CONTENIDO OFRECIDO POR LA DIPUTACIÓN DE GRANADA
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El Barranco de Poqueira, con los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira. / GRANADA HOY |
R.G.
La Alpujarra ejerce sobre el visitante un hechizo que le invita a quedarse. La belleza de sus paisajes, el silencio de los valles y la riqueza de su cultura y tradiciones, de herencia musulmana, ha atrapado a lo largo de los años a miles de personas que llegaron para pasar unos días y, embriagados por la sensación de paz, decidieron establecerse y quedarse a vivir.
Decenas de pequeños pueblos blancos, de empinadas y estrechas calles empedradas, conforman esta comarca privilegiada, que se esparce por la vertiente Sur de Sierra Nevada. Aislada durante siglos por las montañas, la Alpujarra ofrece al visitante tierras casi vírgenes por recorrer, la posibilidad de disfrutar de sus peculiares fiestas, conocer su complejo pasado, degustar su contundente gastronomía serrana y apreciar la hospitalidad de sus gentes sencillas. Habitada por fenicios y romanos, fueron los ocho siglos de dominación árabe los que le dieron su arquitectura, su sistema de regadíos, su cocina y hasta su nombre.
La villa de Lanjarón, famosa por su balneario y sus aguas, es la puerta a esta sorprendente tierra de agrestes paisajes y coloridos bosques. El barranco del río Poqueira es uno de los principales destinos turísticos de la Alpujarra. Lo componen los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira, desde cuyas calles se puede contemplar, con sólo girar la cabeza a un lado y otro, las cimas nevadas de los picos más altos de la Península Ibérica y el azul del Mediterráneo en la cercana Costa Tropical.
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La arquitectura de la Alpujarra destaca por las chimeneas con remate de sombrero, los tinaos y los tejados de launa. / GRANADA HOY |
Estas localidades destacan por su singular arquitectura, que conserva la tradición alpujarreña de casas blancas de tejados planos cubiertos con launa –una arena arcillosa impermeable– y con chimeneas tocadas con graciosos sombrerillos. La casa alpujarreña está construida con materiales autóctonos y se integra de forma armónica en el paisaje. Su rasgo más característico es el tinao, una especie de soportal que cubre la calle y que une dos casas. Tenía y tiene una función de abrigo del mal tiempo y de lugar para descansar a la sombra.
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El Jamon de Trevélez, curado a 1.500 metros de altitud con Indicación Geográfica Protegida. / GRANADA HOY |
Las fuentes de Pampaneira también merecen mención especial, algunas de ellas con aguas minero-medicinales, y otras, como la fuente de San Antonio, con ‘poderes’ casamenteros. Para los más golosos, la fábrica de chocolates Ili, muy cerca de la plaza de la Iglesia de Pampaneira, será una parada obligatoria y llena de sabor. Cerca está también la oficina de Interpretación del Parque Nacional y Natural de Sierra Nevada, donde existen paneles explicativos de la zona y se puede recibir consejos para realizar rutas y paseos por la zona.
El río Guadalfeo parte longitudinalmente la Alpujarra en dos, dando lugar a la Alpujarra Alta y la Alpujarra Baja. La Alta cae en la parte meridional de Sierra Nevada donde se encuentran bellos pueblos como Órgiva, Bérchules, Busquístar, Juviles o Yegen. La Alpujarra Baja está constituida por La Contraviesa, con peculiares pueblos como Lújar, Sorvilán y Albondón entre otros.
Localidades que con su encanto han maravillado a propios y extraños. Pedro Antonio de Alarcón les dedicó el primer libro de viajes en lengua castellana y Gerald Brenan cantó sus excelencias en ‘Al sur de Granada’. Para Federico García Lorca fue “el país de ninguna parte”.
El auge del turismo ha conllevado un renacer de la artesanía. En las aldeas proliferan los talleres de mantas y coloridas jarapas tejidas con lana, los alfareros y los restauradores de muebles antiguos.
