Jacobs se muestra contundente en su libro con el tópico de la convivencia pacífica de las tres culturas y sobre un idealizado paraíso nazarí por parte de sus antecesores viajeros románticos. «La Granada nazarí -dice- no fue el paraíso que tan a menudo se ha imaginado en la literatura romántica».
Según el escritor británico nacido en Italia, «aunque por lo general se la dejó en paz, debió de tener gran parte del carácter tenso y volátil de un lugar sitiado, estando como estaba Granada aislada de la cultura islámica dominante, abarrotada de refugiados musulmanes, fracturada por una red de tribus y elites tribales enfrentadas entre sí, y en flagrante desafío de las leyes del Islam por tener que pagar tributo a un estado cristiano».
En cuanto a las alabadas riquezas y espléndidos vergeles del reino nazarí, Michael Jacobs considera que «no era un lugar, ni particularmente próspero, ni autosuficiente en productos alimenticios, teniendo que exportar al Magreb cultivos especializados, azúcar, pasas, higos y almendras, a cambio de alimentos básicos como, por ejemplo, cereales y aceite de oliva».
El vergel de la Vega de Granada, los cultivos exóticos y demás leyendas sobre esta especie de Jauja andalusí ya fueron unos tópicos acabados y destruidos por el erudito marroquí Ibn Jaldun a mediados del siglo XIV, cuando escribió que «los cristianos habían empujado a los musulmanes hasta la costa y el accidentado territorio de esa zona, donde el suelo es pobre para el cultivo del grano y poco adecuado para las hortalizas».
Jacobs, en este idealizado pasado opulento de la Granada nazarí, se muestra demoledor y acaba una vez más con el sucedáneo literario
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