Los diferentes actores económicos, que no siempre aciertan, sospechan que una nueva recesión se avecina La posición de España es muy vulnerable por la incertidumbre política
FERNANDO FACES |
DESDE el mes de abril de 2015 las bolsas mundiales han iniciado una caída libre. El Íbex es de los más perjudicados. Los bancos, las petroleras y las compañías vinculadas a las materias primas acumulan caídas superiores al 40% en los seis últimos meses. Dicen que los mercados financieros anticipan el futuro de la economía real. ¿Que temen los mercados financieros? Los mercados financieros sobrerreaccionan en momentos de gran incertidumbre y no siempre aciertan. Lo que temen los mercados es una nueva recesión. En el caso de España, agravada por la incertidumbre política.
Según el FMI los cinco eventos que podrían hacer descarrilar la recuperación mundial son los siguientes: una desaceleración brusca de la economía de China, una mayor caída del precio de las materias primas y del petróleo, una brusca subida del tipo de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y una fuerte apreciación del dólar, un estallido de la aversión mundial al riesgo y una escalada de las actuales tensiones geopolíticas.
La posibilidad de un aterrizaje brusco de la economía china es el epicentro de la incertidumbre y la principal causa de la caída del precio del petróleo y de las materias primas. Los más optimistas opinan que el aterrizaje será suave, ya que China posee las mayores reservas mundiales de divisas del mundo, pudiendo hacer frente a fugas de capitales y al deterioro de su sector exterior mientras se produce el proceso de ajuste desde un modelo basado en la inversión y las exportaciones hacia otro centrado en el consumo interno y en el sector servicios. El sector servicios está desarrollándose muy rápidamente, compensando en gran parte la desaceleración de la producción de manufacturas exportables. Para el FMI esta transición es conveniente y necesaria. El pragmatismo de sus gobernantes y su deseo de liberalizar y abrir al mundo su economía son la mejor garantía.
Para otros analistas la transición será turbulenta, sin que pueda descartarse un aterrizaje brusco que haga descarrilar la recuperación mundial. Los temores se centran en la altísima deuda el sector público regional y de las empresas públicas, en la fragilidad de su banca por su alta mora, elevado endeudamiento y escasa capitalización, en la galopante expansión del crédito, en el alarmante crecimiento de la banca en la sombra y en las burbujas inmobiliarias y financieras que la expansión monetaria de su banco central ha provocado. A lo que hay que añadir el exceso de capacidad productiva del sector manufacturero y constructor, y su baja productividad. Por otra parte, el Gobierno chino está demostrando falta de experiencia en el manejo de las nuevas políticas e instrumentos, con excesivos errores y rectificaciones y escaso cálculo de sus consecuencias. La falta de transparencia de sus estadísticas hace temer que el crecimiento del PIB real sea muy inferior al 6,9% confirmado por el Gobierno en 2015. Para algunos analistas la depreciación del yuan va a continuar, ya que China va a seguir dependiendo durante mucho tiempo de sus exportaciones. Pero por otra parte el interés del Gobierno chino en que el yuan sea una moneda fuerte, como corresponde a la segunda potencia mundial, determina que el Gobierno se vea obligado a intervenir en los mercados de divisas para evitar una excesiva depreciación. En el último año la salida de capitales ha aumentado alarmantemente. De continuar a ese ritmo ni siquiera unas reservas superiores a los tres billones de dólares serían suficientes.
En este escenario, el impacto sobre la economía mundial sería a través de los canales del comercio internacional, con caídas todavía más severas del precio de las materias primas y del petróleo y a través de una fuerte depreciación del yuan que provocaría una guerra de divisas y una gran convulsión en los mercados financieros de todo el mundo.
Una mayor caída del precio de las materias primas y del petróleo favorece a los países importadores pero perjudica gravemente a los países emergentes productores. Dado que los países emergentes soportan más del 60% del crecimiento mundial, la situación podría ser muy grave. En cuanto al efecto positivo sobre los países importadores, la experiencia está demostrando que el impacto sobre la renta y el consumo es menor de lo previsto, debido a su alto endeudamiento, a los retrasos en la traslación al consumidor, así como por la captura de los gobiernos de parte del ahorro con el objetivo de reducir su déficit fiscal. Por otra parte la caída de ingresos fiscales que implica para los países exportadores está deteriorando sus cuentas públicas, y provocando que los fondos soberanos de estos países inicien una venta masiva de activos que acabe por derrumbar las cotizaciones de los mercados de renta fija y variable.