A más de mil metros sobre el nivel del mar, en el pueblo más alto de España, se cura el afamado jamón serrano de Trevélez, reconocido con Indicación Geográfica Protegida. Este jamón es uno de los principales ingredientes que integran el contundente Plato Alpujarreño, especialidad principal de la gastronomía local, junto con el lomo, el chorizo, la morcilla, los huevos fritos y las patatas ‘a lo pobre’. Su acompañamiento ideal son los magníficos vinos –tintos, blancos e incluso espumosos– que se elaboran en la comarca.
Valle de Lecrín, un paraíso de naranjos y limoneros
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El Valle de Lecrín cuenta con su propia magia que la hace única y especial. / GRANADA HOY |
Junto a la comarca granadina de La Alpujarra se encuentra el fértil Valle de Lecrín donde las plantaciones de naranjos y limoneros perfuman el aire de un embriagante aroma a azahar. Antiguos molinos de harina, restos de castillos musulmanes y cortijos con encanto salpican esta tranquila y luminosa región situada en la falda sur de Sierra Nevada.
En el descenso de la ciudad de Granada a la Costa Tropical, pocos kilómetros después de pasar El Suspiro del Moro, donde Boabdil volvió su mirada y vertió lágrimas por la pérdida de su reino, se inicia el bello Valle de Lecrín, con un envidiable clima y agradables temperaturas.
El verde paisaje está salpicado de pueblos blancos. Padul es el primero en el descenso hacia el Mediterráneo. Su Laguna posee magníficas condiciones para la observación de aves migratorias y está adaptada con miradores y visitas guiadas por naturalistas. Este humedal cuenta con una peculiar turbera en la que han aparecido restos de animales prehistóricos, entre ellos parte de un espectacular esqueleto de mamut, lo que ha dado lugar a la creación de la Ruta del Mamut, un atractivo sendero de unos ocho kilómetros apto para toda la familia.
En el margen izquierdo de la autovía A44, Dúrcal destaca por su espectacular Puente de Lata, una estructura ferroviaria de hierro que salva el río Dúrcal y su bosque de ribera. Y poco más al sur, Nigüelas posee dos joyas: una geológica, su Falla catalogada como Monumento Natural, y otra industrial, el Molino La Erilla una de las almazaras más antiguas y mejor conservadas de Europa, que produjo aceite de oliva en sus descomunales presas de madera de forma continuada desde el siglo XIII al XX.
Antes de llegar al Embalse de Béznar, en el lado derecho de la carretera se sitúan pequeños pueblos y aldeas, llenos de encanto y tranquilidad: Lecrín, Cónchar, Murchas, Mondújar, Chite, Melegís, Restábal, Saleres… En este último merece la pena calzarse unas barranqueras y adentrarse en el Barranco de la Luna, que ofrece una excursión de recorrido corto, apenas cuatro kilómetros, que se adentra a través del río Saleres en una garganta y un pequeño cañón de paisajes y luz asombrosos.
Montañas adentro, se encuentra el municipio de Los Guájares, compuesto por tres núcleos de población: Guájar Faragüit, Guájar Fondón y Guájar Alto. En conjunto, el valle de Los Guájares constituye un enclave natural y paisajístico privilegiado. El topónimo Guájar se deriva del vocablo árabe Wa-run, que significa abrupto, escarpado, de difícil acceso. Por tanto, su denominación hace referencia a la casi inaccesibilidad de los tres pueblos. Tanto es así que su estructura y topografía implicaron en su momento una modificación del espacio físico. Se realizaron acequias de derivación y otras obras hidráulicas, así como el aterrazamiento del terreno para cultivos agrícolas. Estos sistemas de regadío aún perduran en la actualidad.
La gastronomía del Valle de Lecrín es un fiel reflejo de su historia, de su pasado mozárabe, de su riqueza multicultural y de su entorno. De las cocinas de sus restaurantes salen platos típicos como el remojón de naranja y bacalao, migas, conejo en salsa almohade, choto al ajillo, calabaza frita al ajoarriero, puchero de cardos e hinojos, mousse de mandarina.
Más información: www.turgranada.es