La Alhambra. Arte árabe, filigranas y piletas de misteriosa armonía, el sello de Granada.
Imagen: Ignacio Lopez
Al pie de los palacios árabes se extiende Granada, con su deslumbrante blanco andaluz.
Callecitas y pasadizos, la herencia de un pasado que sigue presente en el sur de España.
De paseo por los variopintos locales donde se encuentran lo árabe y lo hispano.
Testigo y protagonista de los acontecimientos que fraguaron la historia moderna europea, Granada le suma a su linaje de siglos una intensa combinación de cultura árabe, cristianismo y arte flamenco. Vivaz, intensa y luminosa como todo el sur de España, hoy atrae por el arte y el estilo de vida marcadamente andaluz.
Por Ignacio Lopez
Cuenta la leyenda que durante los años de la prolongada presencia árabe en España, una de las hijas del sultán que por entonces dominaba la región se enamoró perdidamente de un artista que vivía en el barrio del Albaicín granadino. Era un amor tan desmedido como idílico, lo suficientemente arrebatador como para que la princesa dejara a un lado todas sus comodidades, abandonara al rey y atravesara las gruesas murallas de la Alhambra en busca de su sueño.
Pero no era el amor un argumento suficiente como para convencer al monarca: al conocer la deshonra, su majestad envió matar sin piedad a la princesa y a su amante. Decidido a escapar a su destino, al conocer la decisión, el artista abandonó raudamente la ciudad, con rumbo desconocido, mientras la joven se escondió entre las callejuelas del antiguo barrio.
La búsqueda de los enamorados resultó infructuosa, de modo que luego de unos días los soldados volvieron al palacio con las manos vacías. La princesa comenzó entonces a salir en busca de su amante pero, ante la ausencia de respuestas de su utópico amor, decidió quitarse la vida.
Hoy, dicen por aquí, la doncella continúa deambulando por las calles del Albaicín con la esperanza de encontrar finalmente a su príncipe. Esto explica por qué muchos de quienes caminan por el barrio agachan la cabeza al encontrarse con una bella mujer de rasgos árabes, pues creen que al contemplar sus profundos ojos el hombre entra en un estado de enamoramiento absoluto. Esté donde esté, nunca podrá olvidarla y jamás dejará de sentir su penetrante mirada.
La leyenda tiene romance y tragedia, pero es poco comentada entre los 240 mil granadinos y andaluces que pueblan la ciudad, y menos aún entre los cientos de miles de turistas que durante todo el año se pasean por Granada sin miedo a historias de princesas y sultanes vengativos, pues el único encantamiento que los hechiza es el fuerte magnetismo que irradia la ciudad. Una ciudad clave en la historia de España y testigo preferencial de aquellos sucesos que dieron vida a una nueva etapa de la Humanidad, esa que comenzó a escribirse tras el fin del imperio moro que dominó la Península Ibérica durante 800 años. Una influencia que no deja de sentirse hoy en sus ancestrales barrios y en una apasionada sociedad multirracial, ideal para disfrutarla tanto dentro de los museos como en los bares, que abundan y aprovechan la proverbial vida nocturna española.
Al pie de los palacios árabes se extiende Granada, con su deslumbrante blanco andaluz.
MOROS Y CRISTIANOS Antes que comience a caer el primer rocío del día, los turistas ya están esperando que se abran las boleterías de la Alhambra. La explicación es una sola: el fabuloso palacio tiene un límite de entradas para visitarlo por la mañana, otras por la tarde y algunas más por la noche. Entradas que durante el verano europeo se evaporan rápidamente, por la alta demanda de visitantes que esperan largas horas por su pasaje a la tierra mítica de los sultanes y princesas del pasado.
Fundada por los íberos durante el siglo VIII antes de Cristo, sometida por los romanos en los albores de la edad cristiana y dominada posteriormente por los visigodos, Granada y el sur de España en general fueron muy codiciados por reinos del Magreb desde la Edad Media, debido a su ubicación estratégica y al clima mediterráneo, muy similar al de sus tierras ancestrales.
