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miércoles, 24 de agosto de 2022

Ideología y economía granadahoy.com

 TRIBUNA

JOSÉ MARÍA AGÜERA LORENTE

Catedrático de Filosofía

Ideología y economía ROSELL

En una sesión parlamentaria de control al Gobierno oí a la señora Concepción (Cuca) Gamarra -actual portavoz del Partido Popular- acusar al presidente Pedro Sánchez de responder "con la ideología por encima de la economía" al fracaso y agotamiento de su "Ggobierno Frankenstein". Reparemos en ese sintagma, que contrapone la economía a la ideología con una innegable connotación moral que tiñe de bondad a la primera y de maldad a la segunda. Hay que felicitar al principal partido de la oposición porque ha dado con un mensaje maniqueo, simple, que neutraliza la capacidad de pensamiento crítico de la ciudadanía. Porque, como todo el mundo sabe y es así, la economía es una ciencia mientras que la ideología es cosa de radicales fanatizados que quieren imponer sus creencias a los demás a toda costa, como son los casos paradigmáticos del comunismo, el feminismo y el nacionalismo (con la salvedad del español, claro, el único legítimo). Ellos conforman ese monstruo terrorífico a cuyas malsanas pulsiones responden las decisiones del Ejecutivo, porque su ansia de poder está por encima del bienestar de los españoles. De manera que el mensaje que les llevará de triunfo en triunfo, como ha demostrado el resultado de las últimas elecciones andaluzas, será el de que los del Partido Popular son los adalides de la moderación, asépticos desde el punto de vista ideológico y únicamente interesados en la buena gestión de los asuntos públicos, lo que garantiza que el fundamento de sus políticas será la economía y solo la economía, esto es, la ciencia y no la ideología.

La economía es la clave. Quien se la apropia como elemento definitorio de su identidad política tiene a la ciencia de su parte, acentúa su rol de gestor y se aleja de la caótica esfera de los intereses, los valores y los principios que no hacen sino enturbiar el juicio y sesgar malévolamente la administración de los asuntos públicos. Por el contrario, todo lo que decide el actual Gobierno, intoxicado hasta el tuétano de ideología, responde únicamente a los intereses de unos que todo lo hacen por detentar el poder y de otros que, según corresponda, quieren ejecutar su agenda feminista o comunista o independentista. Dicho de otra forma: la presente oposición pugna por hacer valer la verdad científica de la economía, mientras que la gestión de Pedro Sánchez responde por encima de todo a los intereses de minorías radicales a las que no importa arruinar al país con tal de cumplir sus malévolos objetivos.

Pero, ¿y si hubiese ideología en la economía? ¿Y si, al contrario de lo que ocurre en ciencias como la física o la química, no existiese un único paradigma científico, sino varios, cada uno de los cuales tendría su correspondiente repertorio de razones para ser reivindicado como válido o no? ¿Qué hay detrás de la reciente petición al Gobierno por parte del señor Antonio Garamendi Lecanda, presidente de la CEOE, de "rigor presupuestario y ortodoxia económica" para frenar la inflación? ¿O es que los del gremio del señor Garamendi hacen empresa desde la asepsia ideológica, sin consideración hacia sus propios intereses de clase? Donde hay ortodoxia hay heterodoxia -es decir, disputa ideológica- y queda implícito que nos hallamos en un territorio en el que la verdad no está libre de controversia. Eso sí, el dominio de la ortodoxia -término de raíces teológicas- corresponde al reino de los dogmas, no al de las verdades científicas, necesariamente sujetas a revisión, debate y crítica.

La economía a la que aludía la señora Gamarra en su intervención parlamentaria es, en efecto, aquella a la que el señor Garamendi apela, la que se tiene por ortodoxa; es decir, la neoclásica, la que ha venido estableciendo los puntos cardinales conforme a los cuales debía orientarse la brújula que ha señalado el camino de la economía global al menos desde los años ochenta del siglo pasado. A ella hay que atribuir la financiarización de la economía que condujo a la crisis de 2008, la hazaña del debilitamiento progresivo del Estado del Bienestar, que no otra cosa representa esa reivindicación del "rigor presupuestario" (con su intrínseco componente de regresión fiscal), la desregulación de los mercados clave como el energético, cuyas consecuencias ahora padecemos en forma de penuria e inflación; la creciente concentración de la riqueza en el famoso diez por ciento más rico, el imparable aumento de la desigualdad, la deslocalización industrial, el crecimiento económico a toda costa como obligación suicida.

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