Una subida brusca del tipo interés de la Reserva Federal provocaría una fuerte apreciación del dólar, lo cual aumentaría la vulnerabilidad de los países emergentes más endeudados en dólares, especialmente los latinoamericanos. La subida del tipo de interés del dólar, sumada a su apreciación, aumentaría la carga financiera de las empresas en un momento en el que sus ingresos por exportaciones de materias primas están cayendo. Durante la crisis, el dinero creado por los bancos centrales de los países desarrollados se ha dirigido a los emergentes en busca de mejores rentabilidades, creando burbujas de crédito. Probablemente asistiremos a una cadena de suspensiones de pagos y a una fuerte caída de los bonos corporativos de estas empresas, que acabarán contagiándose al resto de los mercados. La gradualidad en la subida del tipo interés anunciada por la Reserva Federal y su sensibilidad a las condiciones externas del resto de los países va a ser fundamental para evitar este escenario.
Son preocupantes las señales de debilidad que vuelve a dar la banca europea por su falta de rentabilidad, baja calidad de sus activos y ajustada solvencia. El espectáculo de debilidad dado recientemente por la banca italiana y algún gran banco alemán amenaza con contagiarse al resto de la banca europea, incluidos los grandes bancos españoles. El proceso de saneamiento y fusiones no ha terminado. Otros eventos como la salida de Inglaterra de la UE, una nueva recaída de Grecia, una crisis institucional europea ante el problema de la migración masiva y otros conflictos geopolíticos latentes podrían generar una aversión mundial al riesgo que desestabilice los mercados financieros provocando una nueva recesión.
En cuanto a España, su situación es extremadamente vulnerable. Un Gobierno que no fuera capaz de mantener la unidad del país y sus compromisos con Europa y continuar con las reformas y la consolidación fiscal, en un contexto de restricción financiera internacional, perdería rápidamente la confianza ganada, en un momento en el que el endeudamiento externo es superior al billón de dólares y las necesidades de financiación de la deuda pública es de 400.000 millones de euros en 2016. La amenaza de un nuevo rescate volvería a ser la obsesión del nuevo Gobierno y el mayor problema de Europa. España se enfrenta a una encrucijada económica, política e institucional de igual o mayor magnitud que la que tuvo que afrontar en la Transición. Entonces la superamos con un gran consenso entre todas las fuerzas políticas, de derecha e izquierda, con menos experiencia y cultura de acuerdo que la que ahora tenemos, pero con un gran sentido de la responsabilidad y visión de Estado.
Según el FMI los cinco eventos que podrían hacer descarrilar la recuperación mundial son los siguientes: una desaceleración brusca de la economía de China, una mayor caída del precio de las materias primas y del petróleo, una brusca subida del tipo de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y una fuerte apreciación del dólar, un estallido de la aversión mundial al riesgo y una escalada de las actuales tensiones geopolíticas.
La posibilidad de un aterrizaje brusco de la economía china es el epicentro de la incertidumbre y la principal causa de la caída del precio del petróleo y de las materias primas. Los más optimistas opinan que el aterrizaje será suave, ya que China posee las mayores reservas mundiales de divisas del mundo, pudiendo hacer frente a fugas de capitales y al deterioro de su sector exterior mientras se produce el proceso de ajuste desde un modelo basado en la inversión y las exportaciones hacia otro centrado en el consumo interno y en el sector servicios. El sector servicios está desarrollándose muy rápidamente, compensando en gran parte la desaceleración de la producción de manufacturas exportables. Para el FMI esta transición es conveniente y necesaria. El pragmatismo de sus gobernantes y su deseo de liberalizar y abrir al mundo su economía son la mejor garantía.