Fue así que, a principios del siglo VIII de nuestra era, las dinastías árabes se impusieron en Andalucía. La última fue la de los nazaríes, la que le dio el mayor impulso a Granada a partir de 1238, refundándola y edificando el Palacio de la Alhambra, nombre que según una de las tantas teorías proviene de quien mandó construirla, el sultán Al Ahmar.
Diseñada como un palacio-fortaleza arriba del cerro de La Sabika, la Alhambra fue la residencia del rey nazarí de turno y su Corte, quienes contaban con todas las comodidades necesarias para hacerla totalmente autónoma del resto de la ciudad.
Tras ocho siglos de dominio moro y diez años de batallas contra el sultán Boabdil, último monarca del reino de Granada, los reyes católicos conquistaron la ciudad. Deshonrado, el monarca moro tuvo que entregar las llaves de la ciudad a principios del año clave de 1492, el mismo del descubrimiento de América y la primera Gramática de Antonio de Nebrija.
Ese año fue también el que marcó la expulsión definitiva de los árabes de la Península Ibérica y el comienzo del imperio español, decidido a expandirse en sus nuevas tierras en nombre del cristianismo y la evangelización. Una historia que comenzó apenas Isabel la Católica firmó en la Vega de Granada, a pocos metros de la Alhambra, las Capitulaciones de Santa Fe, documento que le daba a Colón plenas facultades en su afán por descubrir una nueva ruta hacia las Indias.
Callecitas y pasadizos, la herencia de un pasado que sigue presente en el sur de España.
UNA NUEVA ERA En el inicio de la Era Moderna, el mundo se transformaba, Granada cambiaba nuevamente de dueños y con ella también la Alhambra. Se mantenía como un palacio real, pero sus nuevas autoridades buscaban realzar la cultura occidental: así construyeron, por ejemplo, el Palacio de Carlos V, una obra colosal de claro estilo renacentista que se levantó para posicionar al cristianismo por sobre el pasado musulmán.
Pese a esta cristianización, los nuevos soberanos respetaron los orígenes moriscos de la Alhambra, manteniendo incólumes muchas de sus dependencias, mientras otras sufrieron la mezcla de ambas culturas. Es el caso del Generalife: el área donde se encuentran los maravillosos jardines del palacio es un lugar que sobrecoge por la belleza y pulcritud de sus patios y donde se aprecia claramente la fusión cristiano-árabe. Como en el Patio del Ciprés, un verdadero laberinto elaborado por este árbol característico de la cristiandad que se entrelaza con prolijas fuentes de agua, elemento propio de la cultura musulmana.
Y si se quiere admirar las bondades del reino árabe en toda su plenitud, bien vale esperar turno en la más larga de las filas para ingresar al hogar del sultán. Luego de unos minutos se entenderá por qué la Alhambra fue candidata a ser una de las nuevas maravillas del mundo.
Un antiguo proverbio árabe habla de “mostrarse austero hacia fuera, pero ser rico por dentro”. La sabia cita viene como anillo al dedo a la hora de conocer los distintas dependencias del palacio, pues mientras las torres y fortificaciones que miran a la ciudad son férreas y rústicas, al ingresar a la residencia real el visitante se encuentra con una maravilla tras otra. Salones de finísimas terminaciones, deslumbrantes pasillos y pomposos jardines, coronados por grandiosas piletas, hablan de una obra magistral, de una finura y dedicación exclusivas. Una joya hecha con el propósito de deleitar los ojos del rey nazarí más abrumado, para que buscara consuelo en este verdadero paraíso en la Tierra.
De paseo por los variopintos locales donde se encuentran lo árabe y lo hispano.
SEMILLAS DE GRANADA La historia de Granada no deja de palparse al salir de la Alhambra. Es cosa de perderse por el Albaicín, el barrio moro por excelencia ubicado a los pies del palacio, para comenzar un circuito callejero que llevará a los paseantes por el vecindario de mayor tradición de la ciudad.
