativas no las usaran, sobre todo, para marcar territorio, harían dos cosas: 1ª, mostrar ellos algo de empatía con sus adversarios y con los contribuyentes, y 2ª, ponerse a estudiar en serio cómo enseñar a los alumnos a relacionar la infinitud de conocimientos que ofrece Internet y los filtros para desechar lo inútil y quedarse con lo provechoso. Y que se dejen de masturbaciones, de empatías arbóreas, y de perros consentidos y complacientes.

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