Para otros analistas la transición será turbulenta, sin que pueda descartarse un aterrizaje brusco que haga descarrilar la recuperación mundial. Los temores se centran en la altísima deuda el sector público regional y de las empresas públicas, en la fragilidad de su banca por su alta mora, elevado endeudamiento y escasa capitalización, en la galopante expansión del crédito, en el alarmante crecimiento de la banca en la sombra y en las burbujas inmobiliarias y financieras que la expansión monetaria de su banco central ha provocado. A lo que hay que añadir el exceso de capacidad productiva del sector manufacturero y constructor, y su baja productividad. Por otra parte, el Gobierno chino está demostrando falta de experiencia en el manejo de las nuevas políticas e instrumentos, con excesivos errores y rectificaciones y escaso cálculo de sus consecuencias. La falta de transparencia de sus estadísticas hace temer que el crecimiento del PIB real sea muy inferior al 6,9% confirmado por el Gobierno en 2015. Para algunos analistas la depreciación del yuan va a continuar, ya que China va a seguir dependiendo durante mucho tiempo de sus exportaciones. Pero por otra parte el interés del Gobierno chino en que el yuan sea una moneda fuerte, como corresponde a la segunda potencia mundial, determina que el Gobierno se vea obligado a intervenir en los mercados de divisas para evitar una excesiva depreciación. En el último año la salida de capitales ha aumentado alarmantemente. De continuar a ese ritmo ni siquiera unas reservas superiores a los tres billones de dólares serían suficientes.
En este escenario, el impacto sobre la economía mundial sería a través de los canales del comercio internacional, con caídas todavía más severas del precio de las materias primas y del petróleo y a través de una fuerte depreciación del yuan que provocaría una guerra de divisas y una gran convulsión en los mercados financieros de todo el mundo.
Una mayor caída del precio de las materias primas y del petróleo favorece a los países importadores pero perjudica gravemente a los países emergentes productores. Dado que los países emergentes soportan más del 60% del crecimiento mundial, la situación podría ser muy grave. En cuanto al efecto positivo sobre los países importadores, la experiencia está demostrando que el impacto sobre la renta y el consumo es menor de lo previsto, debido a su alto endeudamiento, a los retrasos en la traslación al consumidor, así como por la captura de los gobiernos de parte del ahorro con el objetivo de reducir su déficit fiscal. Por otra parte la caída de ingresos fiscales que implica para los países exportadores está deteriorando sus cuentas públicas, y provocando que los fondos soberanos de estos países inicien una venta masiva de activos que acabe por derrumbar las cotizaciones de los mercados de renta fija y variable.
Una subida brusca del tipo interés de la Reserva Federal provocaría una fuerte apreciación del dólar, lo cual aumentaría la vulnerabilidad de los países emergentes más endeudados en dólares, especialmente los latinoamericanos. La subida del tipo de interés del dólar, sumada a su apreciación, aumentaría la carga financiera de las empresas en un momento en el que sus ingresos por exportaciones de materias primas están cayendo. Durante la crisis, el dinero creado por los bancos centrales de los países desarrollados se ha dirigido a los emergentes en busca de mejores rentabilidades, creando burbujas de crédito. Probablemente asistiremos a una cadena de suspensiones de pagos y a una fuerte caída de los bonos corporativos de estas empresas, que acabarán contagiándose al resto de los mercados. La gradualidad en la subida del tipo interés anunciada por la Reserva Federal y su sensibilidad a las condiciones externas del resto de los países va a ser fundamental para evitar este escenario.
Son preocupantes las señales de debilidad que vuelve a dar la banca europea por su falta de rentabilidad, baja calidad de sus activos y ajustada solvencia. El espectáculo de debilidad dado recientemente por la banca italiana y algún gran banco alemán amenaza con contagiarse al resto de la banca europea, incluidos los grandes bancos españoles. El proceso de saneamiento y fusiones no ha terminado. Otros eventos como la salida de Inglaterra de la UE, una nueva recaída de Grecia, una crisis institucional europea ante el problema de la migración masiva y otros conflictos geopolíticos latentes podrían generar una aversión mundial al riesgo que desestabilice los mercados financieros provocando una nueva recesión.
En cuanto a España, su situación es extremadamente vulnerable. Un Gobierno que no fuera capaz de mantener la unidad del país y sus compromisos con Europa y continuar con las reformas y la consolidación fiscal, en un contexto de restricción financiera internacional, perdería rápidamente la confianza ganada, en un momento en el que el endeudamiento externo es superior al billón de dólares y las necesidades de financiación de la deuda pública es de 400.000 millones de euros en 2016. La amenaza de un nuevo rescate volvería a ser la obsesión del nuevo Gobierno y el mayor problema de Europa. España se enfrenta a una encrucijada económica, política e institucional de igual o mayor magnitud que la que tuvo que afrontar en la Transición. Entonces la superamos con un gran consenso entre todas las fuerzas políticas, de derecha e izquierda, con menos experiencia y cultura de acuerdo que la que ahora tenemos, pero con un gran sentido de la responsabilidad y visión de Estado.
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