Si bien comenzó a formarse en la época de los íberos, fue con la llegada de los árabes cuando el Albaicín tomó características de vecindario poblado por artesanos y artistas. Estos habitantes aún se mantienen, igual que la arquitectura del pasado, que ha conservado el tramado original de las ciudades árabes. No sorprende entonces que el barrio haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
Lo mejor es perderse por cualquiera de sus laberínticos callejones, que suben y bajan entre típicas viviendas y techos de tejas que tiñen el barrio de radiante blanco y rojo ocre, cruzan por acogedoras placetas rodeadas de geranios y claveles, y desembocan finalmente en alguno de sus miradores. Cada uno con su encanto a la hora de contemplar preciosas vistas de Granada y el suave cordón de montañas que la rodea, entre las que se destaca la Sierra Nevada.
Elegir siempre es difícil, pero los miradores de San Cristóbal y San Nicolás aparecen como dos imperdibles. Este último es el punto de encuentro de la cosmopolita población granadina, donde gitanos, hippies, árabes, andaluces de tomo y lomo, estudiantes y turistas se reúnen en este amplio espacio, especialmente al atardecer, cuando se aprecia cómo la Alhambra irradia un intenso color rojizo. Es un momento mágico en el que se tocan las guitarras en improvisados flamencos, mientras un coro de lamentos siguen el ritmo a golpe de tapeos. Sale a flote entonces la esencia del andaluz, el pueblo más apasionado de España.
Peldaños más arriba se encuentra el barrio de Sacromonte. Es el barrio flamenco de Granada que reunió por siglos a numerosos artistas en torno de esta auténtica expresión andaluza, que hoy persiste en variados centros de tablao.
Pero lo que más llama la atención del Sacromonte son las cuevas que abundan en las laderas del cerro y en las que los gitanos han instalado sus hogares. Toda una experiencia que puede visitarse sin problemas.
Bajando al plano de la ciudad se encuentra la majestuosa Catedral de Granada. Uno de los más hermosos templos cristianos de España de la época de oro del Renacimiento español, que terminó de construirse en 1537 tras 10 años de trabajo. Dentro de sus imponentes naves, pulcros pilares y finas terminaciones descansan los restos de los reyes católicos, por lo que vale la pena una visita.
Un recorrido por el centro granadino resulta interesante para entender la riqueza urbanística contemporánea que se impulsó a partir del siglo XIX y que tenía como propósito embellecer y modernizar el tramado de la ciudad. Para ello se levantaron gran cantidad de áreas verdes y paseos peatonales como la Plaza Bib-Rambla, la Plaza Mayor, la Plaza Mariana Pineda –en homenaje a la mártir española de 1800– y el Paseo de los Tristes, que corre paralela al río Darro.
Las flamantes obras se entrelazaron con una extensa lista de monumentos antiquísimos, como la Puerta de Elvira, un grandioso arco construido por los árabes en el sigo XI, y el convento Santa Isabel la Real, obra fundada por la reina Isabel la Católica en 1501.
Y si se quiere dedicar algo de tiempo para buscar el souvenir ideal, hay que darse una vuelta por la bucólica peatonal de la Tetería o por la feria de la Alcaicería. Aquí se encuentra todo tipo de artículos árabes, desde aros de hueso de camello hasta típicas teteras del Magreb, sin dejar de lado los recuerdos andaluces como pañuelos, abanicos o los inconfundibles trajes de flamenco.
A la hora de relajarse, los bares y restaurantes dictan cátedra en Granada. Una vuelta por el centro o volviendo a los barrios llevará al visitante a la “farmacia” indicada para degustar las generosas tapas granadinas, mientras se empapa de la cultura andaluza escuchando extrañas anécdotas que algún locuaz contertulio ande relatando.
La otra posibilidad es simplemente perderse entre sus estrechas calles, donde más de una sorpresa le aguarda a quien tenga la valentía de levantar la mirada y encontrarse de frente con algo o alguien tan especial que le haga recordar para siempre que Granada es tierra soñada.
Informe: Julián Varsavsky.
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