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miércoles, 15 de noviembre de 2023

La alpargata en la evolución de la especie lanuevacronica

 

Por Saturnino Alonso Requejo


Imagen Alpargata

Dice Carlos Darwin (1809-1882) que la evolución de las especies obedece a dos causas fundamentales: la selección natural y la selección sexual. Quiere ello decir que el individuo más fuerte tenía los mejores alimentos, poseía las herramientas más eficaces, se apoderaba de la cueva más soleada y confortable, se llevaba a ella las mujeres más sanas y de mejor ver y vivía más años que el resto, criando los mejores ejemplares humanos, y así. Era el AMO de la tribu. Y corría más que ninguno, porque tenía las MEJORES ALPARGATAS.

El nombre ALPARGATA viene del árabe ‘ALBARGA’ (ALPARGATA), que se utilizaban a pares, como los órganos vitales de la bragadura.

SABASTIAN de COVARRUBIAS, en su ‘Tesoro de la Lengua Castellana’, habla del ALPARGATE como «Calsado texido de cordel del que usan mucho los moriscos», y que, al ser de esparto, llamaron «ESPARTEÑAS».
La ALPARGATA tiene mucho parecido con las sandalias romanas, o con aquella otra que los descendientes de Rómulo y Remo llamaron «SOLEA», que se reducía a una suela sujeta al pie con unas correas.
Los griegos calzaban la «CRÉPIDA» que se reducía a una suela sujeta a los pies con correas. Algo así pasaba con la ESPARTEÑA, en la que entraban los guijarros como en casa propia. Por eso decía el refrán:

«Dios te libre de Señor,
y de alboroto de pueblo
y de juego de ESPARTEÑA».

Porque podía pasar que:
«El que camina con ESPARTEÑAS
se fía de ellas,
Y le faltan al mejor tiempo
en la mitad del camino».

¡Oye, tú, que ya no se puede fiar uno ni de sus mismísimas ALPARGATAS!
En ASIRIA calzaban alpargatas los reyes y los eunucos. Tal vez fueran ellos los que las trajeron a España.

Los EGIPCIOS las fabricaban con hojas de palmera y papiro trenzado. Eran tan vistosas que las mujeres procesionaban con ellas puestas como si fueran la mismísima diosa ISIS, Reina del Cielo y Señora del Mundo.
Aunque las de la hebrea JUDIT eran sandalias, hermosísimas debían ser hasta el punto de enamorarse de ellas el asirio HOLOFERNES. El Libro Sagrado lo cuenta así:

«Las sandalias de la hebrea
arrebataron los ojos de Holofernes».
¿Qué tendrán de hechiceros los pies de las mujeres?

Antes de los árabes, ya teníamos nosotros ALPARGATAS a tenor de unas que se guardan en el Museo Arqueológico Nacional, que fueron encontradas en la Cueva de los Murciélagos de Albuñol (Granada), y que son de esparto.
Lo cierto es que nuestra historia evolutiva ha caminado en ALPARGATAS: esos ‘útiles de confianza’ como los llamaría HEIDEGGER, que nos han ido haciendo a su imagen y semejanza.
Qué alpargatas calzaría aquel que dijo:

«Dime con quién andas,
y te diré quién eres».
Sigue siendo verdad que:

«Por el traje
se conoce al personaje;
y por la ALPARGATA,
a quien las ata».

Quiero recordar aquí a ABENARABI de Murcia (1164-1240), apodado ‘El vivificador de la Religión’. Escribió más de 400 obras de Filosofía, Teología, Mística, Ascética, Poesía, etc.
El caso es que se calzó un día aquellas alpargatas blancas que le había regalado ABERROES cuando se entrevistaron en Córdoba. Y piam, piam, piam... hasta llegar a Damasco donde murió. Allí se conserva su sepulcro.
No puedo olvidarme de Santa TERESA DE JESÚS, que se calzó junto a las murallas de Ávila unas alpargatas de esparto y sobre ellas se lanzó a recorrer España. Que la llamaban la ANDARIEGA y fundó más monasterios que palomares hay en Castilla.

En MEDINA DEL CAMPO había un alpargatero de iglesia, ZOILO se llamaba, que colgaba su mercancía en los soportales de una plaza. Pero a Teresa no le cobraba la compra. Le decía:
– ¡Madre Teresa, con un Padrenuestro y una Salve voy bien pagado!

Pero tampoco le cobraban en el ZOCODOVER de Toledo, en el AZOGUEJO de Segovia ni en aquella callejuela de Sevilla.
En Salamanca compraba las alpargatas en la Corrala del Corrillo para sus monjas de Alba de Tormes.
¡Oye, tú, que se sabía de memoria el número que calzaba cada una de sus monjas!
Y, cuando les entregaba aquel calzado, les decía:
«Caminemos para el Cielo,
Monjas del Carmelo».

Por el año 1904, Gregorio Pérez ‘EL CAINEJO’, coronó el Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes sin más aparejos que sus ALPARGATAS DE ESPARTO.
 Y en alpargata venían a Castilla los Temporeros gallegos cantando muñeiras.
Calzando alpargatas decía MIGUEL HERNÁNDEZ:

«¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisaje de cosecha, 
caricias y tropiezos de semilla!».

En los años sesenta, el cartero de Nuñomoral, en la Hurdes cacereñas, repartía la correspondencia por aquellos pueblos sobre sus alpargatas, una blanca y la otra negra.
Hasta la Filosofía se ha hecho cargo de las ALPARGATAS como si se tratara de los TRASCENDENTALES DEL SER.
Es ahora cuando yo entro en mi casa. Me siento a la lumbre. Me descalzo las alpargatas y las pongo a secar junto a la lumbre.

¿Qué menos podía hacer que dejar el mejor sitio a mis dos santas mujeres?
¿Ven ustedes por dónde va ya, bien calzada, la burra de la Evolución de la Especie?
¡Quiera Dios que me entierren con ellas puestas
y AMÉN!

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